Las esposas de los políticos no deberían participar en política. Ni tampoco deberían hacerlo sus familiares más cercanos.
No sé muy bien cuándo empezó esta moda en México, pero por lo menos desde el gobierno de Vicente Fox , la presencia de las esposas se hizo más notoria.
Marta Sahagún, por ejemplo, en marzo pasado, durante una conferencia que dio con motivo del Día Internacional de la Mujer, afirmó: “no fui (candidata a la Presidencia) porque no quise”.
El que revise solo la lista de candidatos de las elecciones de junio pasado se dará cuenta de la nutrida cantidad de esposas de políticos que participaron en cargos de elección popular.
En Guerrero, por ejemplo, María Elene Delgado Martínez, esposa del Alcalde priista de Tlapehuala, fue la candidata a la diputación local.
En San Joaquín (Querétaro), por poner otro ejemplo, la candidatura del priista Álvaro Vega Muñoz fue suplantada por la de su esposa Anayeli Álvarez de la Vega. En Arroyo Seco, Héctor Luna fue suplantado por María de Jesús Marín. En Pedro Escobedo, Beatriz León entró en lugar de Juan Carlos Piña.
En Colima, para terminar con estas evidencias al azar, tres fueron las esposas de ex gobernadores (Hilda Ceballos, Alma Delia Arreola y Norma Galindo) que participaron en los comicios también, gracias a la influencia de sus poderosos maridos.
Lo más reciente de este nepotismo político estalló hace unos días entre Margarita Zavala, esposa del ex Presidente Felipe Calderón, y el líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador. Una tunda de dimes y diretes que terminaron con una sentencia de Zavala en contra de López Obrador, a quien se acusó de machista.
Como quiera que fuere, no deberíamos olvidar que la política no es una empresa familiar ni una agencia para colocación de amigos, vecinos o conocidos.
De seguir recrudeciéndose esta tendencia (que permea todos los niveles de la clase política y todos los colores partidistas) nuestra malograda democracia tendrá que ir preparando sus funerales.
En México, ya lo sabemos, no se sabe lo que es el conflicto de interés (recuérdese el sonado caso del propio Virgilio Andrade, titular de la Secretaría de la Función Pública, con respecto a la Casa Blanca del presidente Peña Nieto), así que urge empezar a poner los necesarios muros de por medio para evitar que el ejercicio público de la política se nos convierta en un mero pleito entre familiares.