Tomás Calvillo Unna
25/11/2015 - 12:00 am
No hay salida de emergencia
Si el ego es un articulador de la psique y el mundo y la balanza entre ambos, hoy se encuentra ante un inmenso desafío al estar asechado por el masivo desequilibrio del presente. Su pesada sombra oculta el potencial de su lucidez, al estar adherido a la necesidad de exhibir a cada momento que existe. […]
Si el ego es un articulador de la psique y el mundo y la balanza entre ambos, hoy se encuentra ante un inmenso desafío al estar asechado por el masivo desequilibrio del presente. Su pesada sombra oculta el potencial de su lucidez, al estar adherido a la necesidad de exhibir a cada momento que existe.
La realidad virtual que se ha vuelto hegemónica gira entorno a ello. La palabra que lo resume es el éxito. Existir y éxito son sinónimos en una sociedad atrapada en el espejo de sí misma. El costo de ello es la ausencia de sentido y el triunfo de la imagen: la percepción sustituye la realidad y la densidad misma de la persona, su carnalidad se evapora.
El aceleramiento es la consecuencia de la pérdida de peso del ser, la realidad virtual vacía la existencia, está ya no tiene consistencia. Las noticias de las tragedias que se suceden una a otra en diferentes lugares del mundo son parte de esa narración, donde el tiempo se absorbe en la capacidad de cambiar el canal y de sentir que el control de la muerte y la vida de alguna manera se tiene a la mano.
Todo es igual: el anuncio del Vodka y la oración de San Francisco, el paisaje de la Pagoda de Rangún y el gol de Messi, en el mismo plano, a la misma distancia, con el mismo volumen y brillo, se consume una realidad editada y organizada para exponerse las 24 horas.
El dolor mismo de la condición humana se ha vuelto parte también del espectáculo que la cotidianidad requiere para continuar su elección de ser noticia sin pausa posible.
No hay silencio, no hay contemplación, no hay diálogo. En realidad no hay comunicación en la era de la interconectividad, ésta circula la información sin contexto, o más bien el contexto es su vaciamiento.
El ruido, como confusión e imposición, desplaza a la palabra como entendimiento. Sin duda estamos en la era del ego, si observamos los discursos políticos dentro y fuera del país, se advierte con claridad; vemos a Obama y Putin definiendo la alianza de Estados Unidos y Rusia en el caso de Siria, disputando un liderazgo en medio de un país de 23 millones de habitantes que está destrozado, una disputa que seguramente va a encontrar un acuerdo, que pudo tiempo atrás haberse alcanzado sin tanto sufrimiento para una población que deambula en las fronteras de Europa al haber perdido su hogar. Esta misma palabra comienza a desaparecer del escenario mundial.
Los discursos y posicionamientos políticos en México y la ausencia de acuerdos profundos y de larga duración para acotar la violencia, advierten la incapacidad de construir más allá de las circunstancias partidistas y personales. No sólo se trata de las fuerzas económicas y del crimen, sino también de la carencia de conciencia para trascender el carácter egomaníaco del siglo XXI.
Las escenas de ISIS exhibiendo su crueldad son un espejo de las del narco en México. La desmesura, los excesos son parte de esta explosión tecnológica que invade el día y la noche, el trabajo y el descanso, la vida privada y pública.
Estamos montados en un tsunami y no se alcanza a ver aún donde va a terminar.
No hay salida de emergencia para esta realidad, ni utopías como las que inspiraron a otras generaciones, las pesadillas son comunes, los sueños se extinguen apenas se asoman. La tarea por realizarse en los diversos ámbitos no puede ser la fuga, ni la enajenación, sino un esfuerzo colectivo crítico y articulador que nos permita “abrir cancha” en medio del vértigo tecnológico y su ego cultural que nos hipnotiza, para recuperar un poco, al menos, la lentitud, el sentido común y el criterio mientras disminuimos la intensidad a las luminarias del éxito. Escuchar más allá del ruido para escucharnos.
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