Antonio Salgado Borge
20/11/2015 - 12:00 am
Terror: nos vamos juntos
Los perpetradores del ataque terrorista en el que perdieron la vida decenas de personas en París han logrado su objetivo más inmediato. A esta tragedia le siguió un tsunami de terror que se expandió instantáneamente a través del mundo. Gracias a sus acciones espectaculares y sanguinarias, el Estado Islámico, un grupo fundamentalista extremista de origen […]
Los perpetradores del ataque terrorista en el que perdieron la vida decenas de personas en París han logrado su objetivo más inmediato. A esta tragedia le siguió un tsunami de terror que se expandió instantáneamente a través del mundo. Gracias a sus acciones espectaculares y sanguinarias, el Estado Islámico, un grupo fundamentalista extremista de origen oriental, ha generado que en el imaginario popular se le atribuya un poder muy superior al que esta organización realmente tiene.
Es un error suponer que el Estado Islámico cuenta con la capacidad necesaria para derrotar militarmente a alguna nación medianamente organizada. También es altamente improbable, aún si se acepta el discurso de los pregoneros del “choque culturas o civilizaciones”, que las sociedades abiertas –y muy particularmente la francesa- acepten a fuerza de bombazos la visión del mundo premoderna de un grupo minoritario que no representa a religión o país alguno. Sin embargo, a pesar de que los terroristas no son un peligro físico inmediato para la mayor parte de la población del mundo, otros grupos extremistas, estos pertenecientes a la ultraderecha en diversos países occidentales, han demostrado que saben muy bien cómo sacar provecho de cada oportunidad de avivar el mito del poderoso enemigo acechante. Una vez alimentado el terror vienen las exigencias de venganza inmisericorde y de guerras preventivas.
Las consecuencias geopolíticas de lo ocurrido en París trascenderán las fronteras francesas y sirias porque a través del terrorismo se han podido conectar los discursos de grupos extremistas orientales y occidentales interdependientes. Esta combinación es una muy mala noticia para todos los habitantes del planeta; incluidos los mexicanos.
En medio de este tipo de juego político pueden quedar las poblaciones de sociedades abiertas como la francesa o la estadounidense El mejor ejemplo de ello es la forma en que George W. Bush aprovechó los ataques del 11 de septiembre de 2001 para legitimarse. Antes de que Al Qaeda destruyera las torres gemelas en Nueva York, el porcentaje de aprobación de Bush era de 50%. Dos semanas después, cuando Bush declaró la guerra contra el terror y prometió defender a su país en una suerte de cruzada contra el “eje del mal”, 90% de los estadounidenses dijo aprobar a su presidente.
Sobre la piedra del terror mítico, el gobierno de Bush implementó el “Patriot Act”, una ley que básicamente garantizaba la suspensión de derechos de los habitantes de su país. Así, en el país de las libertades, la detención preventiva de cualquiera que pareciera sospechoso, la tortura como método de interrogación y el espionaje masivo, avalado por una corte secreta –PISA- y ejecutado por una agencia todopoderosa –la NSA-, se volvieron legales.
Algo similar ocurrió en México al inicio del sexenio de Felipe Calderón, cuyos bonos subieron entre algunos sectores de la población después de que el panista declaró la irracional “guerra contra el narco”. Tanto Bush como Calderón se embarcaron en proyectos que en el corto plazo les resultaron políticamente muy productivos, pero que resultaron contraproducentes para sus países. En el camino, ambos lograron justificar el empleo de recursos económicos extraordinarios destinados a comprar armamento y costear las guerras preventivas que terminaron por destruir las vidas de miles de sus gobernados.
La lógica seguida por los defensores del terror mítico es casi siempre la misma. Apenas se estaban dando a conocer las primeras informaciones sobre lo ocurrido en París y ya había miembros del partido Republicano estadounidense o de la ultraderecha francesa intentando capitalizar la tragedia pidiendo el cierre de fronteras o alimentando la necesidad de una nueva guerra. Incluso el gobierno mexicano demostró su deseo de no quedarse fuera de cualquier frente común contra el terror que pudiera construirse.
Afortunadamente Barack Obama ha aceptado recibir a miles de refugiados sirios y ha manifestado públicamente su negativa a comprar la idea enviar tropas a Siria –quizás entendiendo que las políticas colonialistas son causales directas del presente desastre-. Obama parece no estar solo. La mayoría de los demócratas, el partido del presidente, se han resistido a hablar de guerras o de amenazas inminentes. Pero esto podría cambiar drásticamente si un candidato del Partido Republicano llegara a la presidencia de Estados Unidos en 2016. Y es que el terror podría dar nueva fuerza a la campaña de este partido conservador, cuyo discurso se desviará de los temas económicos, en los que normalmente resulta vapuleado, para centrarse a partir de ahora en seguridad nacional.
El filósofo y economista Amartya Sen acierta en el blanco cuando afirma que “la mayoría de los conflictos y barbaridades del mundo se sostienen a través de la ilusión de una identidad que no puede ser elegida” (Identity and Violence, Penguin, 2007). El conflicto expuesto por los atentados de hace unos días no es uno entre los militantes de dos religiones o de dos grupos de naciones, sino el efecto presente y la causa futura de visiones retrógradas de humanidad que no están necesariamente determinadas de antemano.
Las fuerzas progresistas en todo el mundo se enfrentarán en los próximos años a la dura prueba que representa revertir las condiciones que permiten el extremismo al interior de su territorio y que han alimentado el extremismo de grupos más allá de sus fronteras.
Tal como demuestra lo ocurrido con la demanda de replantear el enfoque hacia las drogas, las grandes potencias reaccionan cuando se sienten directamente afectadas. La presente tragedia, cruda, sangrienta e injustificable, puede ser el punto de quiebre que permita unir esfuerzos en la defensa de los valores liberales, o que nos lleve a una nueva etapa de mitos y oscurantismo. Las vidas que los terroristas han robado en Nigeria o Líbano son igual de valiosas que las que se llevaron en París la semana pasada, pero la pérdida de las segundas desencadenará eventos que irremediablemente terminarán por afectar a los ciudadanos de todo el mundo. Los mexicanos no podemos sustraernos del debate global que viene. Nos guste o no, a dónde quiera que vayamos, en ésta nos vamos juntos.
más leídas
más leídas
entrevistas
entrevistas
destacadas
destacadas
sofá
sofá