Nadie puede justificar la reciente matanza de París, donde murieron cientos de inocentes a manos de miembros de ISIS, el grupo terrorista islámico.
Pero tampoco nadie puede justificar (ni olvidar) los daños causados al mundo por los estados imperiales (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, en su momento incluso la misma España).
Estas naciones se han dedicado por décadas o siglos a intervenir arbitrariamente la vida de otras naciones y no precisamente para ayudarlas a que les vaya mejor, sino para arrebatarles sus tierras, robarles sus recursos y controlarles sus vidas, creando con ello imperdonables catástrofes.
La matanza de París está enmarcada precisamente en este contexto: una reacción natural (como la que hubo no hace mucho contra el semanario Charlie Hebdo) al intervencionismo (injustificado) de una nación sobre otra.
La respuesta de Francia no es menos condenable: ha arrojado veinte bombas sobre Raqqa, la capital del estado islámico, dejando ¿cuántos cientos de muertos inocentes?
En La paz perpetua, el filósofo Emanuel Kant habló precisamente sobre la importancia del respeto que debe haber entre las naciones. Para que exista paz, dice Kant, esa soñada paz perpetua, una nación no debe intervenir en la soberanía de ninguna otra (ni política, ni ideológica, ni cultural, ni religiosamente).
Mucho menos para arrebatarle sus recursos naturales.
¿Con qué derecho las potencias imperiales –en este caso Francia y Estados Unidos, que participó en este último bombardeo- se han erigido en jueces de lo que debe o no debe ser una civilización?
¿Por qué no nos dicen que esa bienintencionada solidaridad es movida más bien por los intereses comerciales más viles y sanguinarios?
He tenido oportunidad de hablar con ciudadanos del mundo islámico (estudiantes, colegas profesores, vecinos): todos concluyen que su paz no llega debido a la intrusión de las potencias imperiales, especialmente de EU.
El nuevo orden mundial requiere respeto irrestricto de esas fronteras invisibles y profundas que existen entre una cultura y otra, de tal modo que los países que se han erigido en los guías morales de la humanidad lo sean tanto que no respondan a la violencia con más violencia. Mucho menos que sean, subrepticiamente, los promotores de la misma.
Por lo demás, yo pienso lo siguiente: hay que estar siempre del lado de los más débiles.
@rogelioguedea