Jorge Alberto Gudiño Hernández
15/11/2015 - 12:03 am
La lectura y las encuestas
Desconfío de las encuestas. Salvo para casos muy concretos, no suelen ser un instrumento confiable de medición. Lo explico: si a mí me preguntan cuál es el refresco que más consumo, respondo sin dudarlo. Salvo algunas excepciones que están dentro del margen de error (siempre hay quien contesta algo raro), casi todos los encuestados contestarían […]
Desconfío de las encuestas. Salvo para casos muy concretos, no suelen ser un instrumento confiable de medición.
Lo explico: si a mí me preguntan cuál es el refresco que más consumo, respondo sin dudarlo. Salvo algunas excepciones que están dentro del margen de error (siempre hay quien contesta algo raro), casi todos los encuestados contestarían con cierto grado de certeza. El resultado se podría comparar con los datos duros de la industria refresquera y habría coincidencias enormes.
No siempre es así. Si me preguntan cuántos libros he leído en el último año, mi respuesta, en el mejor de los casos, sería una aproximación. Lo ignoro. No soy de ésos que va haciendo listas o palomeando pendientes. Tampoco sería capaz de decir cuántas series de televisión o películas he visto. Vamos, ni siquiera a lo largo del último mes. Como la industria editorial (a diferencia de la refresquera) no cuenta con datos duros contra los que se pueda comparar, entonces no hay forma de tener certezas. Además, libro comprado no es igual a libro leído y libro leído no es igual a libro comprado.
Esta semana salió una nueva encuesta nacional de lectura. El número es por demás optimista: más de cinco libros al año. Este resultado al menos duplica estimaciones anteriores. Enhorabuena.
Yo no le creo al numerito. En verdad, en una encuesta uno puede contestar lo que se le dé la gana. Sobre todo, si no hay manera de compararlo con datos duros. Está demostrado, por ejemplo, que frente a preguntas en torno a vicios, la gente tiende a confesar cantidades menores de consumo a las reales. En el caso de las virtudes, la respuesta debe ser la opuesta.
Volvamos a la encuesta. Más de cinco libros al año, asegura. También dice que, casi la mitad de la población no lee nada. Esto complica las cosas porque significa que el país de lectores incluido en México, tiene un promedio de lectura de más de diez libros al año. Así, de golpe, sin operar magia alguna. ¿Qué quiere decir esto? Que entre los que leemos, nuestro promedio de lectura es de casi un libro al mes.
De nueva cuenta, enhorabuena.
Sigo sin creerlo. No quiero partir de prejuicios pero es fácil encontrar la correlación que existe entre el nivel de lectura y la condición socioeconómica. Aun cuando la conclusión no es exacta, es relativamente sencillo pensar que si la mitad de la población de este país vive en la pobreza, sea ese grupo quien no lee: hay necesidades que requieren atención mucho antes que la lectura; comer, por ejemplo.
Si damos el argumento anterior como válido, resulta que los lectores pertenecen a la enorme clase media y a la escasa clase alta. La mayoría de las personas que conozco también. Casi todos mis alumnos, conocidos y amigos se encuentran en ese estrato socioeconómico.
Dentro de ese grupo, excluyo a los lectores profesionales (que no son tantos, por cierto). Me quedo con una muestra de cien personas. Dentro de ella, está un buen número de alumnos universitarios (hago énfasis porque tienen muchas lecturas obligatorias). Imposible llegar a un resultado estadístico que avale a la encuesta. Tengo amigos, profesionistas, exitosos, con familias funcionales, buenos niveles de ingresos y demás que no sólo no leen diez libros al año sino, por el contrario, apenas han leído uno en la última década.
Sé que mi ejercicio estadístico tiene muchos errores. Sirva apenas como ejemplo. Me parecen excesivos los resultados que arroja esta nueva encuesta de lectura. Sin embargo, también me parecen un tanto inútiles. A fuerza de comparar encuestas anuales, regionales y nacionales nos vamos acercando a una conclusión peligrosa: interesa el número de libros que leemos al año. De ser así, pronto será muy fácil manipular los datos. Asegurar, por ejemplo, que leemos 40 por persona.
Sé que este texto parece pesimista. Sin embargo, no es así. Estoy convencido de que el promedio nacional de lectura es inferior. Pese a ello, también estoy seguro de que, quienes leen, más que ocuparse por el número de libros o de páginas (porque no es lo mismo leer una cosa que otra), lo hacen por gusto. Si conseguimos, pues, aumentar la calidad de nuestras lecturas, la cantidad dejará de importar. Aunque no haya forma de medirlo.
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