En el seminario de Lunes Mexicanos (Mexican Mondays) que dirige Caudio Lomnitz, escuché de boca de Santiago Levy, sin duda uno de los mejores y más serio economistas del país, la más clara explicación de por qué la economía mexicana no crece a pesar de todas las reformas, todas las recetas del Fondo Monetario Internacional, el aumento en el nivel educativo y toda la ortodoxia monetaria. La explicación, dice Levy, no está en la macroeconomía, cuyos indicadores son envidiables, sino en lo que pasa abajo, en la microeconomía.
En un trabajo minucioso, Levy estudió todas las empresas registradas por el INEGI, que dicho sea de paso hay otra mitad que está fuera de las estadísticas, las clasificó y analizó por tamaños, por sectores e incluso por su nivel de formalidad (la mayoría los estudios de Levy están disponible en internet, en particular sobre este tema (Un)Formal and (un)Productive; the Productivity Cost of Excessive Informality in Mexico, BID 2012). La conclusiones, grosso modo, y espero no traicionar la complejidad del estudio, es que el gran problema de la economía está en el ambiente económico, que incluye las relaciones laborales, el acceso al crédito, la manera en que pagamos, o no pagamos, impuestos, y la confianza. Todo esto genera un mezcla de incertidumbre y distorsiones donde contrario a lo que pasa en cualquier economía, el crecimiento de las empresas no genera mayor productividad. En este ambiente las empresas más grandes y formales son, paradójicamente, menos productivas por peso invertido que las más pequeñas y menos formales.
A pesar de las llamadas reformas estructurales Peña Nieto va a cerrar su tercer año de gobierno con el mismo crecimiento mediocre, el que tanto criticó durante la campaña, que los gobiernos anteriores del PAN y el PRI y todo apunta a que los siguientes años serán igual. Levy usa una magnifica metáfora para explicar lo que pasa en nuestro país: como Penélope, dice, lo que se teje en el día se deshace por las noches. Así, o que Peña Nieto se logró con la reformas estructurales lo desbarató él mismo con la «casa blanca» y otros escándalos de corrupción; lo que se logró en la reforma de telecomunicaciones se deshizo con las leyes secundarias y las integración de los órganos decisores, etcétera. Lo que en las mañanas teje la economía por las noches lo desbarata la política.
De cara a las elecciones del 2018 no tardan los partidos y candidatos en comenzar a vendernos recetas mágicas para el crecimiento económico: más reformas, más apertura, más inversión extranjera, etcétera. Cualquier cosa que digan no tienen sentido si antes no nos presentan una nueva forma de relacionarnos con el Estado en materia fiscal, una reforma al sistema bancario, una política de ataque frontal a los sindicatos corruptos que defienden intereses de los líderes y no de los trabajadores, si no hay un plan anticorrupción que vaya más allá de de la honestidad valiente de Andrés Manuel, la buena conciencia de los panistas, las reformas legisltivas de los priistas, o las brabuconadas de «El Bronco».
El problema de la economía mexicana es político.