No puedes pensar en una sonrisa beatífica y asociarla al rostro de Charly García, el benemérito héroe del rock en español y que durante mucho tiempo fue más o menos la encarnación del diablo en la cultura popular latinoamericana.
Se llama Carlos, como Gardel y es como el genio del tango una figura mítica en el país donde nació hace 64 años.
Pero sí, había algo de ángel cuando entró a la discoteca en una silla de ruedas y un trago de algo en un vaso que levantó con su mano derecha, mientras ponía cara de bueno, de no romper un plato ni escupir al cielo, a la cámara que lo captó con voracidad.
Lo acaban de operar de la cadera y según dijo su colega y compatriota Fito Páez, “está bien, está feliz y está grabando un disco que va a estar bueno”.
Nadie espera a estas alturas un disco que esté bueno del autor de temas impresionantemente nuestros, anidados en el ADN y en el tejido sano del corazón roto que portamos no sin cierto esfuerzo, pero si Charly hace música, sonríe con cara de santo y levanta una copa, el mundo todavía tiene remedio.
En la discoteca celebró su cumpleaños 64 y para que el universo se pusiera a su nivel, como ya es costumbre, pidió que todos los invitados fueran en silla de ruedas. No hay muchas fotos de la fiesta privada en el Faena, pero las que se ven en las redes sociales muestran que nadie le hizo mucho caso.
Todos en cambio parecen haber reído mucho al lado del genio sudamericano, quien después de Gustavo Cerati es el argentino más querido y admirado en México.
Para mí, García es como un padre, aunque por edad podría ser sólo mi hermano mayor. Lo entrevisté dos veces, una de las cuales fue en una habitación de hotel. Yo sentada en el borde de la cama, él en el medio, orondo, armándose un churro de marihuana y respondiendo con simpatía mis preguntas temblorosas y pavas.
La otra fue en las instalaciones de EMI, ese hermoso caserón de la calle Río Tigris, sentados ambos a lo largo de un sillón espectacular y yo otra vez temblando. Guardo una fotografía de ese encuentro, que enmarqué para mi galería de mitos, como corresponde.
Una vez, en una conferencia de prensa, también en EMI, le pregunté qué pensaba de algo que había hecho Andrés Calamaro (no recuerdo bien) y que se parecía a algo que había hecho o había dicho Charly (como saben los historiadores de la prensa rosa del rock, el Salmón y García estuvieron enemistados durante un tiempo a causa de una mujer) y él respondió, con picardía: “Y… es la influencia”. (Los conocedores de su repertorio entenderán).
Esta semana pensé mucho en Charly, pero no por su cumpleaños ni por esa cara de bueno que pone ahora el chico más malo del rock en español, sino porque se me pegó una canción de Sui Géneris que tarareo incluso cuando escribo este texto.
“El show de los muertos”, la canción de Sui Generis en el discazo Pequeñas anécdotas sobre las instituciones y seguramente la recordé porque ha sido una semana de escribir mucho sobre la muerte y los muertos, así lo mandan las fechas.
“No hay que hacer un show de los 43”, me decía Federico Mastrogiovanni en una entrevista que saldrá publicada mañana.
“El show de los muertos”, esa canción donde Charly dice: “Tengo los muertos todos aquí, ¿quién quiere que se los muestre? Unos hincados, unos de pie, todos muertos para siempre. Elija usted en cuál de todas ellas se puso a pensar”.
Charly, eternamente Charly. Cuando una canción alcanza para narrar lo que nos pasa.
“Elija usted en cuál de estas muertes se puso a llorar”…
Yo crecí con sonrisas de casa
Cielos claros y verde el jardín…
¿Y qué estoy haciendo…
Acá en esta calle con hambre…?
¿Cuántas veces tendré que morir para ser siempre yo?
Y no ese que duerme tranquilo
Después de asesinar sin saber
Y ríe en su casa
Con el cuerpo limpio de muerte solo con
su propia muerte pequeña, tibia;
En su espalda…
Bailen las viudas, vuelen los velos negros
Al infinito…
Caigan las balas sanas aquí
que las sombras se hagan gritos…
Silencio.