Pareciera que el mejor analista político de México es Robert Louis Stevenson, autor de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, novela en la cual describió a los demonios que torturaban a la Inglaterra del siglo XIX: respetabilidad externa y perversidad interna, con lo que ha desplazado a Franz Kafka como cronista del México del Siglo XXI.
Tratando de explicar la crisis de angustia del poder y regresando a la realidad, el General Cienfuegos era el doctor Jekyll cuando tomó posesión y decía en muy buena voz que haría que el Ejército respetara las garantías individuales, para vivir en un verdadero estado de derecho. Pero se convirtió en el señor Hyde cuando exclamó: «no voy a permitir que mis soldados declaren, ¿qué les quieren preguntar?».
Es otra persona, porque tras leer los partes militares del 26 de septiembre en Iguala surgen muchas preguntas que él debió hacer al responsable de la plaza de Iguala, y a su vez que el presidente debió hacerle al secretario de la Sedena. Sólo dejo algunas:
¿Por qué, sabiendo que había jóvenes detenidos que no estaban en una cárcel, los militares se retiraron a descansar después de las 2 de la mañana, precisamente cuando los policías entregaban a los jóvenes a los asesinos materiales?
¿Por qué, si ellos tenían informes de heridos y muertos por bala, no activaron un operativo para encontrar a los desaparecidos?
¿A qué hora le informaron del incidente en Iguala con disparos de armas de fuego, muertos y heridos, y qué instrucciones giró para atender la emergencia?
¿Por qué, si monitoreaban las actividades de los jóvenes desde aquella tarde, se detuvieron exactamente cuando habían desaparecido del radar?
¿Por qué su servicio de inteligencia no sabía de las relaciones cercanas entre Abarca, la Policía y Guerreros Unidos?
Si no sabía entonces ¿qué hace su servicio de inteligencia en Guerrero?
Si su servicio sabía de la relación de Guerreros Unidos con el municipio y Policía, ¿Por qué no estableció como muy probable que las desapariciones pudieran estar ligadas con actividades coordinadas por ambos grupos?
¿Acaso la milicia, sabiendo de la cercanía entre la Policía de Iguala y Cocula con Guerreros Unidos, no tenía infiltradas las fuerzas locales, si para ellos es fácil ingresar?
¿Quién decidió retirar a los militares de las calles, precisamente mientras los jóvenes eran asesinados?
¿Por qué no hicieron sobrevuelo en avionetas o con drones? Pudieron pedir un helicóptero la mañana siguiente.
¿Por qué ningún soldado vio las columnas de humo que surgían del basurero de Cocula?
¿Habría actuado igual si entre los desaparecidos se encontrara un hijo del Presidente de la República, o un hijo suyo?
¿A los militares al mando les importaba personalmente la suerte de los desparecidos?
¿Cuándo y en qué términos informó al Presidente Peña Nieto?
¿Cuál ley le permite dejar o no dejar declarar a los militares?
¿Sabe usted lo grave que sería para el estado de derecho que un secretario del presidente pueda decidir por encima de la ley escrita? Hoy lo hace usted, y mañana lo harán todos los demás para encubrir sus actos de corrupción.
¿Considera que su actitud es una conducta ejemplar para los gobernantes de los países miembros de la ONU, que escuchan que en México los militares no declaran porque no les da permiso el Secretario de Defensa?
Esas y muchas preguntas más tienen pendientes de responder los militares que estaban de guardia y el propio Secretario.
Cuando escuchamos al líder del Ejército hablar así, convertido en el señor Hyde, no sólo nos asusta a nosotros, sino a todo el mundo.