Julieta Cardona
10/10/2015 - 12:00 am
Nostalgia
Nostalgias – Buika Es raro pero no siento celos. Ella, acompañada, entra al bar cuando yo llevo ahí un par de horas viendo un partido que decidirá mi séptima apuesta de football en lo que va de la temporada. Si derrotan a mi equipo serán ya cuatro apuestas perdidas al hilo. Ni hablar: nací perdiendo […]
Nostalgias – Buika
Es raro pero no siento celos. Ella, acompañada, entra al bar cuando yo llevo ahí un par de horas viendo un partido que decidirá mi séptima apuesta de football en lo que va de la temporada. Si derrotan a mi equipo serán ya cuatro apuestas perdidas al hilo. Ni hablar: nací perdiendo en todas partes.
En fin, ella entra, pasa a un lado mío y elige sentarse muy cerca de mí. A esta distancia siento, no sé, que me extraña. Me mira de reojo y sonríe a su acompañante como si estuviera feliz, se carcajea como si no estuviera llena de grietas y, con torpeza, se le abalanza al hombre que va con ella: lo besa como si lo quisiera; hace alarde de todo eso que no siente por él deseando provocar que yo la mire, que me aproxime y le diga, como le dije a muchos otros cuando estuvimos juntas: no, ella no baila.
No lo hago; no hago gran cosa, sino lo que necesito para entenderla: la miro de reojo y recuerdo la última vez que nos enfrentamos: ella usó la palabra alevosía para decirme que yo amaba así, con alevosía y, amenazando con no repetirnos nunca más, salió de mi departamento después de un portazo. Yo guardé silencio: qué mejor luto para un amor en caída libre. Trato de seguir en lo mío: miro fijamente el televisor aunque el resto del partido pinte del carajo, pero ella cada vez habla con más fuerza: dice algo del Spotify de Quentin Tarantino, que su vida es un pedazo de guion de Woody Allen y que quiere burlarse del mundo en su cara. Mientras, yo me pregunto dónde se pondrá el amor cuando se rompe.
Cierro los ojos pero no puedo dejar de escucharla; en mis adentros atisbo las reminiscencias de un amor jodido y reconozco mi deseo pasajero por volver a tenerla; comprendo su necesidad por sentirse suficiente y, por primera vez, cada cosa me parece justa: es una cabal manera en la que el tiempo te dice que la mayoría de todo lo que has amado está de paso.
Tengo ganas de decirle que no es mala, que solo está perdida, pero prefiero irme en silencio y sin prisa. ‘No eres mala, mujer, solo estás perdida’, repito con disimulo y camino de regreso a casa.
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