Tomás Calvillo Unna
26/08/2015 - 12:01 am
¿Y Carmen?
Los domingos solemos reunirnos a comer un grupo de amigos: algunos vecinos, estudiantes, profesionistas, amas de casa o amos, y otros en tránsito de funciones. Conversamos, chacoteamos, nos damos carrilla, y recomponemos el mundo como debe ser, no falta quien pregunte, ¿Y Carmen? Vienen a la memoria los acontecimientos recientes, que su nombre convoca. En […]
Los domingos solemos reunirnos a comer un grupo de amigos: algunos vecinos, estudiantes, profesionistas, amas de casa o amos, y otros en tránsito de funciones. Conversamos, chacoteamos, nos damos carrilla, y recomponemos el mundo como debe ser, no falta quien pregunte, ¿Y Carmen?
Vienen a la memoria los acontecimientos recientes, que su nombre convoca. En la mañana, miles de automovilistas detenidos en alguna esquina o embotellamiento sintonizando su voz y escuchando sus palabras cargadas no sólo de información, y a veces de jiribilla, sino lo más importante: de libertad.
En restaurantes, cocinas, oficinas, durante las primeras horas, su voz acompañaba los desayunos, el inicio de las tareas de trabajo, los ejercicios en el gimnasio, las caminatas en el parque o donde se pudiera, hasta en las azoteas, junto a tinacos, sábanas y nubes.
Carmen se convirtió en una compañía necesaria para un país entero, incluso para el poder y sus múltiples rostros desde los malditos a los benévolos, desde los imbéciles a los sabios. La voz de Carmen se transformó en los últimos años más allá de sus filias y fobias, en la expresión de la dignidad cotidiana de millones de ciudadanos; sin querer queriendo asumió esa difícil posición de equilibrar la percepción de la vida política y social del país que cada mañana los poderes pretenden editar.
Carmen recordaba que la realidad no es unidimensional, logró que su voz fuera a su vez las voces de la compleja diversidad de nuestro país. Una mujer valiente, honesta, inteligente e incisiva, cualidades donde miles se reconocían.
La radio a diferencia del periódico impreso, está más vigente que nunca, Carmen lo demostró, ante el micrófono logró que el dolor, las injusticias, los abusos, no pasaran desapercibidos, se convirtió en la ventanilla donde los ciudadanos depositaban todo tipo de agravio, donde las víctimas podían comunicar al menos su testimonio.
La reflexión y discusión del entramado político se volvió algo común y necesario. No ha sido la única pero sí la más clara y contundente, logró incidir en la vida pública y posicionar en la agenda de la nación temas fundamentales para el bien de la República.
Su programa era un río vivo, su cauce permitía darnos cuenta por dónde íbamos. De pronto lo acallaron, lo secaron; el pretexto fue una información importante, pero nada del otro mundo, en un país que heredó el “Partenón” y la “Colina del Perro”.
Llama la atención que tanto la familia dueña del medio que trasmitía su programa como ella misma, lograran acotar el conflicto sin llegar a un entendimiento, con la censura y el despido de por medio y la atmósfera pública cargada y polarizada. Los Vargas y Carmen, no se insultaron, mantuvieron un tono duro pero que nunca cayó en la agresión verbal y la descalificación. Ambas partes, como el gobierno mismo quedaron atrapados en un anacronismo autoritario, donde todos hemos perdido.
Hoy se vuelven a escuchar los pasos de Carmen Aristegui (parafraseando la frase de otro excelente periodista cuando relató la épica política del Dr. Salvador Nava); ante el umbral de un país que no tarda en reencontrarse. A su ímpetu suma la paciencia. Sin duda su experiencia enriquecerá la cultura democrática amenazada y con ello, todos ganaremos.
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