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Benito Taibo

09/08/2015 - 12:00 am

La condena del olvido

En la antigua Roma, el senado se reunía solemnemente, de tanto en tanto para determinar qué hacer con los personajes que hubieran influido en el destino del imperio, para bien o para mal, después de su muerte, y así proceder en consecuencia. La ocasión especial era llamada senatusconsultum, que realizaría un juicio póstumo sobre la […]

En la antigua Roma, el senado se reunía solemnemente, de tanto en tanto para determinar qué hacer con los personajes que hubieran influido en el destino del imperio, para bien o para mal, después de su muerte, y así proceder en consecuencia.

La ocasión especial era llamada senatusconsultum, que realizaría un juicio póstumo sobre la dignidad, o los defectos flagrantes de aquel al que Roma pagaría de esa curiosa manera por los vicios o virtudes reflejados en su vida.

A veces había sentencias que harían que la memoria de aquel que fue juzgado, fuera recordado para siempre; fue el caso de César, de Claudio o de Adriano.

Ese resultado era llamado apotheosis (palabra griega que puede definirse como “contarse entre los dioses”) y que hoy conocemos como momento culminante o triunfal, que se traducía en el ensalzamiento eterno del personaje, erigiéndole templos, estatuas y mausoleos, poniendo su nombre a plazas y avenidas, encargando a poetas que escribieran loas que perduraran por siempre para honrar su legado, dedicándoles ceremonias fastuosas y festividades. Su divinización.

Pero podía suceder lo contrario.

Que aquellas acciones ruines, viles, infaustas, terribles que cometieran los juzgados durante su estancia en la tierra, fueran castigadas con la damnatio memoriae.

Una maldición terrible.

Ser sentenciado a que nadie sepa tu nombre, a que nadie te recuerde, condenado al olvido.

Se destruían entonces los bustos de aquellos que merecían el castigo, se fundían las monedas que llevaran su cara, se borraban de las paredes las inscripciones con su nombre, se lanzaban al fuego los lienzos donde apareciera su efigie, se suprimían de los anales, esos registro oficiales, sus acciones civiles o militares y por último, se confiscaban sus bienes, se exiliaba a sus partidarios o cómplices, o de plano se les ejecutaba.

Se borraba, pues, todo rastro del personaje, condenado al olvido oficial y al destierro de la memoria colectiva.

La damnatio memoriae que puede traducirse como destrucción del recuerdo o condena de la memoria, es tal vez una de las acciones más duras que puedan hacerse contra alguien.

Se le aplicó en su momento a  Nerón, ese emperador al que se acusó de incendiar la ciudad de Roma, para reedificarla a su gusto, y también por ejercer un tiránico y violento gobierno. Y sin embargo, sus acciones han llegado hasta nuestros días y es recordado, tal vez como un mal ejemplo.

A lo largo de la historia se ha intentado, de muchas maneras, borrar las huellas del pasado para así, intentar evitar que se repita.

La reconciliación y el perdón, son dos argumentos que se esgrimen, intentando desvanecer las cicatrices que han dejado marcadas  esas acciones de gobernantes para siempre, en la memoria del tiempo. Ni creo en ellas, ni celebro sus aparentes virtudes.

Yo creo en la justicia. Aunque a veces sea ciega y muda, sorda y torpe.

Y creo que se deben pagar aquí mismo, en la tierra y en su tiempo, y no después de muertos, las tropelías, las impunidades, la barbarie, el ejercicio del poder desmedido, la ambición, la corrupción.

Aunque me sigue gustando, lo confieso, esa condena de la memoria que ejercitaban los romanos, siempre y cuando venga después de la condena de la justicia.

Podríamos ir quitando nombres de calles, plazas y parques, estatuas que lleven el nombre y la figura de presidentes, gobernadores, alcaldes y caciques que nos han traído hasta estos turbulentos, violentos, terribles, abismales tiempos.

Una damnatio memoriae colectiva que los condene por los siglos de los siglos al ostracismo. Que se vuelva su sola mención, una maldición perpetua.

Pero insisto, antes, que sus obras y sus hechos sean juzgados y condenados por el hoy y el ahora.

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