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Alma Delia Murillo

08/08/2015 - 12:01 am

Ignorante Academia de la Lengua

A veces imagino las palabras como una jauría de perros hambrientos que atacan en manada y que muerden hasta dejar en jirones el trozo de carne que han de devorar. Baste para ilustrar lo que digo el monólogo de Carlota en Noticias del Imperio de Fernando del Paso, leyéndolo se corta el aliento y hace […]

Acadlengua

A veces imagino las palabras como una jauría de perros hambrientos que atacan en manada y que muerden hasta dejar en jirones el trozo de carne que han de devorar.

Baste para ilustrar lo que digo el monólogo de Carlota en Noticias del Imperio de Fernando del Paso, leyéndolo se corta el aliento y hace falta resoplar y exhalar con cada párrafo.  Un pedacito de eternidad, eso es lo que hay ahí. ¿Cómo no sentirse trémulos luego de contemplarla?

Cuando leo algo tan poderoso siento una profunda admiración que manifiesto sin reparos por quien lo escribió y también deseos de espetar un envidioso y reverencial ¡qué hijo de puta! como tantas veces le escuché decir al extraordinario escritor Diego Fonseca en aquel taller de edición cuando leía fragmentos redondos y perfectos de otros autores. Pero, sobre todo, siento una rendición absoluta por el lenguaje, por las palabras. Unas ganas locas –como locura hay en todo lo que gesta ideas de divinidad- de imaginar que las palabras son Dios, un Dios universal que – incluyente, ese sí, no como el judeocristiano culero, remilgoso y elitista que sólo se comunica con los limpios de corazón– habita en cada uno de nosotros.

Hablo en serio cuando digo que el lenguaje tiene atributos de divinidad porque todo lo puede,  todo lo siente y en todo habita. Y puede manifestarse lo mismo en boca de Fernando del Paso, Lope de Vega o Calderón de la Barca que del campesino más iletrado o de la abuela más parlanchina.

Siendo así, no dejo de preguntarme con qué derecho y por qué carajos esa Real Academia Española decide qué vocablo alcanza el rango –digno de la realeza– para figurar en su diccionario que no deja de ser un magro, ignorante y escaso trocito de la inagotable y viva experiencia del idioma español. ¿Cómo lo imperial puede contener a lo divino?, ¿cómo lo finito puede definir a lo infinito? No es posible, hay que ser muy estrechos de entendederas para pensar que sí.

Con sobrada razón señala el escritor colombiano Andrés Hoyos en su columna Pandebono (sirva este texto como eco aguerrido del suyo) que para la RAE hay palabras de primera, segunda y tercera categoría. Y, por supuesto, las jerarquías más bajas contienen a todas aquellas palabras que no nacieron en España sino en nuestros países colonizados donde, además, estamos la mayor parte de los hispanohablantes: México ocupa el primer lugar, Colombia el segundo, el tercero y cuarto se disputan entre Argentina y España. Somos más de una veintena los países que superamos y desbordamos el glosario de palabras que la RAE ha seleccionado como oficiales del idioma español.

Así que no me jodan, o en mexicano: que no me chinguen.

Obviamente en la soporífera RAE empinar no figura como sinónimo de morir pero expirar sí es definida como acabar la vida. Se le empinó el atole, decían en el pueblo de mi abuela para referirse a alguien que había muerto. ¿No es una joya de frase mucho más graciosa que “expiró”?

Hay expresiones contundentes y orondas que su rancia majestad la RAE desaprobaría por completo. ¿Cuánto se tardaron en incluir el –se sugiere arrugar  la nariz con desprecio aristocrático antes de pronunciarlo– mexicanismo agüitar en su diccionario? Es una palabra preciosa porque es plástica, gráfica: el sentimiento de tristeza nos hace agua o agüita, nos agüitamos. ¿No es una bellísima forma de enriquecer el idioma?

Es gracias a los neologismos que ese hermoso animal llamado lenguaje sigue vivo. El pandebono del texto de Andrés Hoyos que en Colombia es tan utilizado y que podría referirse a pan de horno y que la RAE, melindrosa, no admite, es otro ejemplo de fariseísmo puritano.

Como tampoco admiten chamuco. En México nombramos así al diablo porque en el infierno, donde el fuego lo quema todo, lo lógico es que Satanás esté chamuscado de pies a cabeza. ¿Hace falta explicar más?

En Cuba le dicen Zunzuncito al colibrí más pequeño que se conoce, es una onomatopeya preciosa: zun-zun hacen las alas del pájaro diminuto. Pues dice la señora RAE que nel, que niguas, que no, que ese nombre no le agrada matarile-rile-ron.

Hay tantas nuevas palabras que iluminan el mundo con precisión y  creatividad: esos dos tuvieron sus queveres (algo que ver). Es un abogánster (abogado y gánster a la vez, prístina alusión a la cualidad de criminal que une ambas mafias).

Lo sospechoso es que la RAE sí tiene derecho de castellanizar cualquier vocablo inglés, francés o alemán e incluyen baipás por bypass (¡yisas lord!), cruasán por croissant y kínder por kindergarten en su diccionario y nosotros no podemos enriquecerlo con chamuco, pandebono ni abogánster. ¡Achis, achis, que me toquen los mariachis!

¡Achis! contracción de ¡Ah, chingados! que en la Real Academia tampoco conocen. Puedo verla encarnada en una señora agria, artrítica y acorralada por su propio desconocimiento, igual a esas obsesivas y redomadas ignorantes que se bañan en gel antibacteriano convencidas de que con ello esterilizan el ambiente porque no saben que tal cosa es materialmente imposible.

Así de absurdo resulta ese diccionario tratando de administrar un medicamento contra la potencia de la vida.

Pero he aquí que hay un rayo de esperanza: las tablas moisesianas algún día serán remplazadas por un diccionario internacional del idioma español, el lingüista mexicano Raúl Ávila –a quien tuve la inmensa fortuna de conocer y escuchar en un par de reveladoras charlas- coordina desde el Colegio de México un proyecto llamado VALIDE (Variación Léxica Internacional del Español) que reúne a más de veinte países para entre todos recopilar las palabras ancestrales, mutables y novedosas del idioma español que hablamos en el mundo y que en la mojigata RAE se están perdiendo.

El lenguaje es un organismo vivo y en desarrollo, se mueve, respira y se alimenta: por eso hay que darle su pandebono, su chileatole y sus tlayudas para que crezca grande y fuerte y que ningún apantallapendejos le diga qué comer ni cómo.

@AlmaDeliaMC

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