Jean Arthur Rimbaud significa el más grande de los poderes cósmicos: el niño-dios. Su poesía es un instante verbal que resuelve en su unidad la pluralidad del mundo: eternidad e infinito. La imagen rimbaldiana no es in-significante: aunque el referente es lo externo, significa lo más profundo del ser; el paisaje es un estado del alma y un concepto, es decir, una ensoñación. Pescador de imposibilidades, Rimbaud es un pescador de estrellas.
El veinte de octubre de l854 nace, en Charleville, ciudad burguesa de la norteña región de las Ardenas, un genio desorbitado y aventurero, un sueño que sólo es leal a sí mismo, uno de los más grandes poetas de todos los tiempos: Jean Arthur Rimbaud. Su poesía que, en opinión de Jorge Luis Borges, dio nacimiento al simbolismo francés es, de manera indirecta, continuadora del macabrismo poeniano y precursora del terror cósmico lovecraftiano. Aunque la personalidad devastadora de Rimbaud no permitía descendencia ni progenitores, en realidad continuó la tradición romántica de romper con la tradición. Pierre Michon –uno de los más importantes narradores franceses en la actualidad– en su libro Rimbaud el hijo escribe: “De eso estoy seguro: Rimbaud rechazaba y execraba todo maestro, y no tanto porque él mismo quisiera o creyera serlo, sino porque su maestro […] desde siempre era una figura fantasma inefablemente exhalada en los clarines fantasmas de guarniciones lejanas, una figura perfecta, fuera de su alcance, infalible y muda, postulada, cuyo Reino no era de este mundo…”, es decir, se rige por leyes de las que nada sabemos, pero intuimos, y que son fuente de bendiciones y calamidades, son leyes que rigen lo sagrado.
Cuando Jean Arthur tenía un año el capitán Frédéric Rimbaud, abandona el hogar, harto de las intransigencias de su esposa, y parte hacia la guerra de Crimea, en busca de peligros militares. Para el año de 1860, el matrimonio se ha roto; el acomodado abuelo materno, siempre inoportuno, muere y la familia se ve en la necesidad de buscar casa en un barrio populachero de la ciudad. La madre de Rimbaud, de un carácter insoportable, pelea con todos los vecinos y la familia tiene que mudarse, nuevamente, a un barrio “mejor visto”. A la temprana edad de ocho años, Rimbaud escribe sus primeros trabajos en prosa conocidos: “Prólogo”, “Carlos de Orleans” a “Luis XI” y “Un corazón bajo una sotana”. Los alumnos del instituto lo apodan “El cochino santurrón”, debido a la ardiente fe religiosa que profesa. En 1869 Jean Arthur obtiene, con el tema “Yugurtha”, el primer lugar en el Concurso Académico de versos latinos. Ese mismo año, la revista Le Moniteur de l´Enseignement secondaire publica tres poemas en versos latinos de Rimbaud: “Yugurtha”, “Vererat” y “El ángel y el niño”; y La revue pour tous publica los primeros versos franceses de Rimbaud: “Los Aguinaldos de los huérfanos”. Poema en el que se respira la maravilla, la magia, el milagro y el sueño. En la víspera del Año Nuevo, dos niños huérfanos, completamente solos en la casa helada, pues su padre está lejos, desde una habitación oscura, contemplan, tristemente, por la ventana un paisaje lóbrego y fantasmal. Toda la noche recuerdan lo distinto que era esa fecha cuando su madre vivía; fatigados, entre charlas y risas, quedan dormidos, pero el sueño viene con el despertar:
…dulce gesto del despertar, adelantan la frente,
y su vaga mirada se posa alrededor de ellos¼
Se creen adormecidos en un paraíso rosa¼
En el hogar lleno de destellos canta alegremente el fuego¼
Por la ventana se ve a lo lejos un hermoso cielo azul;
la naturaleza se despierta y de rayos se embriaga¼
La tierra, medio desnuda, feliz de revivir,
tiene escalofríos de alegría bajo los besos del sol¼
Y en la vieja casa todo es tierno y bermejo:
las oscuras ropas ya no cubren la tierra,
el cierzo bajo el umbral ha terminado por callarse¼
¡Se diría que ha pasado un hada!¼
–Los pequeños, muy felices, han lanzado dos gritos¼Allí,
junto al lecho maternal, bajo un hermoso rayo rosa,
allí, sobre el gran tapiz, resplandece algo¼
Son medallones plateados, negros y blancos,
de nácar y azabache de reflejos chispeantes;
pequeños cuadros negros, coronas de cristal,
con tres palabras grabadas en oro: ¡“A NUESTRA MADRE”¡