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Tomás Calvillo Unna

01/07/2015 - 12:03 am

La desarticulación

Pareciera que el tema clave es la incapacidad de organizarse nacionalmente. De construir un lenguaje común que permita una plataforma no sólo de entendimiento sino también de una forma renovada de hacer las cosas. ¿Por qué la ciudadanía no ha logrado construir una opción amplia, plural y de larga duración que recupere el camino extraviado […]

Pareciera que el tema clave es la incapacidad de organizarse nacionalmente. De construir un lenguaje común que permita una plataforma no sólo de entendimiento sino también de una forma renovada de hacer las cosas. ¿Por qué la ciudadanía no ha logrado construir una opción amplia, plural y de larga duración que recupere el camino extraviado del proceso democrático?

No interesan en este sentido las elecciones, lo que importa es impulsar la unidad básica que articule a millones de mexicanos que están hartos de la violencia, la corrupción y la impunidad y que quieren un país justo, en paz y digno y que funcione y respete su carácter complejo y diverso.

¿Qué está faltando para construir equipos que fortalezcan una opción común que no esté subordinada a un liderazgo específico y personalizado, sino que refleje el acuerdo de millones a través de muchos? No se trata en lo más mínimo de asambleísmos, sin marginar esas opciones que son posibles en ciertos casos y lugares, sino de establecer vasos comunicantes entre diversos nodos sociales, que coinciden en que sí es posible recuperar una nación que se está degradando y desangrando entre nuestras manos y frente a nuestros ojos.

El ego, la desconfianza, las inercias ideológicas, la incapacidad de reflexionar y discutir abiertamente, sin insultos, sobre los radicales cambios de la sociedad contemporánea en todos los órdenes que afectan hasta las entrañas mismas del ser, donde la realidad virtual se ha entretejido entre los poros de nuestra propia imaginación; están siendo graves obstáculos.

Mientras no suceda esto, el darse cuenta de las veloces transformaciones que modifican nuestro propio lugar, el discurso de una clase política que en su mayoría muestra signos de anquilosamiento, seguirá perdurando en su afán por adherirse hasta el infinito a su porción de poder de un mundo que está dejando de existir y que sólo produce mayor sufrimiento colectivo.

La política requiere más que nunca una dosis de filosofía, filosofía de sobrevivencia como seres humanos que den sustancia a la ciudadanía misma, a su contenido histórico, hoy tan confuso y maltratado, convertido en una mercancía más: manipulable y desechable.

En muchas regiones del país se están desenvolviendo formas de organización que no buscan ya que el poder o las autoridades en turno les hagan caso, hay un proceso paulatino de mayor autonomía de facto que toma distancia de las formas violentas de hacerse oír o responder ante los atropellos. Estos trazos sociales están delineando un nuevo paisaje político que no necesariamente desemboca en los procesos electorales, estos han mostrado sus limitaciones para ser fuente de cambios que atajen la violencia y la simbiosis de crimen y política.

Ante los desafíos de la violencia y la desigualdad, de la inserción cada vez más arrolladora de las tecnologías de la información que modifican formas laborales, educativas, identidades y demás, el lenguaje político está estancado en moldes que no permiten leer con claridad y profundidad el vértigo que sacude a la sociedad contemporánea. La política tartamudea ante esta realidad; y la intolerancia junto con la complacencia se vuelven los mejores aliados para ocultar su incapacidad de replantear su propio quehacer en una sociedad donde el estado se desdibuja velozmente, y la población queda a la intemperie tratando de acotar a los grandes corporativos que se apropian de la  representación de la vida misma, de su sentido y del mundo hasta consumirse en ellos mismos.

Apagar el ruido, abrir espacios de silencio y reflexión, practicar vías de conocimiento en el ámbito de la interioridad de forma individual y colectiva pueden ser caminos efectivos para dar respuestas a los dilemas que enfrentamos; también pueden ayudar a recuperar el ámbito de la política que ha sido expropiado de los ciudadanos e incluso revertir la invasión al mismo potencial imaginario que de alguna manera la propia enajenación tecnológica está provocando.

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