Alma Delia Murillo
27/06/2015 - 12:01 am
Ojos de perro
Unas braguitas blancas tiradas en la calle. Tres nidos de pájaro caídos sobre el camellón. Un tirante de brassiere blanco satinado al dar la vuelta en una esquina. Una bolsa de plástico transparente con condones llenos de semen, amarrada y “discretamente” colocada junto al tronco de un árbol.
Unas braguitas blancas tiradas en la calle.
Tres nidos de pájaro caídos sobre el camellón.
Un tirante de brassiere blanco satinado al dar la vuelta en una esquina.
Una bolsa de plástico transparente con condones llenos de semen, amarrada y “discretamente” colocada junto al tronco de un árbol.
Todo eso vi mientras paseaba a mi perro, mirando donde él miraba, deteniéndome donde él se detenía.
¿Cómo será ser un perro?, ¿qué ve y siente él que yo no?
En la novela La vida y la muerte me están desgastando, el escritor chino Mo Yan plantea una situación encantadora: un terrateniente es ejecutado y debe reencarnar como burro, buey, cerdo, perro y mono antes de volver a ser un humano.
Las descripciones sensoriales de sus trances como uno y otro animal resultan tan entrañables, iluminadoras, sabias y divertidas que no he dejado de preguntarme cómo sería transitar la existencia en la piel de un burro y si realmente constituye todo un nombramiento o promoción karmática lo de pasar de animal a convertirse en ser humano. Sigo sin saberlo pero si la reencarnación fuera evolutiva en cuanto al entendimiento, las relaciones y el lenguaje… creo que sí. No cambio nada de mi condición humana por el privilegio de las palabras, por el privilegio de amar a los que amo y de ser confrontada por los que me confrontan, de dolerme por mis muertos y mis separaciones, de espejearme en otros seres humanos aunque a veces eso sea un infierno y otras tan bello como desgarrador.
Sí, ya sé que estoy atentando contra preceptos religiosos, doctrinas de la fe y principios evolutivos pero yo soy una hereje universal. Que todos los dioses me perdonen, pues.
Vuelvo a la pregunta.
¿Cómo será habitar el cuerpo de un caballo? O el de una hormiga como la que utiliza magistralmente Wajdi Mouawad en su novela Ánima para describir la tristeza humana a través de este bichito minúsculo que trepa por el dobladillo del pantalón del personaje principal hasta llegar a su pecho y percibir con sus patitas y antenas una tristeza pegajosa, rancia y espesa que la adhiere a la piel del hombre que enfrenta la peor tragedia de su vida. Finalmente el pequeño insecto toma del tipo lo que necesita recogiendo las migas de pan que encuentra en su ropa para luego unirse a sus compañeras que se han encargado de despojarlo de todo rastro de alimentos.
Una hormiga es una hormiga.
Un humano es un humano.
Y un perro es un perro.
Tremenda obviedad, pero hace falta repetirla. Tanta falta.
Porque el caso es que durante las caminatas con mi perro, un cachorro de cuatro meses; veo recurrentemente y con inmensa tristeza, la neurosis desaforada con la que hemos distorsionado el amor animal; lo poco que entendemos el instinto y lo mucho y obsesivamente que deseamos humanizar a los animales.
Hace un par de semanas, mientras paseaba con el cachorro, una mujer se nos acercó. Me sonrió y le sonreí.
– ¿Cómo se llama tu bebé?, me preguntó.
– No es mi bebé, es mi perro. Se llama Moro. Respondí.
Su sonrisa desapareció, me lanzó una mirada de desprecio y, con una furia bien concentrada, me dijo: – ¡Pinche vieja pendeja!
Se alejó mentando madres. Yo me quedé quieta durante unos segundos y seguí mi camino de regreso a casa. Al llegar pensé en entrar a Facebook a contar esta historia pero precisamente ese día se difundía una de las variantes del cartón “Humanismo en el siglo XXI” donde un par de personas pasan junto a un muerto tirado en el piso y simplemente lo ignoran sólo para encontrar más adelante a un perrito perdido y desbaratarse de compasión tratando de ayudarlo.
La polémica que la caricatura desató, las defensas de la postura basadas en que el animal no habla ni trabaja para valerse por sus propios medios, que no puede pelear por sus derechos, que no tiene un hospital o centro médico para que lo atiendan, los pinche vieja pendeja y ojalá que tú te mueras de frío, sola y en la calle y a esos humanos que maltratan animales deberían matarlos a golpes … no se hicieron esperar.
Ya.
Cuánta superioridad ética y espiritual mostramos deseando la muerte y el sufrimiento a quien maltrata animales. Caramba.
Es que me parece que la compasión selectiva poco a poco se va convirtiendo en otra forma de violencia y hay que decirlo: es peligroso.
Vaya paradoja.
Y aclaro que no estoy avalando ninguna forma de crueldad ni descalificando la protección de animales; sólo hago un llamado a no perder la sensatez, a detenernos antes de lanzarnos desbocados a agredir a cualquiera que no piense como nosotros.
Para ser compasivos, solidarios y generosos con otro ser humano hace falta derribar arraigadísimos prejuicios individuales, hace falta estar dispuestos a la incomodidad porque ayudar a otra persona sin juzgarla es una labor de transformación que toma toda la vida y es, insisto, muy incómodo pues nos confronta como especie; a la mejor por eso con los perros parece haber tanto consenso en la causa.
Veo con ternura al cachorro que está echado a mis pies mientras escribo esto y confirmo mi elección: intentaré entender su mundo, su ser, su lenguaje. Intentaré mirar a mi perro con ojos de perro y no hacerle la grandísima y narcisista chingadera de pretender que es un ser humano que siente y piensa como yo.
El sol es el sol, una flor es una flor, un humano es un humano.
Y un perro es un perro. ¿Ya lo dije?
@AlmaDeliaMC
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