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Antonio María Calera-Grobet

04/06/2015 - 12:00 am

JAMAR: AMAR (AFORISMOS)

1. LA COCINA Y EL AMOR. Si me llegas a querer, cocíname, amigo, mujer. Lo que quieras, lo que sea. Tal cosa sería para mí, la prueba irrefutable que te soy valioso. No desconfío del que no sabe cocinar sino del que no ama comer. Si no amas comer con los tuyos no sabes amar. […]

1. LA COCINA Y EL AMOR.

Si me llegas a querer, cocíname, amigo, mujer. Lo que quieras, lo que sea. Tal cosa sería para mí, la prueba irrefutable que te soy valioso.

No desconfío del que no sabe cocinar sino del que no ama comer. Si no amas comer con los tuyos no sabes amar. Cada día lo compruebo más.

Si no te he cocinado no quiere decir que no te ame. Pero ten seguro que si te cociné te amaré hasta la muerte. Y digo la verdad y lo sabes.

Invitar a alguien a comer juntos en verdad significaría a comer del relato guisado entre ambos.

Comer al otro, en todas las acepciones posibles, constituirá, ya lo veremos, el acontecimiento más hermosos de nuestra existencia.

Yo en la cocina y tú en la mesa, muy de mañana, imagino que nuestra vida muy hambrienta de ser, decidí mandarte una carta diciendo cuánto te amo: cobraba la forma de un huevo frito y pan tostado.

El que cocina se brinda. Se disemina, se trasmina. El que cocina entonces: en boca de todos, en todos nosotros.

El hombre nace, crece, se enamora, trabaja en eso que ama, se duele por ello que ama y ni puede y sigue, crece, y se enamora, trabaja en eso y muere. He ahí el cocinado, tan lento y tan hermoso, de los hombres.

2. LA COCINA Y EL ARTE.

Cocinar como abocetar, delinear la parcela de la escritura. Hasta corregir. Probar, volver a hacerlo. La escritura se sazona de la misma manera.

Me gusta que mis amigos publiquen un nuevo libro, inauguren sus exposiciones, pero me apasiona más que salgamos juntos a caminar y a comer.

Mis amigos comen tanto como escriben, como pintan, como hacen películas. Otra cosa sería si cocinaran tanto como hacen su arte: serían perfectos. Y lo saben.

Un cocinero debe estar atento de sus colores, como cómo pinta su cocina. Cocinar con los ojos, cocinar con la paleta abierta.

Viéndolos bien, con esos sartenes, los cocineros son Dj´s.

Mesa puesta: instalación. Comer: suceder del deseo. Suceder: happening.

Cocinar: arte de procesos. Cocinar: hacer frescos. Cocinar: hacer artificio de los alimentos.

Yo no doy conferencias: yo suelto mi hervor ante ustedes. ¿Me huelen?

¿Comer como un arte? Me interesa, puede ser. Pero me llama más vindicar al cocinar como un ritual. Un rito sublime, una cosa sobrenatural.

Uno cocina como es. Tal y como uno escribe o ama: como es. Yo no cocino para los secos por dentro, como no escribo o no amo a tales muertos.

No quiero decir que no me interese el comer como un acto que va más allá de lo concreto de la cultura, pero cocinar es, literalmente: CREAR.

Cocinar como la fábrica del alma humana, donde todo se calienta, sublima, cuaja, transforma: los artistas deberían verle como algo suyo.

No hagas migas con quien no las coma.

Me llaman la atención los artistas que van por las huellas de la comida. Pero me fulmina, corrijo, me extasía, el artista que hace de comer niños perdidos su más abierta fantasía.

Después de hacer su obra, los creadores no comen, tragan. O no tragan, devoran. Sólo los más excelsos artistas, ahítos de su creación y de la comida posterior, van a la cama soñando en qué crearán y comerán el día de mañana. O pasado mañana.

A los artistas frígidos del arte culinario hay que cortarlos de tajo: “Una cosa es segura: el que no come y no bebe, como el que no quiere: muere”.

Todos somos cocineros pero no lo sabemos. No lo creemos. Cocinar para creer. Creer para crear.

Cocinar como la fábrica del alma humana, donde todo se calienta, sublima, cuaja, transforma: los artistas deberían verle como algo suyo.

No decir platillos: esculturas, poemas comestibles. Tienen que ver menos con un plato que con la poesía. Decirles, si no obras, sí artesanías gastronómicas.

La estufa como tablero, la cocina centro de operaciones. Mejor aún: como imprenta, como antena: desde ahí la señal: ¡Buenos días a todos los Vietnam!

3. LA COCINA EN LA CULTURA.

Mientras te cocinas, lo has sentido, también se cuece un diálogo interior contigo mismo. Tal como sucede al caminar, estar imbuido en la naturaleza. Diáfano y fluido, ese diálogo es, igualmente nutricio.

Si se improvisa al cocinar, cada resultado será único. Pero si se cocina con receta, también: como resulta con un músico al ejecutar una partitura, cada interpretación será, y ahí su belleza: única.

Cocinar llama a implicar los elementos (agua, aire, alimentos y fuego), en la mesa del tiempo. El tiempo no es el quinto elemento implicado. Es eso que dispone el todo, en todos.

Disculpen ustedes, queridos comensales. Me olvidaba del aire. Cocinar escuchando “Aire” de Johann Sebastian Bach, es como se aprende a cocinar. A amar. A amar cocinar.

Una olla hirviendo, ¿qué hierve? Hierve el tiempo.

Un guiso, como una obra de arte, podría resumir un territorio, una población, el estado de cosas en un  gobierno. Y vívidamente, porque no hay guisos muertos, son patrimonio vivo. Algunos gobiernos, en cambio, aún de pie, no son sino puro retazo de muerto.

Mira al niño batido en mango, vuelto una salsa de tomate o chocolate. Dime: ¿de qué tiene miedo? De nada. El niño es dueño del momento y todo en su mundo es festejo.

No merece cárcel quien roba un pan sino quien lo corta mal.

Aceite de oliva: montaña líquida.

Las galaxias se encargan de menearnos: muy lentamente nos iremos cocinando.

El mejor cocinero es el que deja que su yo respire en lo que cocina, al mismo tiempo que brinda un respiro de sí mismo al otro.

El horno es, por supuesto, una sinapsis.

Usted podrá saber la naturaleza de un hombre o una mujer al sentarlos a una mesa. Y no se equivoque: tendrá más que ver con sus preguntas que con sus modales.

La cena más fastuosa levantará con el meñique una mujer codiciosa. Un hombre egoísta no cocinará un huevo.

Hiede a vinagre el sudor de los traidores.

A la hiel reventada de un bebé, dígalo bien, debe nombrarse: “Miel”.

Cocinar como respuesta al llanto. Al estado de las cosas, lo anómalo. Cocinar como resanar lo inhumano. En busca del tiempo perdido.

Ración viene de raciocinio. No razones tu comida. Abre la puerta y bríndala. Bríndate al brindarla. Brindis de amor.

Cuando menos lo esperamos, la vida nos coloca un desafío que pone a prueba nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio: comer frente a un desconocido.

Dime qué comes y te diré cómo eres. Dime con quién comes y te diré que quieres. Dime qué cocinas y te diré cuánto deseas llegar a ser.

Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ha cocido.

La cultura es una vasija de barro con osamentas en su interior.

4. LA COCINA Y LA SOLEDAD Y LA MUERTE.

Visto como se debe, ese plato de comida fría al que no le llegó su invitado nunca, no es un gesto tirado a la soledad y la muerte. Pronto los hongos y los gusanos llegarán a él y convertido en una majestuosa catedral de larvas, será tremendo homenaje al amor por la vida.

Un comensal en soledad 1.  ¡Salud! ¿Os ha gustado el foie gras, queridas Sillas, Don Cenicero de Nueva York, Doña Cuchara, Señoritas Nueces de la India?

Un comensal en soledad 2. “Mesa para dos, por favor”, digo a mis gatos, como si fueran los decrépitos concierge de este enmohecido paradero al costado de la carretera

Un comensal en soledad 3. Al cocinar para nadie, sentar a la mesa los platillos que sólo habrán de enfriarse, un bocado es témpano, basalto impasable que se devuelve.

Un comensal en soledad 4. Reyerta de los recuerdos, siempre alebrestada pero un tanto más dulce, la tristeza, cuando llueve y te hace compañía, al cocinar para nadie.

Un comensal en soledad 5. Juro en verdad que, sentado ahí en mi propio bodegón, naturaleza muerta, sacando volutas de mascarpone e higos, sonó el teléfono: en la TV.

Un plato vacío es el espejo donde se mira La Muerte. Un restaurante sin gente en donde se duerme.

Alrededor de los congregados ante un pastel crece un halo: es un escudo que al cáncer de la muerta hace talco. Nada ahí se huele de La Muerte, que deberá esperar, fría, a la vuelta de la esquina.

Naturaleza muerta: mesa vacía /Naturaleza viva: mesón lleno.

Como sucede en los guisos de animales, el tiempo despegará nuestros huesos de la carne.

Pan duro: poema triste.

Fiambre manido: corazón herido.

Arrugado y senil, un tipo perdedor, pobre ramo de perejil al fondo del refrigerador.

¿La vida la hace el caldo gordo a la muerte o al revés?

Muertos por todos lados. Caras de cerdo en los puestos del mercado, barbacoas de chivos entre las pencas, vísceras de cerdo rehogadas en los cazos, reses y pollos colgando, peces sobre el hielo congelados. Toca nuestro turno. Escribamos comiendo, a tan magnánimos sacrificios, sendos y  enardecidos epitafios.

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.
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