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Alma Delia Murillo

30/05/2015 - 12:02 am

Manifiesto de la risa

Se me van los días igual que a todos, igual que a cualquiera: anodinos, ordinarios, normales. Pero invariablemente tengo un momento que le pone sal a mis jornadas y es cuando me cuento chistes yo sola o alguien más (casi siempre de manera involuntaria) me los cuenta. Entonces me río a carcajada batiente, me río […]

Imagen Tomada De La Red
Imagen Tomada De La Red

Se me van los días igual que a todos, igual que a cualquiera: anodinos, ordinarios, normales.

Pero invariablemente tengo un momento que le pone sal a mis jornadas y es cuando me cuento chistes yo sola o alguien más (casi siempre de manera involuntaria) me los cuenta. Entonces me río a carcajada batiente, me río fuerte y me pongo de buen humor aunque sólo me dure un ratito. (Mi pinche carácter de mierda es indomable).

Aún así creo que tener sentido del humor es sacarse la lotería genética, en serio.

Dicen que Einstein dijo que la memoria es la inteligencia de los tontos.

Yo digo que la solemnidad es la simpatía de los lerdos.

Y no hago concesiones.

Es que reírse es todo en la vida, carajo. El humor es un antirrito, lo que supone la capacidad de cuestionar y transgredir hasta los valores más atávicos, arquetípicos, fundantes  y pesados en la existencia de cada uno.

En ese sentido ser mexicana o mexicano es también sacarse la lotería.  En medio de tantos motivos para renegar de este país, de nuestras prácticas, de nuestra identidad desquiciante hay una para celebrar hasta el infinito y es nuestro sentido del humor. Parte del etos de un pueblo se construye gracias a sus bromas. (Búsquenle si no conocen la palabra “etos”, ya está españolizada y sin hache en nuestro H. Diccionario. Valga la cacofonía).

Bueno, todo para decir que apenas escucho “Ahí tienen que estaban…” y tengo el síndrome del perro con el ruido de la bolsita que supone contendrá alguna golosina para él.

Suena “Ahí tienen que estaban” –que es casi un género narrativo mexicano o un prefacio elegantísimo incluso para el chiste más guarro- y yo me emociono, salivo, paro la oreja, sedimento la carcajada para soltarla en el momento culminante. Tengo una familia cuentachistes, uno de mis hermanos en particular es un espectáculo de gozo –sé que en todas las familias mexicanas hay un cuentachistes y uno que le rasca a la guitarra, nada especial la mía-, el caso es que a mi hermano el gordito no hay quien lo escuche sin desternillarse de risa desde la primera palabra, yo creo que se lo debemos a mi abuela, esa que era tan burlona y tan cabrona que se escapó de un convento en el que se suponía iba a contraer nupcias con Dios su señor. Pobre, qué bueno que se libró de casarse con semejante marido.

Pero no todo es perfecto en este mundo ni en este país -ni en esta familia- aunque lo parezca, (jajaja): no, señor.

También hay gente que nada más  no puede reírse de los chistes ni de la vida y, lo peor, ni de sí mismos.

Me los topo a menudo, cuando el encuentro es presencial  me permito echarles una mirada compasiva porque para mí la incapacidad de reírse es una discapacidad mental y cuando es en redes sociales no hago nada pues es un despropósito intentar explicación alguna.

El asunto es que los quiero invitar, amados compañeros, rebeldes gladiadores de la carcajada, a no dejarse reprimir por nadie ni nada ya que una gran responsabilidad pesa sobre nuestras espaldas y es la de que entre tanto asalto ideológico no jodamos la evolución perdiendo el sentido del humor. Está neurológicamente comprobado que el sentido del humor y la risa cambian las conexiones cerebrales para bien.

Aquí les dejo un fragmento a propósito del tema que abordan José Antonio Marina y Marisa López Pena en el Diccionario de los sentimientos (Anagrama, 1999):

“El humor es un fenómeno que aparece en todas las culturas. Se relaciona con el juego, con la incoherencia y con la transgresión. Se ha demostrado con abundantes materiales etnográficos que las bromas son un elemento liberador, un ataque no peligroso contra el control. Tienen un efecto subversivo sobre la estructura de ideas dominantes. El bromista es un gran relativizador, una especie de místico en pequeña escala”

Hay gente que se muere del coraje y otros que se mueren de la risa. Ojalá los dioses nos concedan sumarnos a la estadística de decesos con la segunda causa y no con la primera porque no hay protocolo, ceremonia, código de conducta ni prohibición que valga más que un suculento, ruidoso y liberador ataque de risa.

Venga, a enseñar la mazorca que aquello de calladito me veo más bonito es una tremenda falacia. La cosa, como yo me la sé, es así: a carcajadas se invoca la belleza.

@AlmaDeliaMC

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