Tomás Calvillo Unna
27/05/2015 - 12:03 am
En medio de este naufragio…
…que no es responsabilidad sólo de los gobiernos sino de toda la sociedad, rescato algunas líneas, pensamientos, inspiraciones que son cuerdas sueltas de una cultura que pervive en fragmentos, como azulejos desprendidos de un muro que se resiste a derrumbarse por completo. Una prosa que llega siempre a tiempo, escribió Octavio Paz en 1980, en […]
…que no es responsabilidad sólo de los gobiernos sino de toda la sociedad, rescato algunas líneas, pensamientos, inspiraciones que son cuerdas sueltas de una cultura que pervive en fragmentos, como azulejos desprendidos de un muro que se resiste a derrumbarse por completo.
Una prosa que llega siempre a tiempo, escribió Octavio Paz en 1980, en referencia a un texto escrito en 1937 por Andrés Henestrosa en el cual. en relación a su madre, a una fotografía suya de 1917, afirmaba:
“Todavía entonces era muy bella… Lo que un día dije de las tehuanas y juchitecas que caminaban en verso, que su andar era la poesía del movimiento, me lo sugirió ella”.
La prosa a tiempo y el caminar en verso son los ríos subterráneos de una tradición que resiste las tormentas electrónicas que azotan día a día nuestro andar. La palabra pausada y el relámpago de una metáfora aún persisten entre las imágenes que cambian a cada segundo y la andanada de frases y mercancías banales que en particular se desatan en la carpa política de las elecciones.
Ese tiempo, al cual Paz veneró con su lúcida prosa, parece contenido en el relato de Henestrosa:
“Paso su niñez en el rancho. Cantos de aves, flores silvestres, debieron darle la primera lección de belleza y de amor. Y el mar que en todo ha de estar presente, la primera lección de infinito ¿No ves en su mirada lejanías?”.
El tiempo, el anhelo de infinito, la muerte, la fugacidad de la dicha, el sufrimiento, las batallas de cada día, las sombras y la luz que enmarcan la soledad y las fiestas, son temas de la literatura, son las pulsaciones del propio ser que expresa su voz más allá de toda condición que busca explicarlo.
La narración de Henestrosa, precisa y abundante a la vez describe la ausencia del esposo fallecido:
“Algunas noches salía a caminar por los caminos. En voz alta llamaba a mi padre: los indios creen que los muertos no se van del todo si una gran culpa, si un gran amor, dejaron en la tierra”.
La experiencia familiar zapoteca del escritor no es distante de otras en diferentes latitudes, donde se practican oraciones y ejercicios para llegado el momento de la muerte alcanzar un estado de desapego que permita desprenderse del imán del hogar de la tierra.
Este ritmo está perdido en la marabunta de crímenes que afectan la cotidianidad de nuestra nación, donde desaparecen a comunidades enteras, masacran a jóvenes y convierten a la muerte en mensajera del terror, del poder descarnado donde danzan entrelazados al ritmo del dinero, política y crimen.
Lo más vital, el misterio de la partida, se ha vuelto el abismo donde la democracia mexicana deja ver su ausencia: es ajena ya a las raíces de la cultura que le daban oxígeno. No tiene más creatividad, ni imaginación, ni lealtad a sus ríos y montañas, ni al agua de la memoria, como nombró Paz al texto: Retrato de mi madre, de Andrés Henestrosa.
Lo que la sociedad contemporánea ha perdido y particularmente la mexicana es una cosmovisión (que aún perdura en algunas cuantas comunidades y en ciertas tradiciones) que permita encontrar el lugar de cada quien y vislumbrar el sentido mismo de las cosas. En términos seculares ese referente que fue la Constitución se ha vaciado y ha perdido su propia alma, le fue saqueada su esencia y es hoy un cadáver vivo; como lo expresa cada vez más el propio sistema político mexicano poblado de fantasmas y ecos que producen un chillido siniestro tras la neblina en altamar, sin rumbo, a la deriva, extraviados en el tiempo; en su léxico han hecho añicos el timing político
Leer estas páginas, al menos, nos recuerda que los pueblos indígenas, ciertamente están al principio y al fin de todo ciclo histórico de nuestra nación (como lo advertía Paz), y aún en las urbes sería difícil reconocernos sin su voz; el recuerdo de Henestrosa al despedirse de su madre es también el de muchos:
“Con palabras entrecortadas me refirió cosas que yo ignoraba… me aconsejó y me dio confianza en el destino”.
Es necesario voltear hacia otro lado para ver, no tenemos por qué jugar sus juegos, son jugadores de casino que han apostado el país y lo están perdiendo.
México es una experiencia cultural extraordinaria, leer a los viejos, no es perder el tiempo, es ganarlo. En ese año de 1980 Octavio Paz, advertía que lo escrito por Andrés Henestrosa, al umbral de la segunda guerra mundial:
“Tampoco parece escrito hace cuarenta años. Dije antes que esas páginas no tienen una sola arruga: poseen la juventud sin edad de las obras que se acercan a la perfección…una prosa de andadura ligera, que nunca se precipita y nunca se retrasa”.
La sintaxis de la vida que conservan ciertos libros, contrasta con la desarticulación que vive el país y amenaza su propia viabilidad. El pensamiento no es ajeno a ello, su degradación está a la orden del día y la carpa política es uno de sus mejores ejemplos, las palabras no sólo son convertidas en monedas de cambio sino además son instrumentos cotidianos de la violencia Textos como el de Andrés Henestrosa nos recuerdan el significado de la visión, de estar vinculados a la tierra, a un lugar cuya resonancia evita que nos perdamos. Ese paisaje interior también está en riesgo de desaparecer.
Pd. Sobre la discriminación, ¿qué sucedería en el país si durante este proceso electoral, un grupo armado toma una universidad privada ante los ojos del ejército y la policía y después de unos días se retirara secuestrando y desapareciendo 30 jóvenes como sucedió en Chilapa? Y Ayotzinapa la herida abierta…
Henestrosa, Andrés, El retrato de mi madre, pról. Octavio Paz, México, Porrúa, 1981.
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