Ya todos lo saben, pero no está de más recordarlo:
La semana pasada se hizo público un audio en donde se escucha al presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova Vianello, mofándose de la forma de hablar y del comportamiento de un indígena chichimeca con el que se había reunido momentos antes.
Córdova Vianello se refiere al indígena chichimeca con desprecio, burla y vileza, como si el indígena chichimeca fuera un animal o un hierbajo.
La actitud del funcionario nacional causó indignación en la sociedad mexicana, quien, a través principalmente de las redes sociales, pidió su renuncia, sobre todo porque se espera que quien ostenta un cargo de esta responsabilidad sea plural, tolerante y respetuoso de la diversidad política y racial.
Pero Lorenzo Córdova, luego de dado a conocer el audio, no tuvo mejor respuesta que manifestar su indignación por haber sido intervenido en su vida privada. Dijo, además, que lo que había detrás de ese audio era un complot para desestabilizar al INE, que en ese momento votaba por quitarle o no al Partido Verde Ecologista su registro.
Esto es: resultó ser en este caso más grave lo menos grave (el espionaje telefónico) que lo verdaderamente grave (el racismo indignante).
La polémica, como suele suceder en estos casos, se politizó, se traspapeló y quedó como un desaguisado sin importancia.
Pero no lo es.
El asunto de Lorenzo Córdova es parecido al de aquel que rompe la promesa de confidencialidad jurada a un amigo que le confesó que dejaría caer una bomba sobre una ciudad. Pagará por su traición, sí, pero qué importa si esto lo llevó a salvar miles de vidas.
El audio revela la visión que tiene no sólo Lorenzo Córdova sobre los indígenas mexicanos, sino también la que tienen muchos funcionarios y servidores públicos del país que ocupan cargos clave para el desarrollo de estas comunidades.
Permitir, por tanto, que continúe Córdova Vianello en el cargo es acreditar que somos una sociedad racista y que nos sentimos orgullosos de ello.
@rogelioguedea