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Tomás Calvillo Unna

20/05/2015 - 12:01 am

Las últimas elecciones y la verdadera

Sin duda es difícil imaginar el 2018 en las mismas condiciones político-electorales del presente. El mismo INE, resultado de una componenda de las cúpulas partidistas hecha con precipitación, alevosía y ventaja, al mejor estilo de los afamados madruguetes, tendrá que replantearse y erogar nuevos gastos de todo tipo para sostener las nuevas burocracias electorales, cada […]

Sin duda es difícil imaginar el 2018 en las mismas condiciones político-electorales del presente. El mismo INE, resultado de una componenda de las cúpulas partidistas hecha con precipitación, alevosía y ventaja, al mejor estilo de los afamados madruguetes, tendrá que replantearse y erogar nuevos gastos de todo tipo para sostener las nuevas burocracias electorales, cada vez más lejanas del espíritu cívico que dio origen a los órganos electorales ciudadanizados, y que pronto fueron presa del reparto de los partidos para cumplir al pie de la letra con sus democráticas cuotas.

Por eso sorprende que frente a la emergencia nacional que vive el país, evidenciada con crudeza en la violencia criminal, la desaparición de miles, la simbiosis de crimen y política, se siga creyendo que las elecciones pueden resolver algo de los desafíos que tienen herida a la República.

Sólo un movimiento ciudadano fuerte, que dé las espaldas a las elecciones podrá estremecer el sistema político estancado y provocar los cambios de raíz que se necesitan y que apuntan a un nuevo constituyente; el cual tendrá que reformular el entramado de las instituciones del estado y en particular su responsabilidad en el ámbito social y de justicia.

Como se ha señalado una y otra vez, la impunidad, corrupción y violencia vuelven cada día más disfuncional el sistema político mexicano e incluso se convierte en una amenaza real para la estabilidad internacional en la región. La clase política se encuentra atrapada y sin salida. No está dispuesta a asumir los costos de sus desviaciones y complicidades, y sigue estirando la cuerda de la golpeada estabilidad social en demasía.

La conciencia política nacional, si la hubo, se ha esfumado y el vacío de la estructura piramidal del poder es cada vez mayor. En estas elecciones pareciera que los principales contrincantes son el expresidente Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador, como si las elecciones de hace dos sexenios retornaran como uno más de los fantasmas que recorren el imaginario político del país. La parálisis también está en ese imaginario, encapsulado en la fatalidad de pensar que es mejor votar por el menos malo que no hacerlo; cuestión que dependiendo de lugar del territorio donde se elija, el partido puede ser cualquiera incluyendo al malévolo PRI, cuya escuela, facilitó a los demás partidos compartir el poder sin mayores sobresaltos más que los mutuos chantajes que acotan el espacio de sus negociaciones. Todos aprendieron prácticas “mochescas” que en los últimos tiempos son más disfuncionales y propensas al escándalo, aunque en el fondo no afecte en lo más mínimo la estructura del reparto entre los pocos que representan a muchos supuestamente.

Las actuales contiendas son unas elecciones que incluso en su formato ya son anacrónicas y grotescas y sólo terminarán por reproducir una historia que no tiene mañana y que como herencia está dejando uno de los capítulos más desafortunados de la nación mexicana.

Tlatlaya, Ayotzinapa, Apatzingán y Chilapa (hoy en una incertidumbre desgarradora) son nombres cargados de un dolor que no encuentra consuelo y menos justicia; exhiben de manera contundente el pantano que habitamos, cuya hedionda consistencia se confirma con las elecciones.

Es cierto que la crisis del sistema democrático en varios países tiene algunos rasgos comunes, estados debilitados, corporativos poderosos que negocian a diversas escalas sus intereses desde una lógica privada que somete a la pública, clases políticas con escaso margen de acción y sometidas a las presiones de actores económicos, muchos de ellos híbridos agentes de la legalidad e ilegalidad, corrupción como modus vivendi de grupos políticos vinculados a otros privados. Y en general un entrelazamiento cada vez mayor del crimen y la política. En México esto se agudizó a extremos preocupantes incluso para observadores internacionales, debido a la violencia e impunidad sistémica en que ha caído el país.

La pregunta en todo caso, es saber si el sistema electoral mexicano puede hacer algo al respecto, o al contrario está fortaleciendo los circuitos territoriales del crimen.

Esta no es la transición democrática por la que lucharon millones de mexicanos en las décadas de los ochenta y noventa. Se requiere un cambio de fondo, detener esta máquina electoral de dominación que ha sido muy beneficiosa para una clase política que se recicla continuamente, pasando de un partido a otro e inventando fórmulas políticas que acomodan sus intereses cada vez más ajenos a los de los ciudadanos.

Elegir entre la dictadura de la corrupción, como la nombro el finado Samuel del Villar, y continuar siendo receptáculo de la basura del inconsciente colectivo de la partidocracia, que pretende imponer un discurso político de la verdad metafísica de las elecciones o, recuperar el camino democrático extraviado unificando esfuerzos para ir a un nuevo constituyente, esa es en realidad la elección porvenir.

Tarea mayúscula pero la situación no es para menos, si en verdad queremos verla.

La partidocracia que ya muestra signos de resquebrajamiento por sus incapacidades endémicas para reformular el camino democrático del país y dinamizar un verdadera y consistente estructura de representación ciudadana a varios niveles y opciones posibles y diferenciadas desde los ámbitos locales y regionales, da como respuesta el retorno de un malgastado centralismo que agudiza las tensiones sociales y políticas que se multiplican y en donde la censura juega un papel importante.

El país se tiene que discutir abiertamente sin amenazas, miedos, ni artillería pesada de insultos, es el mínimo signo de una democracia verdadera a la que aspiramos y de un país que se está yendo de las manos; para lograrlo solo será posible si los ciudadanos construyen estas condiciones.

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