Tomás Calvillo Unna
29/04/2015 - 12:00 am
El libro de la vida
Para Néstor de Buen; cuya entereza, compromiso y generosidad no han dejado de ser una enseñanza.
Para Néstor de Buen;
cuya entereza, compromiso y generosidad
no han dejado de ser una enseñanza.
Hace años, un buen amigo me invitó a dar una plática sobre el libro, “la historia del libro”, le llamó. Le dije que no era mi tema, pero vería como podría ayudarlo. Con honestidad me aclaró que yo era su bateador emergente, el conferencista elegido lo dejó colgado y los invitados estaban esperando.
Me puse a hacer la tarea, y decidí que la historia que podía narrar era la mía en relación con los libros; qué significaban en mi vida. Pronto tomé consciencia de algo que no me había dado cuenta y así comencé mi plática: para mí los libros, en mucho, han decidido el camino a seguir.
Mi padre rentaba una casa vieja en los límites de la Colonia del Valle y la Narvarte, la dueña era una mujer de edad avanzada Margarita Peza, la misma del poema Fusiles y Muñecas, que escribió su padre Juan de Dios Peza
Besa Margot con labios de granado
Los labios de cartón de su muñeca
……
…. Ya delira Margot por ser anciana
Y Juan, que vive en paz, ama la guerra……
En aquella casa de la infancia los libreros eran el paisaje y el mismo garage en lugar de proteger un coche sirvió para acomodar decenas de cajas que guardaban los libros que ya no era posible tener en la sala, comedor y cuartos. Recuerdo que si leíamos alguna de las novelas de Salgari, mi padre nos daba una moneda. Nunca supuse que ese mundo de Sandokan, sus islas y escenarios un día iban a estar frente a mis ojos. De adolescente, ya en otra casa que rentó mi padre, un poco más amplia, frente al jardín de la Conchita en Coyoacán, en una ocasión encontré una novela cuyo título Ladrones Nocturnos me impactó, escrita por Arthur Koestler, donde narra la vida de los primeros kibutz en Palestina. No tardé en saber que aquellas historias de las décadas de los veinte y treinta estaban de alguna manera vivas y que era posible ir a trabajar a algún Kibutz en Israel; y con el apoyo de mi padre y del tío Miguel, alcanzó para el boleto de avión y sobraron 125 dólares para sobrevivir mientras llegaba a mi destino: el Kibutz Hatzerim, en el desierto del Neguev. Me fui a vivir aquella experiencia que un narrador húngaro de origen judío publicó en 1946.
En el kibutz uno trabajaba de 4 de la mañana a 12 del día, y de 8 de la noche a las 4, nos rotábamos los turnos semanalmente; cuando llegué era agosto y el calor absorbía hasta las sombras. La vida en comunidad, con los bienes compartidos y sin que el dinero circulara dentro de los circuitos de la vida diaria, la rotación de los trabajos, y el equilibrio entre pequeña industria y agricultura me atrajeron. Ese kibutz era próspero, tenían la patente del riego por goteo y una fábrica, Netafim. El director de la misma, cuando regresaba de sus viajes para abrir mercados al producto que fabricábamos, estaba junto con nosotros realizando las mismas tareas; lo recuerdo barriendo la entrada al trabajo, o empujando los carros, donde depositaban las mangueras terminadas.
Aquella experiencia se ahondó con la guerra llamada de Yom Kipur o del petróleo. En octubre se inició, Siria y Egipto atacaron a Israel; y la guerrilla, y resistencia palestina desde la frontera con Líbano hizo lo mismo. En esos días, de octubre a diciembre vivimos durmiendo de noche en los refugios y de día trabajando en el campo de platanales, para entonces me había cambiado al Kibutz Hanita en las montañas de la frontera con Líbano, que tenía campos de platanales junto al mar no lejos de la ciudad de Nahariya.
Fue en esos meses que conocí a nuestra embajadora de México en Israel, Rosario Castellanos. Su inteligencia y amabilidad la hacían una diplomática excepcional, había sobrevivido a un ambiente misógino y machista, para abrirse camino como una escritora cuyos textos continúan nombrando al mundo.
En los ires y venires de las mudanzas hay un libro que conservo y que ella me dió en 1973, su obra poética reunida y entonces publicada por el Fondo de Cultura Económica, Poesía no eres tú. Su dedicatoria emotiva y franca con una caligrafía fina y veloz es aún legible y es también una permanente reflexión sobre nuestra fugacidad. Sus poemas traducen esa intensidad que la distinguieron: un compromiso sin respiro con la vida.
Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día.
Escribió en su poema “Lo cotidiano”, y en su poema “Amor”:
El que se va se lleva su memoria,
Su modo de ser río, de ser aire,
De ser adiós y nunca
Conocerla me confirmó el camino de la poesía y leerla, el de la propia vida, por eso Rosario es una compañía permanente. En ese viaje lleve dos libros contrastantes como sus mismos autores El luto humano de José Revueltas y Pantaleón y las visitadoras de Mario Vargas Llosa, esa textura latinoamericana se mezcló con el desierto del Neguev, con sus beduinos y los aviones militares que rasgaban el cielo.
Los libros sin duda son cajas mágicas, llevan de un lado a otro los mundos, son juegos de espejos porque al leerlos las referencias se multiplican y la vida y la ficción parecen hacer las paces por momentos, convirtiéndose en una sola experiencia en nuestra conciencia.
Pocos años después en la misma biblioteca familiar encontré otro título Peregrinación a las Fuentes, su autor, alguien poco conocido Lanza del Vasto, mi padre me dijo que era un excelente escritor marginado del ambiente intelectual cargado de marxismo, por sus creencias místicas. Lo leí y no tardé en descubrir su obra literaria y filosófica que me llevó a conocer las comunidades ghandianas de occidente como nombraron a sus Arcas, fundadas en el sur de Francia para no pesar sobre nadie y llevar una vida comunitaria y ecuménica en sus fundamentos espirituales. Con Wendy y nuestro hijo de once meses entonces, compartimos por unos meses esa vida sencilla que sigue las enseñanzas de Gandhi y Lanza del Vasto.
Años después, al leer un libro editado en Argentina sobre la filosofía del Ayatollah Khatami, presidente de Irán (1997-2005), descubrí el pensamiento de un hombre de paz que estaba mandando señales de apertura a occidente en un periodo en que su País comenzaba a ser lo que es hoy, un actor clave para la paz mundial. Con el apoyo de varias instituciones mexicanas y del buen amigo y brillante académico Rafael Loyola y del fallecido y siempre entrañable Adolfo Aguilar Zínser, diseñamos una conferencia internacional cuyo concepto era la máxima política de Khatami: “Diálogo entre Civilizaciones”, Por diversas causas Khatami no estuvo presente pero dos años después vino a México al “Diálogo por la paz”, que se organizó en El Colegio de San Luis, con la colaboración del académico Luis Mesa, especialista en los temas de Asia y Medio Oriente.
El actual gobierno de Irán que está firmando con Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Alemania, Rusia y China, un acuerdo nuclear, se formó con Khatami y son herederos de su política reformista.
Las líneas finales del poema de Rosario Castellanos “Poesía no eres tú”, dicen:
El otro. Con el otro
la humanidad, el diálogo, la poesía comienza.
La buena poesía y la buena política no tardan en encontrarse.
Valdría la pena releer a Rad Bradbury en especial su libro publicado en 1953: Fahrenheit 451. En su ficción los bomberos por órdenes del gobierno se dedican a quemar los libros, ya que impiden la felicidad de la sociedad, vuelven a los ciudadanos diferentes, los angustian, en una palabra los hacen pensar. En parte la sociedad contemporánea ha sustituido a los bomberos de Bradbury con la televisión que se encarga de igualar conciencias y emociones.
Los libros ciertamente están vivos, aunque los aprisionen en formatos electrónicos seguirán expresando su poder: la libertad de consciencia y la creatividad.
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