Alma Delia Murillo
04/04/2015 - 12:01 am
Vendrá la muerte
y tendrá tus ojos -esta muerte que nos acompaña de la mañana a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento
y tendrá tus ojos
-esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo-. Tus ojos
serán una vana palabra,
un grito acallado, un silencio.
Es así como dice el deslumbrante poema de Cesare Pavese, ese con el que pasó a la historia, pues aunque su obra poética completa es de una fuerza y una belleza devastadoras, es por esos inagotables versos que en el mundo entero conocemos su nombre y lo recordamos. Es, precisamente por esos versos, que se volvió inmortal.
He pensado en las palabras de Pavese, el poeta suicida, porque entre las muchas y pasmosas razones que se han ido aclarando sobre la decisión deliberada, –también suicida– y letal del copiloto alemán Andreas Lubitz de impactar el avión de Germanwings con 149 personas a bordo contra los Alpes franceses, hay una que nos mira directo a los ojos e insiste, imprudente, en que volvamos a preguntarnos de qué carajos estamos hechos los seres humanos: que probablemente lo hizo porque, según refirió una ex novia, Andreas le dijo que alguna vez haría algo tan grande que cambiaría el sistema y grabaría su nombre para siempre en la historia. Y lo consiguió.
Su escalofriante logro hizo volar en pedazos su vida y la de 149 personas, porque, aclaremos una sutileza determinante, decir que estrelló un avión es un eufemismo: Andreas Lubitz estrelló a ciento cuarenta y nueve seres humanos contra esa imponente cadena de montañas.
Habrán leído, y si no se los platico brevemente, sobre el Complejo de Eróstrato, llamado así por un pastor griego del mismo nombre que alrededor del año 350 antes de Cristo, incendió el templo de Artemisa en Éfeso con la única intención de trascender y de ser recordado después de su muerte. Cuenta la historia (esa gran mentirosa) que el pastor confesó bajo tortura su culpabilidad y su sorprendente móvil, y que se ordenó, bajo pena de muerte, que nadie registrara su nombre para que no lograra su cometido. Pero Eróstrato también lo consiguió.
Extraño fenómeno es este de la necesidad imperiosa, ciega y casi de una delicada torpeza, que tenemos los seres humanos de inventar cuantas reglas, leyes, artificios y artefactos sean necesarios para no colocarnos como responsables en el centro de las tragedias más atroces. Y para no mirarnos cabalmente porque mirar hacia adentro de la condición humana provoca mucho miedo, es una experiencia pavorosa.
Andreas Lubitz tenía una depresión clínica y un trastorno de ansiedad con ataques de pánico recurrentes, lo que quiere decir que su alma estaba fracturada a tal grado que para él la idea de la muerte representaba un alivio. Es doloroso y desgastante hasta lo indecible vivir atrapado en un trastorno emocional, en una psicopatía que desgarra por dentro a quien la padece; luego morir es liberador. Sin duda.
Pero Lubitz no lo ocultó: consultó a especialistas, notificó a la escuela de vuelo de Lufthansa y a sus seres más cercanos de su condición, de su enfermedad.
Los padecimientos del alma son tan reales que duelen tanto como una pierna fracturada, una próstata inflamada, una apendicitis o una angina de pecho pero no se ven, no se palpan. Y seguimos siendo tan elementales que pensamos que lo no vemos no existe. Cuán vulnerables nos hace creer que en el mundo sólo está aquello que nuestros ojos perciben, “la fuerza del vampiro radica en que todos niegan su existencia” vuelvo una y otra vez a esa frase profunda y desbordante de contenido de Bram Stoker.
Las emociones humanas, esas de las que sabemos tan poco, han demostrado, incontables veces, ser el arma de destrucción masiva más potente de todas.
El funcionamiento del alma es más sofisticado que el de los mecanismos de cierre de las cabinas de pilotaje, pero es en donde, con ejemplar eficiencia y convicción, se están enfocando los expertos de las aeronaves para evitar que esto vuelva a ocurrir. Casi dan ganas de soltar una tristísima sonrisa, tierna y conmovida ante nuestra simpleza, ante nuestro razonamiento llano.
¿Cuánto sabemos de aviones?
¿Cuánto sabemos de la psique, del alma humana?
Todos moriremos. Algún día y en alguna circunstancia específica que ojalá sea venturosa pero si sólo tenemos la certeza de una vida, de esta única oportunidad metida en esta única psique y en este único cuerpo, ¿por qué no nos alarmamos ante la probabilidad de morir en medio de esta escandalosa ignorancia sobre nuestro funcionamiento interior?
@AlmaDeliaMC
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