Tomás Calvillo Unna
01/04/2015 - 12:00 am
Javier Sicilia, los desafíos del dolor
A cuatro años de su nacimiento, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, no ha cedido, ni al cansancio, ni a las amenazas, ni a la incomprensión y ataques políticos. Como me escribió un buen amigo en relación a Javier Sicilia: “¿será posible que nadie entienda que desde que salió al escenario no […]
A cuatro años de su nacimiento, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, no ha cedido, ni al cansancio, ni a las amenazas, ni a la incomprensión y ataques políticos. Como me escribió un buen amigo en relación a Javier Sicilia: “¿será posible que nadie entienda que desde que salió al escenario no se ha movido un ápice de sus convicciones primeras? La lealtad, la fidelidad, la mansedumbre que ya no son de nuestro tiempo y, sin embargo, sólo somos por eso…”
Ciertamente, Javier Sicilia quien pertenece a una valiosa tradición intelectual católica, de la que participa no solo como asiduo lector y escritor, sino como alguien cuya búsqueda de las fuentes del ser, no se limitan a una tarea acotada a su experiencia como estudioso, sino a la expresión fundamental de la relación con los demás para encarnar la posibilidad de vivir en un mundo más justo; tuvo que asumir en carne propia el dolor profundo de la pérdida y mostrar que como él, miles en este país (que se dice democrático) viven su misma experiencia de ser víctimas de la violencia y la impunidad.
De su tradición de cristiano errante en un medio cargado aun de jacobinismo arrojó su piedra de escándalo al mundo denso y poco imaginativo de la política mexicana. Provocó con sus gestos enraizados en la no violencia que distingue a la persona del personaje, al ser del ente histórico, a una audiencia acostumbrada al insulto como instrumento de posicionamiento; y advirtió de la textura de humanidad que se oculta tras las máscaras ideológicas y los intereses. De plano se salió de los esquemas tradicionales y se volvió incómodo para muchos, particularmente para algunos de sus potenciales aliados acostumbrados al mundo explicable de las ideologías, sin complejidades mayores ni matices, afines a la verdad inapelable de levantar hogueras para los traidores que obstaculizan la llegada del reino.
Desde el discurso que dio en el Zócalo de la ciudad de México en el 2011, Javier Sicilia habló a nombre de ese movimiento en ciernes que rompió la narrativa oficial de la guerra contra el narcotráfico y nos hizo ver esa cruda y trágica realidad, la de miles de muertos y desaparecidos que cuestionan nuestro quehacer cotidiano, y la misma condición de nuestro país, en su rumbo y destino. Al igual que entonces, llama otra vez a dar la espalda a los procesos electorales, porque como sabemos, ninguno de los partidos políticos ha sido ajeno a la expansión del crimen y la violencia en México.
La llamada transición democrática fue secuestrada por la nombrada partidocracia con nuestro beneplácito e indiferencia y con la complacencia y alianza de los grandes corporativos económicos que redujeron su visión para garantizar una estabilidad ficticia sostenida en el siniestro pacto pragmático del poder y el crimen, donde miles de mexicanos han sido las víctimas de esa maquinaria de la ganancia a como dé lugar.
El costo de todo ello ha sido muy alto, lo sabe bien la élite económica fracturada entre otras razones por las diferentes maneras de asumir el desafío del crimen organizado y el mercado creciente de las drogas, particularmente en Estados Unidos. Élite que tensa cada vez más sus vínculos con una clase política subordinada en lo fundamental al capital y atrapada hoy en día en sus propias contradicciones, donde, distante de los ciudadanos, pretende lograr un mínimo de poder para darle viabilidad a los gobiernos de un Estado que ha ido perdiendo su asidero histórico y capacidad de porvenir, carente incluso de discursos políticos que articulen un mínimo de horizonte para el país. Solo repiten las encuestas, las estadísticas, las cifras a favor o en contra de esto o de aquello según los vientos del día, perdiendo así el propio idioma de la nación.
Tlatlaya, Ayotzinapa y la multiplicación de la violencia por el territorio del país, se suman a ese escenario que hace cuatro años el MPJD describió con precisión.
Y hoy que vuelve el ciclo electoral con sus gastos y propaganda y con el mayor desánimo nunca antes visto, sostenido por la inercia de un sistema que se resiste a cambiar, emergen diversas organizaciones sociales, a la vez que el pensamiento político se expresa sin la uniformidad partidista acostumbrada y se plantean asi desafíos más complejos ciertamente, pero más reales y por lo mismo a largo plazo más viables y sustanciales.
El MPJD, sin limitarse al tema electoral donde ha planteado la necesidad de sacudir la inercia de los partidos que ha fortalecido los circuitos territoriales del crimen; desvirtuando el fundamento propio de un régimen democrático, coincide con esas otras fuerzas en impulsar un movimiento no violento hacia la conformación de un nuevo constituyente.
Si tres generaciones de mexicanos logran entrelazarse en ese proyecto no habrá quien lo detenga. Algunos que ya rondan los ochenta años se han manifestado en esa dirección, los que aún giran en torno a los cincuenta también, y muchos que entre los veinte y los treinta buscan su lugar y el lugar de México, comienzan a coincidir; todo esto es una muy buena señal de que el camino que el MPJD está eligiendo junto con miles de ciudadanos, sin duda ayudará a reencontrarnos como una nación viva, creativa, verdaderamente democrática; cuando la paz con justicia y dignidad sea el bien común de los mexicanos.
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