Hoy, funcionarios y empresarios se rasgan las vestiduras por los tarahumaras que trabajaban en condiciones de semiesclavitud en Comondú, Baja California Sur; la prensa se estremece porque, ¿cómo es posible que se les tenga viviendo en tales condiciones mientras cosechan papas? y la Secretaría de Trabajo (de jurisdicción Federal) ha tomado el caso para sancionar al responsable de semejante barbaridad.
Hay que revisar cuáles eran estas pésimas condiciones de trabajo. Para empezar no se les proporcionaba dormitorio, aunque los jornaleros migrantes mexicanos en muy pocos sitios tienen este beneficio; viajando por el país uno ve los grandes campos agrícolas pero nunca los dormitorios al margen de ellos, donde deberían de dormir los piscadores o cosechadores.
En segundo lugar se acusó que no tenían lugares adecuados para preparar sus alimentos pero, ¿alguien ha visto cocinas para ellos? En muy pocos campos se ofrece un espacio decente para cocinar y los jornaleros se las deben arreglar como puedan. Las mejores brasas las consiguen con el excremento seco de las vacas y los caballos; la boñiga es una herramienta cotidiana para las fogatas. Tampoco se les ofrecían opciones de salud, pero ellos usualmente deben afiliarse al IMSS por sí mismos ya que los dueños de la tierra no tienen grandes preocupaciones por su condición física.
Otra queja fue que recibían 200 pesos por semana, pero todos los lugares del interior de la República que aprovechan el trabajo migrante ofrecen salarios míseros, porque este es el sector de menor nivel cultural. Hay miles de ellos que no saben hablar español, y no todos son tarahumaras.
Además, cada temporada de cosecha es una verdadera odisea, pues los jornaleros deben ir de campo en campo y estado en estado, terminando su viaje por octubre y regresando a sus pueblos para esperar la próxima temporada. Por otro lado los reclutadores son literalmente mercaderes de fuerza humana, con el más puro estilo de los negreros de la Nueva España.
Hoy nos alarmamos de la situación de sobreexplotación de los tarahumaras pero no vemos que esas miserables condiciones de trabajo son comunes para todos los jornaleros del campo, no queremos reconocer que estamos cosechando las maravillas de la modernización que nos heredó Carlos Salinas de Gortari al destruir el ejido y firmar el Tratado de Libre Comercio.
Así pues, el país aumenta su colección de vergüenzas; a los mineros del carbón, que arriesgan su vida cada día, se suman estos seres humanos que viajan de campo en campo como reses, con todo y su familia para tener más manos que llenen las cajas de la cosecha y ganar un poco más de dinero.
Pero mientras esto sigue, y seguirá sucediendo, el producto agrícola mexicano compite contra los grandes agricultores del mundo como nuestra selección de futbol y, al igual que el Tri, siempre termina perdiendo. Por otro lado las autoridades se contentan con realizar fuertes declaraciones cuando, en los hechos, el gobernador de Baja California Sur se escapa del escándalo por la vía más corta al expulsar del estado a todos los indígenas que halló en los campos.
Qué pena por ellos, tendrán que regresar a sus hogares en las montañas rocosas y permanecer invisibles fuera del estado grande, porque aquí se les ignora y arrincona cada vez más lejos para que los beneficios de la madera serrana y el turismo queden en los bosillos de los blancos, o cuando menos mestizos.
Los tarahumaras seguirán siendo buenos sólo para animar las fotografías de las enormes cañadas y barrancas de la Sierra. Nuestra sociedad es tan inhumana cómo lo necesite ser para mantener las ganancias de los bancos extranjeros y los dueños del país.