Si de algo se arrepienten ex gobernadores y ex presidentes (y sin duda también Mejía Barón) es de no haber hecho cambios a tiempo. Tristemente se dan cuenta muy tarde, cuando finalmente hacen los cambios y ven el tiempo que perdieron por no haber tomado la decisión en el momento adecuado. Algunos políticos (y entrenadores) consideran que hacer los cambios cuando los pide la tribuna o la opinión pública es una señal de debilidad, pero esto es una trampa, porque no hacer los cambios para no darle gusto a la tribuna termina por inmovilizar al tomador de decisiones.
¿De verdad el presidente Enrique Peña Nieto considera que no es necesario hacer más cambios que los que ya hizo, sacar a Ramírez Marín para mandarlo de pluri y mover de cartera al pluri funcional de Murillo Karam, que igual sabe de derecho que de urbanismo y medio ambiente? El cambio ayudará a refrescar una muy presionada y cuestionada Procuraduría pero mantener a Murillo en el gabinete, lejos de mandar una señal de fortalecimiento, muestra presidente atrapado en la lógica de grupos y cuotas de poder.
Cada día que el presidente mantiene a Gerardo Ruiz Esparza como secretario de Comunicaciones y Transportes el gobierno pierde fuerza y efectividad. No se trata de si el señor es bueno o malo, si cae bien o mal, si es amigo o no del presidente, se trata de la debilidad de un secretario que fue revolcado por el escándalo del tren México-Querétaro y que arrastra con él la credibilidad de la institución. Todo lo que haga o deje de hacer (al parecer dejar de hacer es la nueva especialidad de la secretaría) estará marcado por el cuestionamiento al secretario.
En Educación sucede algo muy similar. La estrategia de poner un político de la talla (y fama) de Emilio Chuayffet al frente de esta cartera tenía sentido porque se partió de un diagnóstico de que el problema era fundamentalmente político y que tenía nombre y apellido: Elba Esther Gordillo. Pero es evidente que el diagnóstico con respecto a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) fue erróneo y que la reforma educativa, al menos en cuatro estados, se convirtió en letra muerta. Dejar al político mexiquense al frente de esta cartera, independientemente de cualidades y defectos, envía el mensaje de que la reforma educativa dejó de ser la prioridad para este gobierno.
Si el gobierno no estuviera en un momento de crisis de credibilidad y pérdida de confianza (para usar las palabras del propio presidente) mantener al equipo sería un señal de estabilidad y visión de largo plazo, pero evidentemente no es el caso. Hoy mantener el gabinete es más una signo de un gobierno pasmado y con dificultad para tomar decisiones.