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Francisco Ortiz Pinchetti

13/03/2015 - 12:00 am

El deprimido de Mancera

Miguel Ángel Mancera Espinosa gobierna a base de coartadas. En lugar de esgrimir razones y asumir sus decisiones, el jefe de Gobierno recurre a argucias y pretextos. Quimeras. En el caso de su excesiva tolerancia a las marchas y plantones de unos cuantos que desquician todos los días la ciudad, su coartada es la libertad […]

Miguel Ángel Mancera Espinosa gobierna a base de coartadas. En lugar de esgrimir razones y asumir sus decisiones, el jefe de Gobierno recurre a argucias y pretextos. Quimeras. En el caso de su excesiva tolerancia a las marchas y plantones de unos cuantos que desquician todos los días la ciudad, su coartada es la libertad de manifestación… a costa de la libertad de tránsito de millones de ciudadanos. En el caso de la imposición arbitraria e insensible de las modificaciones al  No Circula Sabatino, que han afectado nuestras vidas hasta el grado de modificar la convivencia familiar, su coartada fue la salud de los capitalinos que, dijo, se vería beneficiada con las nuevas medidas… lo cual no ha sido demostrado. Y en el caso del deprimido en la confluencia de Insurgentes Sur y Río Mixcoac, su justificación para llevar a cabo un verdadero ecocidio con el derribo de 855 árboles es la solución de un problema vial crítico… que de paso beneficia directa y sospechosamente a un macro desarrollo inmobiliario privado, la Torre Manacar.

A mi nadie tiene que convencerme de la necesidad apremiante de dar una solución viable al conflicto que se padece cotidianamente en ese cruce de la ciudad, agravado desde hace seis años por la aberrante construcción de un puente tan espectacular como inútil que comunica a la avenida Revolución con un nudo ciego, en el encuentro con Insurgentes Sur, obra acreditable –y reclamable, debiera ser— a Marcelo Ebrard. El resultado es un caos perenne. Los habitantes de la delegación Benito Juárez lo padecemos de manera directa y cotidiana, permanente.  Cuesta a veces media hora o más librar esa trampa infame de unas cuantas cuadras, ya sea al circular por Insurgentes o a través de Río Mixcoac. La afectación repercute por supuesto del lado Poniente hasta las avenidas Revolución, Patriotismo y el Eje 7 Sur Extremadura, así como calles interiores de las colonias San José Insurgentes, Extremadura Insurgentes e Insurgentes Mixcoac, y del lado Oriente a las supuestas vías rápidas de Río Churubusco, Félix Cuevas y Eje 8 Sur José María Rico, y calles como Moras, San Francisco y Patricio Sáenz y otras muchas  de las colonias Del Valle Sur, Acacias y Actipan. De manera más amplia, el nudo que ahí se forma y que implica aguantar hasta tres, cuatro cambios de luz en los semáforos sin avanzar un milímetro, daña la circulación del Metrobús sobre Insurgentes y el flujo vehicular mismo a través del ahora llamado Circuito Bicentenario, una vía de 42 kilómetros de extensión. El tema no admite duda: es un problema que tiene que enfrentarse y solucionarse lo más pronto posible.  De acuerdo.

Toda esa argumentación, sin embargo, no justifica la acometida contra árboles sanos que debieran ser los primeros protegidos de cualquier desarrollo urbano. Entiendo que es una cuestión cultural, pero me parece absolutamente inaceptable, aberrante, criminal, que en aras de una mejora material –así sea, repito, una obra indispensable— se atente contra la naturaleza en una ciudad que si de algo ha padecido es del deterioro grave de su medio ambiente. En este tema no se valen coartadas ni argucias. El gobernante debiera tener como prioridad esa premisa: nada justifica la muerte de un árbol sano. Sepa, señor Mancera, que habemos seres humanos tan locos como para sufrir hasta las lágrimas la caída de una jacaranda. Pienso, con los expertos en el tema, que siempre puede encontrarse una solución técnica para enfrentar un problema urbano sin afectar el entorno natural, la mermada riqueza forestal de una urbe como la nuestra. No dudo que encontrar una solución distinta, viable, justa, sea más difícil e inclusiva más costosa.  Vale la pena.

Debería partirse de la convicción de que los árboles son intocables. Así de simple y claro. Además de sus atributos biológicos, fundamentales para la vida misma, son refugio y hogar de numerosas especies animales. Hemos visto cómo miles de ellos han sido arrasados para la construcción del Metrobús, por ejemplo, de vialidades importantes para la ciudad, de construcciones públicas y privadas. No tiene nombre el crimen cometido, por ejemplo, en la delegación Benito Juárez, precisamente, durante la administración del panista Germán de la Garza (2006-2009), cuando según información oficial aportada por la propia demarcación se talaron más de 10 mil árboles, la mayoría para facilitar a los desarrolladores la construcción de edificios de departamentos. Es decir, en aras del negocio de los particulares, que por supuesto salpica (y empapa) a los funcionarios delegacionales.  Los árboles concebidos como “estorbos”. Y no hay ningún castigo para los responsables  de esa depredación.

Sin embargo.Mx  hizo recientemente un puntual repaso de casos de tala injustificada ocurridos en la capital del país tan solo en las últimas semanas. El 3 de marzo pasado, citó, decenas de vecinos, integrantes del Frente en Defensa de la Magdalena Mixhuca, se manifestaron en el Zócalo capitalino para oponerse a la construcción del nuevo estadio de beisbol de los Diablos Rojos del México en la llamada Ciudad Deportiva. Los manifestantes exigieron que ese proyecto sea frenado, porque ha significado la tala de árboles de ese pulmón verde de la Ciudad de México, de donde se prevén tomar siete hectáreas para construir el inmueble. Antes, el 10 de febrero pasado, vecinos de las colonias Roma Norte y Sur denunciaron ante los medios a las autoridades de la Delegación Cuauhtémoc y a las del GDF, especialmente a la Secretaría del Medio Ambiente, a cargo de Tanya Müller García, por la tala de decenas de árboles de más de 60 años de antigüedad de la calle de Querétaro, bajo el argumento de tener una figura “deforme” y significar un riesgo.

Un agravante en el caso del deprimido de Mixcoac, como ya se le conoce, es la insuficiente información que se ha proporcionado a los vecinos, tanto sobre la naturaleza, características, alcances y repercusiones de la megaobra como, precisamente, los motivos de un ecocidio de esas dimensiones. La autoridad asegura que se han realizado decenas de mesas de trabajo informativas, pero los vecinos acusan opacidad, contradicciones y mentiras, incluido por supuesto el tema del daño forestal y el inquietante tema de una presunta  colusión de intereses con los desarrolladores de la Torre Manacar (un proyecto de 30 niveles y 13 sótanos de estacionamiento), lo cual no ha sido esclarecido. La secretaria del Medio Ambiente Müeller García (que en lugar de defensora del hábitat urbano, como debiera ser, pareciera empeñada en su destrucción) aseguró que un 80 por ciento de los árboles inventariados para su derribo están plagados y que el 20 por ciento restante lo conforman ahuehuetes, una especie que resulta ahora un peligro “inminente” por la debilidad de sus raíces. Y resulta que la funcionaria mintió flagrantemente. Leonora Esquivel, activista defensora de la fauna y del medio ambiente, me confirma luego de revisar personalmente el inventario forestal aludido, que en su inmensa mayoría los 855 ejemplares ahí enlistados aparecen calificados como “sano”. Además, dice ella, cuando menos la mitad de esos árboles podrían ser salvados y trasplantados por tratarse de individuos jóvenes. Y ocurre también que al menos 400 de los árboles condenados a muerte son fresnos, cuyo derribo constituiría una violación flagrante a la Ley de Salvaguarda del Patrimonio Urbanístico del Distrito Federal que en su artículo 15 cataloga a esa especie como protegida y por lo tanto intocable.

Para colmo, nuestras actuales autoridades capitalinas han adoptado como modus operandi  para evadir –que no enfrentar y menos solucionar— la inconformidad vecinal, el madruguete vil, literal. Así lo hicieron con la instalación de parquímetros en colonias como Nápoles y Nochebuena. Ante la oposición de los vecinos, otra vez por una deficiente información, actuaron en un fin de semana y en horas de la madrugada. Las calles amanecieron ya sembradas de aparatos el domingo por la mañana. En el caso del deprimido, ocurre exactamente lo mismo. Los taladores, con sus sierras eléctricas, actuaron como delincuentes, al amparo en la noche, en la madrugada del pasado domingo 8 de marzo.

Por supuesto entiendo que al señor Mancera Espinosa poco le importan los argumentos de los ecologistas ni el medio ambiente de la ciudad que dice gobernar. No dudo que le parezcan  arrebatos de romanticismo y aún de cursilería las evocaciones que muchos hacemos de aquel río Mixcoac cuyas laderas estuvieron algún día poblados de árboles frondosos, antes por supuesto de su entubamiento a mediados del siglo pasado. No le pedimos que comparta nuestras nostalgias. Le exigimos, eso sí, que ante todo respete lo poco que queda de ese entorno natural. Sin más mentiras. Sin simulaciones. Sin coartadas.

Ante la protesta callejera de los vecinos, en su mayoría mujeres, a la que se respondió (contra ellas sí, por cierto) con la presencia contundente de los granaderos, el jefe de Gobierno  busca otra vez la coartada para escabullirse. Declara que la obra se va a detener hasta que los vecinos queden satisfechos con la información proporcionada por su gobierno; pero en seguida aclara que en realidad no se va a parar el proyecto, sino sólo “esa parte”, donde están los árboles condenados a muerte. Si pero no, dice ambiguo.

A Mancera Espinosa  poco le importa ya en realidad su deprimido. No me refiero por supuesto a su ambicioso proyecto de doble paso a desnivel de Río Mixcoac e Insurgentes Sur, sino a su deprimido índice de popularidad, que ha caído en poco más de dos años prácticamente a la mitad, al pasar de alrededor de un 70 por ciento de aprobación al asumir el cargo a menos de 35 por ciento que actualmente detenta, con calificación de reprobado entre la ciudadanía: cinco. Válgame.

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).
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