Alma Delia Murillo
07/03/2015 - 12:00 am
No me gusta mi cuerpo
Podía seguir ayunando y perdiendo el impulso vital de la esperanza. Digno, duro, punto, azul. (Extracto del blog “Mi vida contra la anorexia y la bulimia”) Yo, Alma Delia, confieso que no me gusta mi cuerpo. No sé exactamente cuándo ni cómo ocurrió pero el hecho es que me mordió, como a muchos de los […]
Podía seguir ayunando y perdiendo el impulso vital de la esperanza. Digno, duro, punto, azul.
(Extracto del blog “Mi vida contra la anorexia y la bulimia”)
Yo, Alma Delia, confieso que no me gusta mi cuerpo.
No sé exactamente cuándo ni cómo ocurrió pero el hecho es que me mordió, como a muchos de los que conformamos esta extraña generación de transiciones, el bicho que me hace desaprobar mi apariencia.
No, no soy anoréxica ni bulímica pero pienso obsesivamente en lo que como, lo que no como, en mi peso, en tener hábitos saludables, en restringir mi manera de alimentarme porque el gimnasio, porque la edad, porque la carrera, porque mis amigas, porque el nutriólogo, porque voy a ir a la playa, porque en la última foto me noté más gorda, porque quiero pesar 53 kilos cuando peso 55. Qué tormento auto infligido, qué manera de hacer de cada día un régimen tiránico de 24 horas flagelándome por dos kilos. Es insano, lo sé, pero también sé que no estoy sola en esto.
¿Qué tal si repensamos el fenómeno de los “trastornos alimenticios”?, ¿qué tal si le quitamos la etiqueta que lo constriñe a un tema de adolescentes y nos damos cuenta de que casi todos, de alguna manera, bordeamos el asunto?
¿Será ese miedo patológico a envejecer característico de nuestros tiempos lo que nos obsesiona con la imagen, la salud, los hábitos?
La marca de lencería Bluebella realizó una encuesta para que la gente diseñara el cuerpo ideal tanto femenino como masculino eligiendo cada parte de las celebridades más reconocidas que a su criterio eran el prototipo insuperable de piernas, caderas, rostro, abdomen, etcétera.
Una especie de Frankenstein de la perfección.
El resultado no es sorprendente pero sí alarmante, aquí hago las descripciones pero también pueden ver las fotos.
La mujer perfecta según el criterio femenino tendría el pelo de la Duquesa de Cambridge, el rostro de Cara Delevingne, los senos de Jennifer Aniston, el abdomen de Gwyneth Paltrow, las caderas de Emma Watson y las piernas de Elle Macpherson. La edad promedio sería de 35 años.
El collage de mujer perfecta según los criterios masculinos, cambia: pelo de Scarlett Johansson (parece que sí, que los caballeros las prefieren rubias), rostro de Megan Fox, senos de Kim Kardashian (los caballeros las prefieren tetonas), el abdomen de Michelle Keegan y las piernas de Rosie Huntington. La edad promedio sería de 32 años.
Sigamos con el desvarío.
El hombre perfecto diseñado por mujeres tendría el pelo de Harry Styles, el rostro de Jamie Dornan, los bíceps de Brad Pitt (el veterano anhelo de protección se imponte), el torso de David Gandy y las piernas de David Beckham (esas las quisiera tener yo para correr maratones). La edad promedio sería de 35 años.
Y el hombre ideal diseñado por hombres tendría el pelo de Brad Pitt (parece que los caballeros en realidad prefieren un mundo rubio), el rostro de David Beckham, los bíceps de Hugh Jackman, el torso de Ryan Gosling y las piernas de Frank Lampard. La edad promedio sería de 41 años.
Un humanoide hecho con retazos de modelos, actrices, actores, aristócratas y futbolistas. He ahí nuestro ideal de perfección.
No sé ustedes pero yo me siento desolada y además reconozco que navego en el fango con mis propios criterios de exigencia al cuerpo.
¿Por qué si la auténtica belleza radica en la diversidad, en lo sorpresivo e inesperado nos empeñamos en alcanzar un patrón estándar y uniforme?
Para el alma es igual de jodida una cárcel que la otra, la de obligarnos a preservar una delgadez extrema que la de exigirnos un cuerpo atlético.
Qué revelador es que prefiramos, insistentemente, perseguir fantasías a mirar la realidad que es una y es esta: con los años nos hacemos viejos, arrugados, perdemos firmeza, perdemos pelo y ganamos peso. No entenderlo o no verlo es rayar en la psicosis. Pero ahí estamos atrapados hombres y mujeres de todas las edades.
Algo tendrá que ver ese “logro” tan sobrevalorado de haber estirado la curva de la longevidad que nos hace pensar que tener 35 años equivale a tener 20 y que tener 50 es como rondar los 30. Cuánta ceguera, carajo. Cuánto estrés, cuánta necesidad de aceptación, cuánta frivolidad, cuánta ansiedad saltando a borbotones por donde se pueda, cuánta tristeza.
Es que la suma de todos nuestros vicios generacionales tenía que verse reflejada también en nuestros cuerpos, era inevitable. Y ahora regreso a donde empecé: a mí no me gusta el mío y se me van los días empeñándome en delimitarlo.
¿Lograré algún día aceptarme?, ¿lograremos, algún día, que el deseo se construya desde la libertad y no desde los arquetipos auto impuestos?
Por ahora quedan las ganas de abrazar y de pedirle perdón al cuerpo por tanta demanda, por tanta tiranía, por seguir juzgándolo desde fuera y por haber dejado de mirarlo desde dentro.
@AlmaDeliaMC
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