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Tomás Calvillo Unna

04/03/2015 - 12:00 am

México, un país desconectado

… desconectado consigo mismo al descubrirse en medio de una democracia desvirtuada, que velozmente pierde su sentido y razón de ser. Ajena ya a la construcción ciudadana de la misma que implicaron las dos últimas décadas del siglo XX, y que se conoció como el período de la transición democrática, mismo que no arribó a […]

… desconectado consigo mismo al descubrirse en medio de una democracia desvirtuada, que velozmente pierde su sentido y razón de ser.

Ajena ya a la construcción ciudadana de la misma que implicaron las dos últimas décadas del siglo XX, y que se conoció como el período de la transición democrática, mismo que no arribó a la etapa de la consolidación.

El tren se descarriló por varios factores, incluyendo el de nuestra geopolítica en el mundo del crimen, del capital que se acumula a través del mercado del comercio ilegal de drogas, armas y trata de personas, convirtiendo a la política en un territorio en disputa para las mafias.

El tránsito del régimen autoritario de partido hegemónico al de la alternancia descuidó el ámbito y función de la seguridad nacional, en una etapa de globalización económica que implicaba también la globalización del crimen, lo que provocó que la vulnerabilidad de la ciudadanía aumentara exponencialmente, a lo que se sumó el desmantelamiento del estado como rector de un proyecto de nación.

En esas condiciones los partidos políticos se convirtieron en todo, empresas de colocación, cautivos y guardianes del crimen, coyotes con sus respectivos moches en orden ascendente y descendente, agentes del capitalismo salvaje que reduce a cero las opciones económicas y de formas de vida y diversidad; esclavos de los recursos para campañas, donde el dinero y el voto celebraron sus nupcias con promesas de eternidad.

Los partidos políticos dejaron de representar a los ciudadanos e impidieron consolidar un régimen democrático al servicio de la nación.

Nuestra cultura que ha sido tradicionalmente un factor vital e incluso de orgullo mostró profundas debilidades que evitaron que jugara un papel de contención ante el avance de la corrupción, la impunidad y el dominio del dinero a como dé lugar.

Los partidos políticos, actores clave de este entramado, fueron filtrados por el crimen y vandalizaron en extremo su función fundamental de representar las diversas corrientes políticas y aspiraciones ciudadanas.

El poder, y en esta época, las migajas del poder los envenenó, hasta convertirlos en secuaces de la violencia que ha ido ganando el paisaje de nuestra cotidianidad.

Sin visión política enraizada en el concepto de herencia y destino común, solo ocupan los lugares que la inercia de la maquinaria de un estado en descomposición les otorga. Hasta en la retórica han perdido el sentido de la nación e incluso el de su propia historia a la que ignoran para no perder su mínima tajada en el desmantelamiento de lo que alguna vez fue una aspiración nombrada soberanía económica; hoy en día eso es pura paleontología ofertada al mejor postor; pulverizaron así el bienestar de la nación incluso en la imaginación.

En estas condiciones la clase política se sirve así misma, por eso inventaron el INE, para negociar intercambio de apoyos en un pacto que de continuar como van las cosas se le llamará de la ignominia.

Para volver a conectar al país se va a requerir un esfuerzo que permita refundar los procesos democráticos y las instituciones republicanas a través de un nuevo constituyente. Para ello, es necesario que se organicen a lo largo y ancho del país grupos por la libertad y la democracia en todos los lugares; que se reúnan a discutir y proponer, ejercitando la tolerancia, la imaginación y la fortaleza cívica.

Si se construye una dinámica colectiva amplia que vuelva a entrelazar regiones, grupos, y comunidades, se creará la densidad democrática necesaria para transitar sin violencia y recuperar el camino perdido volviendo a conectar a la nación consigo misma. No es una tarea utópica, de alguna manera fue la experiencia que se inició a fines de los sesenta del siglo pasado y que tuvo momentos hasta de esplendor cívico en los ochenta.

Las lecciones de entonces que podemos recuperar, entre otras, nos dicen que no se trata de la tarea de una persona, o de un partido, ni es tarea que se limita al proceso electoral, ni requiere de mucho dinero para garantizar su buen destino. Lo que si se requiere son los balances, los equilibrios que evitan cualquier tipo de excesos, tan comunes en nuestro presente en casi todos los órdenes.

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