Durante muchos años los mexicanos, los medios y sobre todo los políticos, usamos el verbo colombianizar como sinónimo de descomposición social. El miedo, decíamos, era que México se colombianizara. A los colombianos les caía en el hígado que usáramos esa expresión, pero los mexicanos estábamos ciertos que el neologismo expresaba de manera muy sintética una situación que veíamos como amenaza. Nunca pensamos en el daño que le hacíamos a la nación sudamericana que estaba pasando por una situación crítica, en el estigma que pusimos en el ser colombiano ni reparamos en el pésimo trato que las autoridades de migración mexicanas daban a los ciudadanos de ese país como si hubiera algo contagioso en ellos, como si su simple presencia nos fuera a colombianizar.
¿Por qué entonces tanto brinco diplomático, porque tanto Pancho a Francisco, por haber utilizado la palabra mexicanizar para expresar, en un carta privada, los temores de que la descomposición social de Argentina llegara a los niveles de México? El pancho diplomático lejos de ayudar a bajar el tema lo que hizo fue a multiplicar el efecto. Pero lo importante no es que lo haya dicho el Papa ni en qué contexto, sino a qué se refiere cuando plantea el verbo mexicanizar.
Mexicanizar es sinónimo de violencia, corrupción, narcotráfico, protesta, despojo, pobreza, falta de oportunidades, desarrollo desigual, prepotencia, lavado de dinero, etcétera. Todo eso junto hace el coctel mexicano. Eso es, tristemente, lo que el mundo ve y sabe de nosotros, pero eso es también de lo que hablamos los mexicanos en los últimos meses. Nadie lo inventó, no es una narrativa de oposición, es una realidad que está ahí y que por un momento pensamos que por no hablar de ella la íbamos a conjurar (en política también existe el pensamiento mágico).
Es cierto, México es mucho más que eso. Pero «eso», que es innombrable porque aún no nos hemos atrevido a ponerle nombre, ha irrumpido para recordarnos que ahí está y que no es algo colateral o circunstancial sino esencial de nuestra realidad; es el México que hemos construido a base de un sistema económico excluyente, una violencia sistemática, una alta tolerancia a la corrupción y una capacidad inigualable para rehuir los problemas, tanto de las clases dirigentes, políticos y empresarios, como de las clases medias en general
Dejémonos pues de sutilezas y diplomacias; hay que desmexicanizar a México. Ese México al que se refiere el Papa Francisco no le gusta a nadie, pero no va a desaparecer por decreto o porque el Vaticano diga que no había ningún afán de estigmatizar en las letras escritas por Bergoglio a un amigo en Argentina.
Si no queremos parecernos a nosotros mismos la salida es no negar la realidad ni cambiar de disfraz.