Tomás Calvillo Unna
25/02/2015 - 12:02 am
La edición de la política
El ritual tradicional del mundo de la política ha sido sustituido por la producción del set. La realidad virtual remplazó a los símbolos y el protocolo se convirtió en el ejercicio de edición proveniente de los procesos del espacio televisivo. Los políticos se volvieron actores: sus reacciones y prosa son gestos estudiados y palabra dictadas. […]
El ritual tradicional del mundo de la política ha sido sustituido por la producción del set.
La realidad virtual remplazó a los símbolos y el protocolo se convirtió en el ejercicio de edición proveniente de los procesos del espacio televisivo.
Los políticos se volvieron actores: sus reacciones y prosa son gestos estudiados y palabra dictadas.
La lógica de la producción se impuso y determina la actual morfología del mundo de la política, particularmente el que se desenvuelve en las capas directivas de partidos y gobiernos.
La ideología se subordinó al tiempo y costo de la producción y a todos los involucrados se les sometió a la construcción de la imagen y al mensaje de impacto.
El maquillaje, aparentemente inofensivo fue el primer paso para dominar y modificar el rostro de la política.
Los creadores de imágenes desplazaron a los maestros de la política, se perdió una tradición sostenida en la experiencia personal y de grupos sociales y ganó la empresa, la compañía, los expertos en traducir el mensaje más apropiado y vendible para cada ocasión.
La política así, cortó su cordón umbilical con la realidad ciudadana y se enajenó en el sistema de producción visual de un mercado donde cada segundo tiene un costo monetario.
La filosofía política es arqueología, lo que existe es una maquinaria de producción de mensajes, donde los políticos son actores cuyo discurso responde fundamentalmente a la imagen que el guión en turno requiere, para que pueda ser mínimamente exitoso desde la óptica del consumo de la temporada.
Los políticos como cualquier otro producto son desechables cuando dejan de ser útiles para las casas productoras, es cuestión de costos, de ganancias y pérdidas medidas por los índices de popularidad.
Los conceptos de estado, de ciudadanía, de nación, son secundarios y no representan ningún valor real. El tiempo se reduce a la presencia en la pantalla, en el espacio cibernético, en la traducción electrónica de un ente que representa una fugaz cosa, que puede generar ganancias y facilitar negocios de toda índole.
El mercado triunfó y su rostro anónimo le otorga la capacidad de sobrevivir a todo cuestionamiento de responsabilidad. Por eso este concepto ha desaparecido del diccionario de la política misma.
En ese anonimato nadie representa a nadie, es el mundo de las imágenes y las sombras. Y aun así millones de pesos se invierten en el teatro de las elecciones que mantienen intacto el escenario de una historia que se repite hasta el cansancio.
Las verdaderas disputas no se ven, aunque sus repercusiones económicas y en ocasiones violentas se sientan.
Los que disputan el control del país, no participan de esas escenografías electorales, suelen estar a la caza de los aspirantes a un puesto de representación, y fuera del ámbito luminoso de los reflectores públicos, definen lo que vendrá, y evidencian la carencia de sentido democrático del poder político en el país.
Las elecciones no se dan en las urnas, ellas son solo el guión de una inercia en la que se pretende creer y que permite a otros tener las manos libres para hacer y deshacer el destino de millones.
El dinero bien o mal habido es lo que sacude conductas y define la suerte de múltiples personajes que se entronan a sí mismos y dicen representar a la nación.
Estamos caminando entre las ruinas de un sueño democrático y cada día descubrimos nuevos ángulos de una amarga pesadilla y aun así se pretende ignorar que la película no da para más.
Sorprende que algunas mentes lúcidas que ayudaron a construir esa posibilidad se aferren a la ilusión de lo que pudo ser y no activen su inteligencia critica para vislumbrar nuevos caminos; apegados a sus principios están dispuestos a pactar con la ignominia de una realidad política que golpea día a día el rostro de los ciudadanos.
Imaginar es una palabra que buscan enterrar. Recuperar la imaginación política es una tarea estratégica para los tiempos de confusión y desánimo democrático por el que México atraviesa.
Pd. Primero fue una Comisión de la ONU, que llamó al gobierno a ponerse las pilas en los temas fundamentales de los derechos humanos, particularmente el de la tragedia de los desaparecidos; después vino el Papa Francisco con la carta a su amigo, preocupado por la “mexicanización” de Argentina y el horror que eso puede significar; y para rematar, el taxista de una ciudad asiática que al enterarse de que soy mexicano al cobrarme me comenta: “from the land of the gansters”… ahora si llueve sobre mojado y ya no hay para donde hacerse. O asumimos la realidad o seguimos fugándonos quién sabe a dónde, hasta que nos tropecemos con nuestra profundas inconsistencias de la que ninguna campaña publicitaria nos va a salvar, ni Hollywood y sus Oscares.
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