Alma Delia Murillo
14/02/2015 - 12:01 am
San Tequila vs San Valentín
El tránsito es como un dolor de ovarios, un calambre en el hipotálamo, una pesadilla de antología. El semáforo está descompuesto pero más descompuesto el razonamiento del pobre policía que intenta resolver la situación, espero que no tenga madre porque le llueven las mentadas como en un coro de tragedia griega. Y yo pienso en […]
El tránsito es como un dolor de ovarios, un calambre en el hipotálamo, una pesadilla de antología. El semáforo está descompuesto pero más descompuesto el razonamiento del pobre policía que intenta resolver la situación, espero que no tenga madre porque le llueven las mentadas como en un coro de tragedia griega.
Y yo pienso en un tequila, corrijo: pienso en tres tequilas y babeo como perro mastín napolitano frente a una chuleta. Anhelo un trago y quitarme los tacones. Ah, y también vaciar la vejiga porque, para empeorar mi infernal jornada posmoderna, me estoy meando. Como siempre.
Es viernes por la noche, víspera de esa hecatombe que llamamos día de San Valentín; es decir que la ciudad está plagada de atolondrados que, bajo el influjo catastrófico del 14 de febrero, ansían como poseídos llegar a un restaurante para celebrar; también pululan los ñoños enloquecidos en busca de un ramo de flores o un nauseabundo osito de peluche. El horror, el horror.
Por fin llego a mi casa, aviento los tacones, me paro delante de mi pequeñísima cava de proletaria independizada y busco con la mirada mi botella de tequila reposado; la encuentro, lleno el caballito y me dispongo a beber tres de esas pócimas milagrosas y a documentar mi experiencia. Sí, señor.
Primer tequila.
El primer trago es como beberse unos mililitros de destilado de sol, ni más ni menos. Por el color ámbar tan cálido, porque golpea un ramalazo enérgico en el pecho, porque se despereza el animal que nos habita, al menos el mío. Porque el túnel de la pasión mortal me guiña el ojo para que entre en él. Y para allá voy derechita, pos sí, ni modo que no. Chingadamadre.
Y no woman, no cry, sería la frase que vendría a mi fuero interno si estuviera fumando un porro de marihuana pero no, estoy bebiendo tequila.
Por eso es que en mi cabeza resuena: “ya va mi pensamiento rumbo a ti, yo sé que tu recuerdo es mi desgracia y vengo aquí nomás a recordar qué amargas son las cosas que nos pasan cuando hay un corazón que paga mal”
Tenía razón José Alfredo, la vida no vale nada. En realidad es peor que eso: porque valiendo nada cuesta carísima, hablo de la relación costo- beneficio de la existencia en estos tiempos absurdos. Es que es una putada pagar tanto dinero por la hipoteca, los servicios de la casa, el seguro de gastos médicos, el Smartphone, la terapia, el súper y todo por qué, ¿saben por qué? Por emancipadas. Por liberadas. Porque ahora somos exitosas y autosuficientes pero estamos solas. Sin pareja. Sin novio. Sin marido. Sin un hermoso cuerpo masculino para cucharear toda la noche ni unos brazos fuertes que ayuden a mover la cama de lugar.
Sin testosterona, carajo. Qué desolación.
Y no me vengan con discursos feministas porque la soledad duele y duele mucho, incluso Medea la sufrió hasta la locura, qué esperaban de una que no tiene la estatura moral de una heroína de Eurípides.
Y sírvanme otro que esto se siente muy feo y yo quiero sentir bonito.
Segundo tequila.
A estas alturas ya le rezo a San Juan Gabriel y me pregunto pero qué necesidad, para qué tanto problema, por cierto ¿no existía una escuela filosófica que se sustentaba en este mismo principio? el Cinismo, me parece. Justo ahora encuentro muy pertinente aclarar que Juan Gabriel es tan poeta y filósofo como Kierkegaard; sí, eso es lo que estoy pensando, joder. Y por eso bebo sola, ¿quién va a querer emborracharse con una aburrida malacopa como yo?
Dioses, tengan compasión de mí y mándenme un infarto fulminante ahorita que estoy bebiendo, el alcohol es un buen anestésico y a la mejor no me duele tanto, nomás tantito.
Tercer tequila.
Pinches dioses culeros: no me mandan ni la muerte, ni consuelo, ni olvido.
Pues ni quien los necesite porque ahora caigo en cuenta de que si estoy en mi casa, con mi botella de tequila, descansando de mi jornada de trabajo y del caos vial que atravesé en mi coche, es porque yo sola puedo solventar mis necesidades. Faltaba más.
Así que ahora mismo dejo las lamentaciones, vuelvo a treparme a las alturas vertiginosas de mis zapatillas matadoras y me busco una fiesta del amor sin amistad, noche mexicana adelantada, orgía nacionalista o lo que encuentre primero.
Porque este orgullo que tengo no lo van a mirar en el suelo tirado como una basura, no, señores.
Y no estoy chobarra, borracha, o eso. Nomás que ya me puse contenta y enojada al mismo tiempo y, hasta donde sé, la esquizofrenia etílica empeora en soledad porque se convierte en cruda moral.
En cambio la borrachera en compañía tiene incluso propiedades curativas, si precisamente por eso es que chocamos los vasos para decir ¡salud! y milagrosamente todo se compone; por eso sugiero que, vista nuestra afición por hacer fiestas para celebrar a los santos, consideremos seriamente canonizar y festejar al tequila. No al pendejo ese de San Valentín que no hace más que convertir el entorno en un paisaje chillón y lastimoso repleto de corazones ridículos, declaraciones patéticas, diabetes envuelta en papel celofán y lacerantes frases mal escritas en las redes sociales.
Así es que, hermanos, mejor vamos a encomendarnos a San Tequila, él sí es poderoso, tanto, que siempre ganará por knock out.
@AlmaDeliaMC
más leídas
más leídas
entrevistas
entrevistas
destacadas
destacadas
sofá
sofá