Tomás Calvillo Unna
11/02/2015 - 12:00 am
¿Qué querían, que se hicieran Harakiri?
¿Frente a las cámaras? No estamos en Japón, los códigos de conducta de la clase política aquí, son otros. Lo que debería unificar criterios es la construcción de la nueva representación nacional. Los temas están ahí: violencia, inseguridad, impunidad, corrupción, desigualdad, educación, partidocracia, y cómo aterrizarlos cuando son la agenda de todos los días ante […]
¿Frente a las cámaras? No estamos en Japón, los códigos de conducta de la clase política aquí, son otros.
Lo que debería unificar criterios es la construcción de la nueva representación nacional. Los temas están ahí: violencia, inseguridad, impunidad, corrupción, desigualdad, educación, partidocracia, y cómo aterrizarlos cuando son la agenda de todos los días ante una sociedad fragmentada.
Desde décadas atrás, el estado mexicano y el capital amalgamaron el sistema político con la formula llamada hoy en día “conflicto de intereses”, cuando se refiere a cantidades significativas de dinero, y la formula nombrada “moches” cuando se trata de transacciones menores.
Sin embargo últimamente parece que han perdido proporción, y la ambición sin límites se expande, terminando por volver disfuncional todo el esquema económico-político que nos envuelve, en un mundo abierto donde se multiplican los actores que disputan el dinero y el poder. Disputa que se da dentro de una crisis civilizatoria que obliga a los ciudadanos a actuar en defensa de sus derechos más elementales y por su propia sobrevivencia.
Los actuales gobiernos y los partidos, ya no tienen que decir y que ofrecer, en los últimos años han terminado por desfondarse y llevar al país a orillas de una guerra a través de un régimen de terror hormiga, que incluso afecta drásticamente las partes sanas del estado, paralizando sus capacidades de cambio.
Han abusado en demasía de los bienes nacionales y han golpeado con alevosía la paz de la nación.
Atrapados en la imagen del poder extraviaron el sentido republicano y democrático del estado, traicionaron a sus propios partidos, a sus fuentes ideológicas y conceptuales, no tienen por ello discurso político, más que el del vendedor que recorre los mercados ofreciendo al mejor postor lo que ni siquiera es suyo.
Se apropiaron de lo público y en un afán de poder sin límites, privatizaron todo aquello que dio origen a la comunidad nacional. Vendieron la patria y aliados con bandas criminales aterrorizan a los ciudadanos.
Si no surge una fuerza social capaz de detener en forma pacífica la inercia de los procesos electorales, la maquinaria del crimen será imparable.
Se tiene que reconstruir de raíz el proceso democrático en México.
La emergencia nacional que ha sido menospreciada por los gobernantes no tarda en producir una emergencia política-social encarnada en un movimiento civil que habrá de encontrar su camino en este año 2015.
La paz en México necesariamente será consecuencia del fortalecimiento de la conciencia cívica de los ciudadanos y de las nuevas y emergentes organizaciones políticas que no están acotadas a la participación electoral, sino al contrario, comienzan a cuestionar la racionalidad del régimen político en México que no ha sido capaz de detener la degradación social de la nación y la proliferación de la violencia.
En ese marco se inscriben diversas iniciativas como la de analizar y discutir un nuevo constituyente, la de transitar hacia un régimen parlamentario, la de manifestar de diversas formas no violentas en los próximos procesos electorales el rechazo a la conducta de los partidos políticos.
En todo ello no hay una sola voz, ni un solo liderazgo, sino una continua articulación de voluntades que se suman, una constelación democrática que se vislumbra surgida en gran parte de las entrañas del dolor que nos hace tocar lo más profundo de nuestra condición humana y que nos desafía a entender y aceptar los diversos caminos y su encuentro posible y necesario.
Es la conciencia de saberse en el umbral de una nueva era política compleja, en un estado nacional en mutación, donde los ejes de referencia que construyen los consensos sociales comienzan a surgir tanto en lo local, como en lo nacional y global, buscando construir un lenguaje libertario, plural, multidimensional, crítico y testimonial.
Conciencia que recupera el corazón de la justicia al asumir los derechos de los pueblos indígenas y de la comunidades que se ven amenazadas una y otra vez por mega proyectos que responden a la fase del capitalismo salvaje; y que en México además, ha adquirido el rostro del crimen que no respeta la semilla que conserva la savia del tiempo y el lugar donde nos podemos nombrar y reconocer.
En estas condiciones las tareas son múltiples porque la exigencia obliga a reencontrar el sentido de la nación fincado en un verdadero régimen democrático.
Desde esta perspectiva el tema de México en este 2015, es filosófico, de raíz, fundacional.
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