Tomás Calvillo Unna
28/01/2015 - 12:05 am
Un régimen de terror hormiga
«Quien ignora a México no entenderá nunca el destino de las democracias transfiguradas por los flujos del narcotráfico» CeroCeroCero Roberto Saviano El jueves 22 de enero mientras celebrábamos el XVIII aniversario de El Colegio de San Luis, alguien saltaba la barda de mi casa y subía a una pequeña terraza para entrar a mi habitación […]
«Quien ignora a México no entenderá nunca el destino de las democracias transfiguradas por los flujos del narcotráfico»
CeroCeroCero
Roberto Saviano
El jueves 22 de enero mientras celebrábamos el XVIII aniversario de El Colegio de San Luis, alguien saltaba la barda de mi casa y subía a una pequeña terraza para entrar a mi habitación a plena luz del día, a la mejor hora, alrededor de las dos de la tarde, cuando nadie camina por las calles; abrió de par en par las puertas del clóset y todos los cajones disponibles; sobre la cama, puso una caja grande que guarda la condecoración que me otorgó el gobierno filipino, cuando fui embajador de México en dicho país, no tomó nada, no desprendió las medallas, no extrajo papeles de los cajones, ni se llevó objeto alguno (ni unas bocinas, un IPod o una cámara), solo me demostró o demostraron que estuvieron en mi habitación, que la revisaron de pe a pa y que incluso a excepción de los objetos sobre la cama, dejaron todo como estaba, solo las puertas y cajones abiertos.
Cuando llegué a casa y me di cuenta de aquella intervención, (por no llamarla intimidación), decidí buscar a un buen amigo y vecino e invitarlo a ver la escena para que juntos hiciéramos una mejor lectura de lo sucedido. Observamos con detenimiento, incluso creímos identificar por donde entraron, pensamos que al menos fueron dos individuos, profesionales, ágiles, ya que subieron y bajaron bardas con sigilo, sin dejar huellas y demás.
Nos quedó claro que no eran ladrones, buscaban algo, querían dejar un mensaje, fracturar la paz o simplemente se equivocaron de casa.
Hace un año, recordé, fui víctima de una extorsión como miles de mexicanos, y por unas cinco horas me hicieron creer que habían secuestrado a mi hija, que trabaja dando clases de yoga y estudia en México, se transporta diariamente como millones en metrobús o el metro, y recientemente ha sufrido el intento de dos robos. Como millones de jóvenes, tiene miedo y mucho coraje, está cansada de lidiar todos los días con esa amenaza constante que se vive en nuestro país.
Mis hijos se enteraron del suceso y se preocuparon, -¿qué pasó?, ¿Por qué?- me preguntaron. Esas mismas preguntas se multiplican por el país entero, entre las víctimas que sufren todo tipo de violencia. Allí está la respuesta de Michoacán, de los habitantes como Mireles, víctima de una canallada mayúscula, o la de los familiares de los estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos, que no cesan, ni lo harán por encontrar a los suyos.
Esta suma de crueldades, de atmósfera de terror, aplicada incluso por fuerzas públicas nos cuestionan cada vez más. ¿Qué hacer?
Nos damos cuenta que vivimos una gran dislocación, y quisiéramos pensar que no sucede, que las cosas se pueden componer, con la voluntad del Presidente o el partido político gobernante, o con algunos arreglos a los diseños de la seguridad, a pesar de ser testigos día a día del cinismo de la mayoría de la clase política, alistada hoy para las próximas elecciones; pretenden ignorar que ya está roto el pacto social en este país y extraviada el alma de la nación.
Por ello mismo, no habrá elección que pueda hacer algo al respecto si la ciudadanía no forma antes una verdadera constelación democrática, un movimiento interregional, interclasista, que ponga un alto en el camino y detenga esa maquinaria electoral que solo está reforzando los territorios del crimen, la impunidad y el robo.
Nos encontramos frente a un dilema, sabemos bien que las cosas no pueden continuar como van, pero lo que hagamos tiene que demostrar que es factible y no hundir más al país en la violencia que ya nos alcanzó.
En ese camino se vislumbra un nuevo constituyente: la refundación de la república.
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