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Tomás Calvillo Unna

21/01/2015 - 12:00 am

La Luna

Un buen amigo escritor me comentó que tiempo atrás, contemplando la excelsa luna que se puede apreciar en octubre en el altiplano Potosino, pensó en la fugacidad de lo humano, y es cierto: ahí está en su luz magnifica y nocturna, como hace siglos, contemplada por otros, nómadas cazadores que se guiaban por sus apariciones, […]

Un buen amigo escritor me comentó que tiempo atrás, contemplando la excelsa luna que se puede apreciar en octubre en el altiplano Potosino, pensó en la fugacidad de lo humano, y es cierto: ahí está en su luz magnifica y nocturna, como hace siglos, contemplada por otros, nómadas cazadores que se guiaban por sus apariciones, por sus fases, por su asombro.

Nuestra fugacidad debía ser condición sine qua non de conocimiento y aprecio por la vida y la compañía de los demás. Pero la realidad es más densa, está más cargada aún que la propia luna, de sueños y pesadillas que impiden que veamos esa claridad suya, que ha tejido los mitos originales de las culturas.

El mismo nombre de nuestra patria México, significa “el ombligo de la luna”. Ese nombre que se repite una y otra vez y nos identifica en su gentilicio ante los otros. México, significa ese poder femenino, el ritmo, la serenidad, la fertilidad, la generosidad, el cuidado, la sutileza de saber que el tiempo cambia y tiene una secuencia, una manera de conocer la danza propia de la vida, el secreto de su regeneración, de su promesa de eternidad, de su retorno, de su misterio y develación que nos nombra.

Esa misma luna sacrificada por Huitzilopochtli, el poder solar, degollada a los pies del templo, descubierta al paso de los siglos por unos trabajadores de la compañía de luz.

El mito trágico de un país, que pareciera hundirse en esas entrañas húmedas, frías y oscuras de los orígenes.

Como si todos los signos desde entonces apuntaran a un nuevo inicio latente en antiquísimas intuiciones, que en sus primeras páginas de “Imágenes de la Patria” nos describe Enrique Florescano, sabio explorador del ámbito del alma colectiva traducida en la historia de un lugar y un nombre: México.

Sin duda estamos en esos tiempos que marcaría la luna nueva, tan antigua e inmemorial, tiempos que tocan las fibras más hondas de una conciencia colectiva que despierta aun azorada ante la pérdida del sentido común de los gobernantes.

Cómo es posible que no se den cuenta, es la pregunta que se repite en la mesa familiar, en los pasillos del condominio, en el Metrobús, en el elevador de la oficina, en el estacionamiento, en el salón de clases, en las cafeterías, peluquerías, taxis y demás.

Cómo quieren pasar la página de esto y aquello como si fueran solo eso, esto y aquello; y no miraran un poco con el corazón y otro más con la razón y aun con la misma razón política, que se trata de 43 hijos de México, 43 estudiantes desaparecidos, que no se pueden olvidar con el intento de dar un carpetazo burocrático político o porque algunos empresarios exigen paz y no justicia, porque la paz sin justicia no es paz, es otra cosa adherida al muro de la impunidad y el crimen.

Si la sociedad mexicana y el estado siguieran adelante sin saber con claridad lo que pasó en Iguala y sin resolver con justicia los crímenes cometidos allí, el país entero perderá la última oportunidad de encontrar un camino de paz y dignidad.

El 2015 será un año regido por la luna milenaria y nueva, y México, parece que caminara por dos carriles: el de una sociedad movilizada particularmente por los estudiantes y una sociedad arrastrada por la inercia de un juego electoral vacío, que es solo el cascarón de algo que ha perdido su sustancia, su hálito, su alma.

El 26 de septiembre del 2014 en la noche, la luna creciente apenas despuntaba, tenía 3.7% de iluminación, la oscuridad dominaba y hasta hoy lo sigue haciendo.

en Sinembargo al Aire

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