Tomás Calvillo Unna
31/12/2014 - 12:00 am
El otro lugar de la política
Las preguntas que se tienen que responder desde varios ámbitos son: hacia dónde va el país y cuál es el horizonte de México en las actuales circunstancias. Responder estas preguntas desde distintas disciplinas y ópticas, nos puede ayudar a entender mejor el presente y mostrarnos la riqueza de la diversidad de perspectivas que no necesariamente […]
Las preguntas que se tienen que responder desde varios ámbitos son: hacia dónde va el país y cuál es el horizonte de México en las actuales circunstancias.
Responder estas preguntas desde distintas disciplinas y ópticas, nos puede ayudar a entender mejor el presente y mostrarnos la riqueza de la diversidad de perspectivas que no necesariamente se tienen que contradecir y que si lo hacen pueden ofrecernos también valiosos equilibrios.
Cómo la están viendo los estudiantes universitarios no solo de la ciudad de México sino de todas las regiones, tanto de universidades públicas como privadas. Qué piensan las mujeres solteras y madres; qué buscan los empresarios, pequeños, medianos y grandes; cómo visualizan los trabajadores su presente y la perspectiva del mañana; cual es la experiencia de las comunidades indígenas respecto de su autonomía y articulación con la república; la de los miembros de las diversas tradiciones religiosas, cómo asumen su lugar social.
Que reflexionan los ciudadanos todos de estos momentos críticos que se viven y de los posibles caminos a seguir para mejorar cualitativamente la vida cotidiana de los habitantes de México.
No se trata de hacer encuestas, sino de poder reflexionar en todos los ámbitos, pensar con libertad y sin temor de la realidad que compartimos.
Permitir escucharnos y pedir a los políticos que por unas horas al menos guarden silencio; y solicitar lo mismo también a los comunicadores.
Escucharse sin mediaciones, sería un ejercicio valioso, recuperar la confianza de la voz de cada quien, de su sentir y pensar, sin intermediarios. Juntarse en las casas, entre vecinos, en los cafés, escuelas, lugares de trabajo, parque públicos, sin consignas previas intercambiar puntos de vista, preocupaciones comunes, ideas, sugerencias, sueños; compartir el dolor y el consuelo.
Retomar el valor de la cotidianidad y la horizontalidad, reencontrar la autoridad de cada uno, de su propio decir, sin buscar imponer, ni orientar incluso, solo reunirse y aprender mutuamente de esa experiencia.
No temer a la diferencia, a la contradicción, a la propia debilidad, no buscar ganar, ni posicionarse, sino tratar de entender mejor el momento difícil por el que atraviesa el país y buscar identificar desde la mirada de cada quien los ángulos de esta compleja realidad.
Recuperar el poder de cada uno para imaginar el abanico de posibilidades que puede estar al alcance de la mano, sobre todo si logramos entrelazarnos de forma libre, sin cadenas ideológicas, pero si unidos por convicciones colectivas que permitan replantear la convivencia que se ha erosionado.
Fortalecer estos ámbitos de la libertad que comienzan en la conciencia y que se definen en el ejercicio de nuestra ciudadanía en los espacios que solemos habitar diariamente.
Ese civismo libertario sostenido en la creatividad de cada uno y de muchos es la mejor enseñanza y resistencia que se puede generar y expresar ante los gobiernos, para reorientar el camino extraviado de la democracia.
La ciudadanía tiene que reeducar a la clase política y la lección tendrá que ser histórica; es decir, marcar otro hito en la larga cuenta de eventos de profundas transformaciones que surgen cuando los que gobiernan prefieren aferrarse a su relato donde no caben los ciudadanos comunes y corrientes, de carne y hueso.
Qué tanto ha crecido la cultura de la interioridad en los últimos años en México, ese arte silencioso de la observación de cada quien, cuyas técnicas de enseñanza se encuentran en múltiples tradiciones de conocimiento.
Esa cultura del alma que se teje colectivamente puede ser la reserva principal de los ciudadanos para asumir desde otro lugar la experiencia política.
Si esa cultura se ha fortalecido lo suficiente, sin duda los próximos cambios que se avecinan serán definitivos para la maltrecha democracia mexicana y en muchos sentidos ayudaran a reencontrar el rumbo que se ha extraviado.
No es solo el dinero, no es solo el empleo, no son las estadísticas, ni los votos, es aquello que palpita en medio de esa densidad que habitamos, aquello que nos recuerda el misterio de la vida que otros pretenden negar, aniquilar, manipular o esclavizar. Tanto la Navidad como el Año Nuevo son antiquísimas celebraciones emblemáticas que nos hablan de ello, son los días y las noches que reúnen el calendario del mundo con el asombro interior.
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