El deseo más profundo que tengo para este 2015 es que Enrique Peña Nieto tome en serio su papel y se convierta en presidente de todos los mexicanos.
Me tocó ser activista en 1968 y advierto una semejanza angustiante con los días previos al informe del primero de septiembre de aquel año y el momento actual.
En ese entonces, el movimiento estudiantil demostró ser una verdadera fuerza social, exigiendo castigo a los funcionarios corruptos de alto nivel a favor de un país más democrático y con futuro para todos; similar a como el actual movimiento pide se castigue a los altos funcionarios culpables de la desaparición de los normalistas, una reducción significativa de la corrupción, un país de leyes, respeto a los Derechos Humanos y, también, un futuro para todos.
A finales de agosto de 1968 el presidente se vio en una encrucijada: iniciar un diálogo real con el movimiento estudiantil para resolver los problemas de fondo o lanzarse contra los inconformes con el objetivo de someterlos mediante el uso la fuerza. En el mensaje a la nación reveló su decisión al advertir que venían días negros. Sus consejeros y su carácter lo llevaron a elegir el camino de la represión y el país no tuvo opción más que llorar y cubrirse de luto y muerte durante los siguientes doce años.
Hoy, Peña Nieto se encuentra ante la misma disyuntiva: Debe advertir que el conflicto no se ha resuelto y llegar al fondo del problema, enjuiciar y sancionar a todos los funcionarios implicados, dialogar con las fuerzas en movimiento, pedir perdón al país y empezar a construir otra patria, o escuchar a sus amigos que le piden impunidad y protección, cual si fueran una mafia de la que él es padrino. Pero atender los consejos de los señores de la clase política corrupta implica el uso de la mano dura contra la ciudadanía, y ese es un camino que se sabe cómo empieza pero no cómo termina.
Díaz Ordaz midió las fuerzas y aliados del Gobierno corporativista y monolítico, que ganaba las elecciones por adelantado, y sólo entonces reconoció que el poder oficial era enorme frente a los estudiantes, pero hoy el Estado es débil: estamos a las puertas de otra crisis económica y puede pensarse que las elecciones se tienen perdidas por adelantado.
Sin embargo, la tentación del ejercicio autoritario del poder y las lealtades surgidas de las complicidades son cargas de dinamita listas para explotar y producir una reacción social tan intensa y terrible como las revoluciones de la primavera árabe. Por eso, ante una coyuntura tan compleja, quisiera que así como Chávez encarnado en un pajarito azul se le aparece a Maduro, Carlos Hank González venga convertido en zopilote y le diga a Peña Nieto que se convierta en presidente para todos los mexicanos.