El recuerdo más lúcido que guardo de la espera de la navidad se remonta a mis cinco años de edad, en 1951. Por aquella época una vecina de Chávez, aquel polvoso pueblo de la Comarca Lagunera, decía que en los últimos diez días del año sucedían milagros si muchos lo deseábamos fervientemente y en aquel entonces mi madre y nosotros sus 11 hijos (de 20 años el mayor y el menor de apenas meses de edad y con Síndrome de Down) deseábamos una estufa de gas porque la de petróleo apestaba la comida.
La mañana del 23 de diciembre se hizo el milagro, justo cómo dijo Chavelita la vecina. Llegó la estufa marca Acrós de cuatro parrillas y horno integrado, blanca como la nieve y con remates negros. En ella mi madre preparó cada diciembre, hasta 1995, los mejores tamales del norte de México; su masa no estaba lista cuando flotaba en el agua, sino hasta que levitaba sobre su superficie por lo menos una pulgada y el relleno era un guisado secreto de cerdo con chile ancho.
A partir de ahí sostengo que la profecía lagunera suele hacerse realidad de cuando en cuando y por eso los invito a que estas navidades deseemos profundamente que los políticos nos regalen otro país porque éste, al igual que la vieja estufa de petróleo, apesta.
¿Qué país debemos desear fervientemente?
Uno sencillo, construido idealmente sobre las máximas de los autores que me auxilian en la enseñanza a mis estudiantes de la Universidad. Como Sócrates, quien dijo a los atenienses “No soy un gran orador, a menos que así le digan a quien habla con la verdad”.
¿Quién de nosotros no quisiera vivir en un país donde los políticos usaran un sólo discurso: la verdad? ¿Quieren gobernar por un mejor país, o quieren hacer negocios con el país? La verdad por terrible es mejor al engaño.
El maestro de Platón cuenta que al dialogar con los grandes políticos, a los cuales todos tenían por sabios, descubrió que eran tan ignorantes como él y concluyó que “En eso yo sí les llevo una ventaja que no sabiendo sobre las grandes temas de la vida, reconozco que no lo sé, en cambio ellos siguen creyendo que sí saben y por lo tanto soy más sabio que ellos”. Este pensamiento después se deformó hasta convertirse en el “sólo sé que no sé nada”.
¿Podrá darse el milagro de que los políticos mexicanos reconozcan que no saben las respuestas que exige el pueblo, como el estado de la economía para 2015, en lugar de pontificar sobre el inminente desarrollo de la riqueza de México?
Para dejar en paz al filósofo que buscaba un sueño eterno como un bien, me gustaría que nuestros mandos nacionales entiendan que “vale más la virtud que la riqueza, porque la primera hace mejor al hombre”. ¿Cuál de todos los ministros diría que ha decidido convertirse en un hombre virtuoso y que donará su riqueza excedente a las víctimas de la guerra, ordenando a sus hijos que deben trabajar para ganarse el pan que se comen, el alcohol que se beben y el techo que los cubre?
Esto es posible si lo deseamos fervientemente.
El trágico Sófocles en su Antigona, pone a la valerosa mujer (que ya las había en el 450 a.C.) en defensa de la justicia frente al rey Creonte cuando declama: “No creí que tus leyes fueran superiores a las de Zeus, no escritas, eternas, sin vigencia, y que nadie sabe cuándo empezaron”.
Considerando que hoy podemos considerar los Derechos Humanos como superiores a las leyes ordinarias ¿algún funcionario habrá leído este dialogo o estaría dispuesto a respetar los principios inherentes a todo ser humano por encima de las leyes que lo dotan de poder para violentarlos?
Más adelante, Hemón en un largo discurso le aconseja a su padre Creonte que “debes saber lo que por Tebas se dice, porque nadie se atreve a decírtelo en tu cara por temor, porque la tiranía trae consigo el silencio”. Muy tarde el rey cae en cuenta de sus actos, se arrepiente de ellos, renuncia al poder y se retira a esperar el fin de sus días.
¿Algún político nos dará ese regalo esta Navidad?
Termino con Aristóteles y su definición de Estado en el primer párrafo de La Política: “Todo Estado es una Asociación… y por ser la más importante de las asociaciones busca el mejor de los bienes” (de aquí viene la idea del bien común).
¿Por qué nuestros jefes públicos no comprenderán esta primera lección de quien aspira a gobernar un país? Hay que buscar el mejor de los bienes para el ser social, no para su familia ni para su círculo cercano pues estos son particulares, muy clarito lo señala el estagirita.
Luego anuncia el principio de todo Estado y de todo individuo: el respeto la naturaleza social del hombre, y por lo tanto la subordinación a las leyes, “porque quien vive fuera de la ley o es un Dios o es un monstruo”.
¿Acaso no podemos esperar que nuestros gobernantes actúen como seres humanos, como lo hace el presidente José Alberto Mujica, de Uruguay?
¿Los mexicanos estamos condenados a ser gobernados por mentirosos, arrogantes, ambiciosos, injustos, irrespetuosos, sordos al clamor popular, incapaces de pedir perdón, que anteponen su bien personal sobre el bien común, que ignoran la naturaleza social de los mexicanos y que se creen dioses con el poder de ordenar, permitir o encubrir el asesinato de mujeres, jóvenes o viejos que en el último de los casos tienen derecho a ser juzgados conforme nuestras leyes?
Esta navidad puede suceder un milagro si todos lo deseamos fervientemente.