Jorge Zepeda Patterson
07/12/2014 - 12:00 am
No, mejor que Peña Nieto no renuncie
Esta no va a ser una columna del agrado de los lectores y colegas de izquierda o del 62 por ciento de los mexicanos que reprueban la gestión de Enrique Peña Nieto (y sospecho que son mucho más: las encuestas que miden el rechazo al Presidente fueron realizadas hace semanas y todavía no tenían el […]
Esta no va a ser una columna del agrado de los lectores y colegas de izquierda o del 62 por ciento de los mexicanos que reprueban la gestión de Enrique Peña Nieto (y sospecho que son mucho más: las encuestas que miden el rechazo al Presidente fueron realizadas hace semanas y todavía no tenían el efecto “Casa Blanca”).
El problema es que a partir del 1 de diciembre se cumplieron dos años de gobierno, lo cual significa que ante la ausencia del ejecutivo por renuncia o fallecimiento la constitución establece que este sea designado por el Congreso de la Unión. Es decir, la decisión no pasa por los ciudadanos ni por las urnas, sino por la partidocracia. Peor aún, el PRI y sus partidos satélite elegirían a uno de los suyos sin necesidad siquiera de que el perfil resulte atractivo a los votantes, como tienen que hacerlo cada seis años.
Se me dirá que la renuncia de un presidente como resultado del repudio de la calle sería un logro histórico; sentaría un precedente y la clase política tendría que enmendarse en el futuro. Asentaría la noción de que el poder reside en última instancia en personas de a pie y no en los políticos engreídos de sí mismos.
En la práctica, lo que sucedería es que los políticos nombrarían a un colega, cambiarían un rostro por otro, y la gente se iría muy contenta de regreso a casa. La élite asumiría que la pareja bonita que forman Peña Nieto y Angélica Rivera no les funcionó, y optarían por otra mezcla para apaciguar los ánimos y retomar el control. Al final poco habría cambiado, salvo la exaltación popular por el triunfo momentáneo.
Yo preferiría otro desenlace. Si los poderosos van a ceder algo como resultado de la presión popular preferiría que no fuera un cambio de rostro sino una transformación de instituciones. Esto es lo único que tendría un impacto duradero en el México desigual e injusto que padecemos.
En el régimen de Ernesto Zedillo, luego de la crisis del 95, el repudio generalizado al PRI obligó al gobierno a conceder cambios sustanciales en el entramado institucional. Reconocimiento de la oposición, un IFE ciudadano (aunque efímeramente), mayor autonomía a la Suprema Corte, proliferación de comités de regulación, fortalecimiento de la CNDH, etc. La mayor parte de estos espacios se cerrarían con el tiempo, pero mientras duraron fueron suficientes para dar un vuelco en la historia electoral del país con la derrota del PRI y abrieron una pequeña ventana de oportunidad para una “primavera democrática” mexicana.
Ciertamente desperdiciamos esa oportunidad con Fox y con la apatía ciudadana que nos caracterizó durante los siguientes doce años, pero eso no quiere decir que no podamos abrir otra andanada de modificaciones de fondo. Luego tendremos que hacer la tarea para hacerlas irreversibles, pero esa será una tarea para el segundo tiempo. En el primero hay que meter los goles; en el segundo los defendemos.
El tema de fondo es que este país no va a mejorar mientras sigamos creyendo que la solución consiste en encontrar a la persona adecuada para gobernarnos o, en su defecto, en quitar del poder a la inadecuada, por más que tenga un efecto tan liberador en el espíritu. Prefiero que por ahora sigan los que están y eso alimente la rabia popular y sostenga el pulso de la calle.
No es confiando en la honestidad de la condición humana como habremos de construir una sociedad menos injusta. La única posibilidad reside en la instalación de un entramado de instituciones que permitan muchos ojos y una incesante rendición de cuentas en la cosa pública para que deje de ser la “cosa nostra” de esa casta que ha tomado el poder.
Yo prefiero que Peña Nieto siga allí permanentemente acosado por la opinión pública y por las redes sociales para obligarlo una y otra vez a recorrer la mojoneras y entregar espacios públicos al escrutinio y a la intervención de los ciudadanos. Hasta ahora ha creído que bastaba con el maquillaje de 10 puntos sobre inseguridad y a poner ante las cámaras a su esposa para ofrecer una explicación. Pero no tengo duda de que si los ciudadanos siguen presionando y poniendo a la autoridad contra la pared comenzaremos a ver concesiones importantes para evitar que los contratos vayan a parar a los amigos o para ventilar lo que hasta ahora se hace en secreto. Y no lo harán por graciosa concesión sino por tratar de salvar el pellejo frente a la presión.
No se trata de que un ex gobernador o un líder sindical sea metido a la cárcel (ya sucedió con Mario Villanueva, Granier o Elba Esther Gordillo). Se trata de instalar los mecanismos que impidan que esos y otros canallas se enriquezcan a mansalva y que si lo hacen no exista impunidad. El sistema no puede salirse con la suya mediante el simple expediente de entregar a uno de los suyos a la picota. Sea un ex gobernador o incluso el propio presidente.
En suma, prefiero ver a Peña Nieto allí, sudando la gota gorda por la presión popular que sudando en una terraza el sol de Miami tras ser sustituido por una versión similar. Si no desmayamos los ciudadanos, los blogueros y los medios de comunicación críticos en una de esas conseguimos a tirones y jalones algunos de los cambios tan necesitados por el país.
@jorgezepedap
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