Tomás Calvillo Unna
03/12/2014 - 12:04 am
El ajedrez de la conciencia y el vacío político
Estamos asistiendo a la más siniestra de las pedagogías: propagar el miedo entre los jóvenes, amedrentar a los estudiantes, mutilar el mañana, volverlo oscuridad, impedir el amanecer, desvirtuar el presente y hacer sentir el terror en la mirada de quienes buscan un mundo más justo. Secuestrar, raptar a plena luz del día, a la manera […]
Estamos asistiendo a la más siniestra de las pedagogías: propagar el miedo entre los jóvenes, amedrentar a los estudiantes, mutilar el mañana, volverlo oscuridad, impedir el amanecer, desvirtuar el presente y hacer sentir el terror en la mirada de quienes buscan un mundo más justo.
Secuestrar, raptar a plena luz del día, a la manera de los criminales, con autos sin placas, sin identificación pero con la credencial de identidad única del estado, hoy en día, la de ser policía, que no necesita identificarse ni explicarse, ni disculparse, ni el 911 para hacerse presente.
Es una vergüenza como están actuando las fuerzas federales y las de la Ciudad de México. Lo sucedido el día 20 de noviembre en el zócalo capitalino y acontecimientos posteriores son la misma vieja historia de la mentalidad estrecha y provocadora, ajustada a su instinto de suprimir aquello que no comprende o que sólo lo explica como una amenaza.
Recuerda a la Plaza de Armas en la ciudad de San Luis Potosí en septiembre de 1961, cuando se reprimió al movimiento democrático navista; a la plaza de Tlatelolco en octubre de 1968 cuando se exterminó al movimiento estudiantil.
Si esas son las huellas que el gobierno pretende volver a pisar, esta vez se equivoca rotundamente. La memoria de este país está herida y su corazón late cada vez con mayor fuerza y la conciencia de muchos crece más lucida.
Suele calificarse a este fenómeno social como un despertar, y de alguna manera lo es, pero en realidad es también el fin de un discurso del poder que tenía múltiples resortes. Se ha desmoronado por diversas razones el concepto político del poder y de su expresión en la actual forma de gobierno; eso mismo que es inevitable obliga a la sociedad a reforzar su carácter plural, democrático y no violento de sus manifestaciones para desnudar así a los estertores de quienes no ceden y pretenden dominar incluso el paso del tiempo.
El régimen represivo del 68 reaparece y el PRI ahora cuenta con un aliado, el Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Ya no el regente militar Corona del Rosal, sino el ciudadano Miguel Ángel Mancera, de quien dicen que practica la disciplina de la meditación. No sé qué escuela siga, pero ciertamente necesita concentrar su energía en el centro del corazón, si quiere reencontrar el rumbo político y no ser solo comparsa de las sombras al equivocar la manera de pronunciar su mantra.
La mente neutra es el balance que su gobierno ha perdido. Su responsabilidad es mucha y no está sólo entre los volcanes, gobierna una ciudad mayor, de profundas raíces, que es la capital de la República.
El discurso del poder no encuentra resonancia, quienes lo redactan no logran sacudirse de la pesada herencia de un ejercicio autoritario que ya no tiene asidero ni raíces ideológicas-políticas, ellos mismos las han aniquilado. No escuchan las voces del reclamo que no tardan en convertirse en un camino de muchos que demandan.
Esa distancia conceptual, esa incapacidad de intuir, percibir y sentir explica en parte el diagnóstico equivocado que elaboraron: pensar que el tema de la violencia gira en torno a los municipios del país es repetir la fórmula que les permitió a unos cuantos desaparecer el IFE y crear el INE, y en el fondo es retornar al viejo dilema del país entre centralismo y federalismo, agregando así más contradicciones al presente.
Ignoran que el diagnóstico acertado necesariamente tendrá que pasar por el ejercicio testimonial de quienes gobiernan, sin ello no hay leyes, ni planes, ni acuerdos, ni confianza que puedan restituir la autoridad.
El problema de la narcoviolencia no es ajeno al Congreso de la Unión, al poder Judicial, a los Partidos Políticos nacionales, ya sea por complicidad, ineptitud o corrupción. Es un tema que atraviesa clases sociales y sectores. Mientras no se asuma la responsabilidad el destino será una fatalidad, mientras no se dé testimonio de vida, es decir se reconozcan las carencias, los errores, las complicidades y se busque resarcir el daño de dentro hacia fuera, no será posible salir de la espiral de la violencia y degradación política en la que está envuelto el país.
A veces da la sensación de que los dirigentes de los partidos políticos creen que la gente son un ente pasivo y manipulable.
Si no se ponen las pilas pronto (y no se ven señales de que lo vayan a hacer), ya no tendrán tiempo para contarlo, ni para experimentar falsas salidas que no tienen que ver con un horizonte plausible para la Nación, si no sólo responden al instinto de sobrevivencia en torno al poder y sus mecanismo de control. Desde esa dinámica la imaginación suele ausentarse y los errores del pasado reaparecen.
Hay que entender que en el mundo habitado por los circuitos de la comunicación, en la arena internacional lo mejor que le puede pasar a México es demostrar que su gente, su pueblo, conserva y expresa una gran dignidad al respetarse a sí mismo; cuando se ha decidido asumir la responsabilidad colectiva frente a la barbarie que se ha propagado por el país.
El desafío ahora es articular la diversidad de propuestas y la consolidación de una representación democrática nacional que exprese la pluralidad, tolerancia y no violencia que caracterizan al movimiento social que ha tomado las calles.
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