Podríamos decir que el diagnóstico es correcto, que el Presidente respondió con propuestas específicas a las inquietudes que han recorrido las calles del país en el último mes, que algunas de éstas son innovadoras e interesantes y sin embargo el presidente Peña Nieto se quedó muy corto en términos de la expectativa que existía en el país y, sobre todo, de lo que muchos mexicanos quería oír. El de ayer era un presidente seco, adusto e incómodo con lo que estaba diciendo (la boca la tenía tan seca que se oía el chasquido de la lengua en los primeros minutos del discurso).
La ruta que propone el Presidente no es muy distinta, en el diagnóstico, a la que han propuesto otras administraciones. No están descubriendo el agua tibia ni el hilo negro. Llevamos años hablando de la debilidad institucional de la policías municipales, del mando único estatal, de la necesidad de desarrollar el sur de México (eso fue en su concepción el Plan Puebla Panamá), el fiscal anticorrupción y el Tribunal de Cuentas, de un número de emergencia unificado (fue la obsesión de Labastida como Secretario de Gobernación). La diferencia puede estar en la forma de operarlo, en la eficiencia para aplicar las medidas anunciadas.
Podemos decir que fue un respuesta tecnocrática a un problema político. Todo lo que dijo hay que hacerlo y hay que hacerlo en el menor tiempo posible. El Presidente fue generoso como nunca con la oposición: abrió espacio para debatir el tema del salario mínimo e incluso reconoció los esfuerzos en seguridad del gobierno anterior, pero fue un discurso para la clase política, para el círculo rojo, no para los millones de mexicanos que esperaban un mensaje que diera certezas, un Presidente los convenciera o simplemente emocionara. En síntesis, un mensaje político que respondiera al problema político.
En casi una hora de telepromter el Presidente no tuvo respuesta, una sola palabra, ni para jóvenes movilizados, que más allá de su solidaridad con los estudiantes de Ayotzinapa han salido a las calles en demanda de futuro, ni para los miles de padres con hijos desparecidos. El discurso sobre corrupción lo leyó como si todo sucediera en otro país, con otros políticos y otros empresarios y no como un asunto que le estalló en las manos y donde él está directamente involucrado. Nada, pues, le duele al Presidente.
¿Es suficiente el discurso de ayer para calmar al país? Seguramente no. Va a ayudar a que la opinión pública, básicamente los columnistas, abran un espacio para la duda, para que el debate sea ahora sobre las propuestas y ya no sobre la crisis de la presidencia, pero no va a bajar el nivel de la protesta en las calles en los próximos días, sobre todo en el segundo aniversario de la toma de posesión el próximo lunes.