Tomás Calvillo Unna
26/11/2014 - 12:04 am
Punto de no retorno
El desafío principal que enfrenta la ciudadanía es la delincuencia organizada en política. Esta delincuencia se consolidó durante el proceso de transición democrática en México contando con la complicidad de parte del sistema de justicia y con el soporte de alianzas internacionales del crimen que le permiten participar en el mercado global de productos legales […]
El desafío principal que enfrenta la ciudadanía es la delincuencia organizada en política.
Esta delincuencia se consolidó durante el proceso de transición democrática en México contando con la complicidad de parte del sistema de justicia y con el soporte de alianzas internacionales del crimen que le permiten participar en el mercado global de productos legales e ilegales. Este es un tema no ajeno a la reforma energética, lo que ahonda y multiplica los riesgos que enfrenta la nación.
El costo de su violencia ejercida ha llegado a grados demenciales al apropiarse de amplios territorios del país a través del terror, con el aval de un sistema político-electoral que protege al crimen bajo la careta de la normalidad democrática. Desde esa perspectiva, la vía electoral ha sido expropiada a los ciudadanos desde los mismos ámbitos del poder, lo que obliga a replantearla profundamente.
El Instituto Federal Electoral fue borrado con la mano en la cintura para dar lugar al Instituto Nacional Electoral, olvidando que el primero fue una construcción que se inició desde los movimientos ciudadanos que fueron más tarde traicionados por los mismos partidos políticos. Su extinción se dio (a pesar de las agudas críticas de expertos y ciudadanos) sin afectar en nada la estructura de complicidad de los partidos políticos con la impunidad, la corrupción y la violencia que afecta a los habitantes del país y que era y es el tema por resolver. Fue resultado de pactos y engaños, de discursos y justificaciones políticas que ocultan la debilidad estructural en que ha caído la representación en nuestra golpeada República.
Los llamados moches que todos los días son noticia solo advierten de la descomposición de una clase gobernante que se embriagó muy pronto con el poder. Frente a las protestas ciudadanas que han crecido en el país sorprende la conducta el Jefe de Gobierno del D.F., que se ha convertido en un fantasma, mientras sus policías en coordinación con fuerzas federales atropellan, insultan y golpean a ciudadanos con el pretexto de impedir la violencia.
El Jefe de gobierno del D.F. ha olvidado el papel de facto que tiene para ser también una fuerza de equilibrio democrático frente al poder de la presidencia de la república, sobre todo cuando se pretende restaurar la presidencia imperial en tiempos de cólera. Y lo que es más grave aún, su gobierno al que le anteceden tres de forma consecutiva del PRD, el de Cuauhtémoc Cárdenas, López Obrador y Marcelo Ebrard, es el primero que muestra un rostro represor en la ciudad de México; rompiendo así una tradición de izquierda al menos en ese ámbito del Distrito Federal.
Miguel Mancera al igual que el Presidente Peña Nieto han presentado el síndrome “Houdini”: el del escapismo.
Un viejo político decía que “el peor error que se puede cometer ante un problema grave es no hacer nada y desaparecer”; esas horas, esos días que se pierden, ya no se recuperan y pueden ser determinantes. Más grave será el pretender recuperar el tiempo perdido utilizando la fuerza de la represión cuando el desafío del gobierno es saber abrir los cauces que impidan que la violencia en el país escale.
El diálogo posible esta hoy en día en las calles y dependerá del compromiso de los gobiernos por respetar la libertad de expresión y manifestación, reconociendo los tiempos del punto de no retorno que obligan a una vasta reingeniería política donde necesariamente el poder tendrá que ser transformado.
El movimiento ciudadano tiene ante sí el reto de saber hacerse presente sumando conciencias y diseñando no solo las respuestas de cada día sino además edificando un horizonte posible para el país a través de instrumentos de la no violencia. Los ciudadanos tienen la palabra, es decir, nombrar y ordenar el mundo de la política, una tarea inmensa tanto como el alma de los mexicanos que hoy está emergiendo y que tendrá que recuperar el camino extraviado.
A dos meses de desaparecidos los 43 estudiantes de Ayotzinapa, grupos de civiles indagan su paradero en las montañas de Guerrero. Las imágenes de esa búsqueda son la cruda metáfora encarnada de la relación entre sociedad y gobierno donde el abismo que crece entre ambos es la ausencia de justicia.
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