Adela Navarro Bello
12/11/2014 - 12:00 am
A media asta
En la peor crisis de su gobierno a menos de dos años de haber asumido la Presidencia de la República, luego de una elección impugnada, Enrique Peña Nieto sigue la misma línea para confrontar los problemas del país: ignorarlos. Cuando el viernes 7 de noviembre de 2014, Jesús Murillo Karam el Procurador General de la […]
En la peor crisis de su gobierno a menos de dos años de haber asumido la Presidencia de la República, luego de una elección impugnada, Enrique Peña Nieto sigue la misma línea para confrontar los problemas del país: ignorarlos.
Cuando el viernes 7 de noviembre de 2014, Jesús Murillo Karam el Procurador General de la República, realizó una –a todas luces- apresurada conferencia para dar cuenta de la investigación sobre el paradero de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos la noche del 26 de septiembre, el Presidente Peña se encontraba en una reunión de industriales. Una de esas convenciones anuales con cena de gala incluida y palabras de presidente para cerrar.
Del gobierno federal informaron que el Presidente daría un mensaje luego de concluida la conferencia de Murillo. Y en efecto, lo dio… ante los industriales. Escasos minutos le dedicó Peña a Ayotzinapa en su institucional discurso. Rodeado de los suyos y los que quieren ser de los suyos, fue aplaudido en uno de los momentos más negros de la historia contemporánea de México. Cuando la nación estupefacta mantenía su luto obligado al enterarse del “probable” trágico, horroroso y terrible desenlace que tuvieron los 43 normalistas.
El discurso presidencial, el breve apartado dedicado a la masacre de los estudiantes, estuvo lleno de lugares comunes. De indignación oficial que de nada sirve a los mexicanos y que en nada abona al estado de derecho; de clichés como “llegar hasta las últimas consecuencias”, y por ello, Peña fue aplaudido por los industriales y esa clase privilegiada convidada a comer con el Presidente.
Como en los tiempos más rancios del priísmo puro, el presidente fue aplaudido cuando debió ser señalado al exigirle un verdadero esclarecimiento del caso de los 43 normalistas.
Antes de ello, los mexicanos que tuvimos el tiempo de encender el televisor vimos una conferencia de prensa del procurador Murillo Karam, le vimos la actitud distante, recelosa y el cansancio al responder las preguntas de los reporteros que sólo llegan a aclarar una mínima parte de las dudas que muchos mexicanos y particularmente los familiares de los 43, tienen.
No se puede en un país cuyas instituciones carecen de credibilidad, tomar como cierta, finita y absoluta, la versión oficial. Finalmente fue evidente que Murillo estaba dando cuentas de una investigación inconclusa. Contra su costumbre de dar entrevistas o datos sobre procesos ministeriales que no han alcanzado la verdad legal, el procurador informó sin confirmar algo.
Ahora sí le dieron validez ministerial a las declaraciones de criminales, sin sustentarlas en pruebas científicas que, en efecto, comprueben que los hechos sucedieron como dijeron y el fiscal nos informó. Una cuestión es que un detenido sometido a toda clase de interrogatorios, declare lo que la autoridad quiere escuchar, y otra es empatar esa verdad criminal a la verdad jurídica, situación que en este caso no se puede dar puesto que el propio Procurador informó de cómo, en las condiciones en que se encuentran los probables restos humanos, es imposible obtener información genética que permita, entonces sí y a ciencia cierta, probar que los restos son de los 43 normalistas.
O sea, Murillo Karam en su conferencia fue hacia donde nunca ha querido: a la especulación, las hipótesis, las teorías, sobre un hecho que se investiga. Y fue evidente que lo hizo obligado por las circunstancias. Si para muchos es increíble que Peña Nieto haya proseguido con su agenda de acudir a una gira internacional en medio de la denuncia ciudadana y la protesta generalizada exigiendo el rescate de 43 estudiantes desaparecidos, hubiese sido inaudito que se fuera del país, sin dar una respuesta a tanta insistencia social. Por lo menos dar a conocer una inacabada investigación, que presume por voz de criminales que los jóvenes fueron terriblemente asesinados, suponen en el gobierno federal que les abriría una ventana de tiempo para que el presidente abandonase el país, consiente que había dado respuesta –no satisfactoria- a las marchas y los señalamientos.
Tal parece que era mejor irse a la China, con uno de los hombres más repudiados de México en estos momentos, en calidad de detenido como lo es José Luis Abarca, ex alcalde de Iguala, y con un informe a medias sobre lo que pudo haber ocurrido en tierras guerrerenses con los 43 normalistas.
Pero los mexicanos ya están cansados de estrategias mediáticas de gobiernos insensibles y faltos de compromiso. Es verdad que el caso de los 43 es más profundo de lo que parece, es verdad que la PGR dentro del sistema en el que se desarrolla, con los vicios que trae de origen y los obstáculos ministeriales, poco más puede hacer, pero también lo es, que a los mexicanos de nada les sirve saber que el procurador está horrorizado, o que está indignado, o que ya se cansó, ahora sí que este es uno de esos casos donde la consigna de Alejandro Martí aplica y bien: si no puede, que renuncie.
La indignación oficial, la indignación del Presidente, la indignación del Procurador, crean más indignación entre los mexicanos, pues al primero se le eligió (aun sospechosamente), no para indignarse sino para aplicarse y ejercer el estado de derecho. Y encarcelar a los malos y proteger a los buenos. Situación que en México y en estos momentos no está sucediendo.
Para colmo, en medio del luto de los mexicanos, cuando ni una bandera fue colocada a media asta para presentar los respectos a los 43 jóvenes que fueron asesinados en medio de un clima de corrupción entre representantes del Estado y miembros de los cárteles y los grupos organizados, cuando el avión presidencial va tomando vuelo, dos frivolidades ubican al Presidente en su dimensión: El “maquillista de las estrellas”, que publica en redes sociales una fotografía suya arriba del avión y avisando a sus seguidores que se va a China, y la mansión ahora llamada “La Casa Blanca” que un equipo de reporteros de Aristegui Noticias develó como propiedad de Enrique Peña Nieto en la zona más pudiente de la Ciudad de México, con más de mil 400 metros cuadrados y a razón de unos 7 millones de dólares.
Del maquillista, pues tarde retiró su comentario y foto de las redes sociales, cuando ya medios digitales habían dado cuenta de la insensible, frívola y fútil acción de incluir en la gira oficial del presidente a un maquillador de las estrellas, compartiendo avión, seguramente hotel y gastos todos.
Pero de la “Casa blanca” la presidencia ha intentado zafarse a la mala. Vaya pues, le echaron el paquete a la esposa del presidente, la actriz Angelica Rivera, quien por Ley no tiene obligación de dar cuenta de su enriquecimiento ni el origen de su dinero, pero que es obvio que hoy día es la actriz con mejor casa en todo México, y eso considerando a los de Hollywood que tienen modestas residencias en Cabo, Baja California Sur, o cualquier otra costa mexicana.
Volviendo a la falta de credibilidad de las instituciones que rigen este país, y de las personas que las encabezan, la versión del vocero de la presidencia de la República, Eduardo Sánchez, que la casa la compró Rivera con sus medios, que no está a su nombre porque aún no termina de pagarla, pues es eso, una versión que puede o no tomarse a consideración o creerse. Y cuando no todo estaba perdido para el Presidente, los mismos reporteros de investigación de Aristegui Noticias, dan cuenta que la casa original de Rivera –a espaldas de la nueva mansión- es de ella en efecto, pero no desde “hace muchos años” como lo informó presidencia, sino desde 2010, a unos días de haberse casado con el hoy Presidente de la República, y transferida por Televisa a la recién casada.
Cosas frívolas las del maquillista y la “Casa Blanca”, se suman a la serie de eventos desafortunados que le ocurren a un presidente que se percibe cada vez más ausente de lo que ocurre en el país, y en el mejor de los casos indignado, cuando es él quien tiene la facultad y la obligación de acabar con la indignación de los mexicanos, imponiendo el Estado de Derecho.
Cuando regrese el Presidente, en México todo seguirá igual o peor. Con nuevos pesares y nuevas revelaciones de excesos, corrupción, enriquecimiento ilícito, impunidad, sangre y muerte, que seguirán despertando la indignación de los mexicanos, quienes mantenemos el ánimo y la bandera de cada uno a media asta por el luto de saber a los estudiantes masacrados, por la corrupción en las instituciones, por la incapacidad oficial para ofrecer justicia y verdad científica y jurídica que embone con la verdad popular.
Una bandera a media asta que ninguna autoridad colocó por los jóvenes asesinados.
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