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Francisco Ortiz Pinchetti

07/11/2014 - 12:01 am

Tres hombres en Puruarán

Con el paso de los años, los reporteros acumulamos una gran cantidad de sucesos, vivencias, anécdotas y datos que no publicamos en su momento por no tener relación con el tema de nuestra información, por ser sólo de interés personal o simplemente por resultar irrelevante. Los tenemos, como se dice, en lo más recóndito de […]

Con el paso de los años, los reporteros acumulamos una gran cantidad de sucesos, vivencias, anécdotas y datos que no publicamos en su momento por no tener relación con el tema de nuestra información, por ser sólo de interés personal o simplemente por resultar irrelevante. Los tenemos, como se dice, en lo más recóndito de nuestra memoria. Y sólo de vez en cuando los sacamos, los repasados, les quitamos el polvo y los volvemos a guardar. Es muy raro que decidamos compartirlos y menos, como ahora lo hago, hacerlos públicos. Hay una vivencia que no olvido a pesar de haber transcurrido exactamente 40 años, seguramente por lo mucho que me intrigó. Increíble. Nunca le he podido encontrar explicación, de modo que he tenido que asumirla como un milagro.

La historia es simple. A principios de los años setentas ocurrió en un pueblito de la tierra caliente michoacana llamado Puruarán la aparición de la Virgen del Rosario a una humilde viejecita, Gabina Romero, a la que escogió para ser transmisora de sus mensajes y con ello salvar a la humanidad del castigo divino originado en el pecado. La mujer accedió luego de dos meses de resistencia y en efecto se convirtió en vocera de María Santísima, cuyas apariciones trascendieron el ámbito local y se desparramaron primero regionalmente y después en todos los rumbos del país. (Fue el origen, ni más ni menos, de la actual Nueva Jerusalén, cuyos dirigentes han dado recientes evidencias de su fanatismo).

Los relatos de Gabina Romero no tardaron en conmocionar la vida sencilla y rutinaria del pueblo. La vieja había visto a la Virgen y la Virgen le había entregado el mensaje de salvación. Y Puruarán había sido el lugar escogido por Nuestra Señora para tan trascendental empresa. Y, claro, el pueblo todo hizo suyo el prodigio. Encabezados por su párroco (depuesto y excomulgado poco después por su rebeldía), los campesinos se entregaron a la oración y el cabal cumplimiento de los designios de María Santísima.

Pronto la noticia de la maravilla trascendió más allá de los cañaverales del ejido. La devoción crecía y eran cada día más los peregrinos que viajaban a Puruarán, una población de no más de siete mil habitantes, para adorar a la Vírgen en la ermita construida a petición suya por el propio Nabor Cárdenas, que abrazó la causa con inaudita pasión, al grado de preferir la expulsión de la Iglesia Católica a la claudicación de sus convicciones. Alguien se lo platicó a Vicente Leñero, entonces director de Revista de Revistas, el semanario progenitor en 1917 al periódico Excélsior. Y Vicente Leñero, mi jefe y maestro, me encomendó viajar a Puruarán para realizar un reportaje sobre el insólito portento.

Así que la tarde de un sábado de octubre de 1974 viajamos a Morelia el fotógrafo Roberto Bolaños y yo. Lo hicimos en el siempre flamante vocho de mi compañero de incontables aventuras periodísticas, prematuramente fallecido. Al llegar a la capital michoacana nos hospedamos en el hotel Casino, uno de los más tradicionales de la ciudad, situado justo frente a la Plaza de Armas y la Catedral. Anochecía ya cuando decidimos bajar al restaurante del hotel, para tomar Roberto un té (que, aseguraba él, era el mejor del mundo) y yo un café. Así que nos sentamos despreocupados en una de las mesas colocadas en los portales, para repasar nuestro plan de trabajo para el día siguiente: muy temprano viajaríamos a Tacámbaro, distante unos 80 kilómetros al sur de la capital, para seguir luego otros 30 por una carretera secundaria que baja como serpentina entre cañaverales hacia tierra caliente y llega a Puruarán, nuestro destino. En eso estábamos cuando literalmente se nos apareció, montado en una ruidosa motocicleta Harley el colega Carlos Ferreira, que de poco tiempo atrás había empezado a colaborar con sus reportajes en Revista de Revistas. Por supuesto le invitamos un té negro y le platicamos el motivo de nuestro viaje. Le entusiasmó y se ofreció a acompañarnos. Acordamos reunirnos a las 7 de la mañana ahí mismo para emprenderla. Así ocurrió: a la mañana siguiente, domingo, viajamos los tres a la tierra del portento, en el vochito de Roberto Bolaños.

Al aproximarnos a Puruarán, entre laderas húmedas y pródigas, encontramos grupos de peregrinos rumbo a la ermita, ubicada a cuatro kilómetros del poblado. Llevaban en las manos florecitas amarillas y blancas, como ofrenda a la Virgen del Rosario. En su mayoría eran mujeres, niñas, que entonaban cánticos con voz aguda. La ermita y sus alrededores semejaban una colmena. Dentro, el padre Nabor oficiaba la misa dominical entre arengas por la salvación del mundo y cantos de los feligreses. Un espectáculo sobrecogedor, nada común. Durante la celebración, el ex cura leyó el mensaje de la Virgen transmitido por medio de Gabinita, la médium, que salió despavorida cuando la quise abordar para una entrevista. En cambio, el padre Nabor accedió gustoso cuando salía del templo y le propusimos platicar “para una revista de México”. En una habitación anexa a la ermita, su oficina, nos contó la historia de las apariciones y la mecánica cotidiana por la que recibía y difundía los mensajes. “La viejita los recibe todos los días de la Santísima Virgen y viene y me los dice, me los dicta”, nos platicó. Como una grabadora. Y yo anoto todo lo que me dice en esta libreta”.

Como ejemplo, nos leyó el mensaje de ese día, recibido la noche anterior por la vidente, en el que la Madre de Dios la previene: “Tres hombres llegados de lejos te tentarán de paciencia con sus preguntas; ten cuidado. Pueden ser hombres en lugar de Satanás o, en cambio, Satanás en lugar de hombres”. Y enseguida nos advirtió con una risita sarcástica: “¡No vayan a ser ustedes!”. Por supuesto lo éramos. Me asombró que, sin que nadie supiera de nuestra visita, el mensaje la consignara. Pero lo que más me intrigó fue la referencia a “tres hombres”, pues incluso la presencia de Carlos Ferreira había sido producto de un encuentro absolutamente casual, como lo fue su decisión de acompañarnos. Me parecía imposible lo que acababa de escuchar. Dude. Este canijo está inventando, pensé. Le pedí al padre Nabor que me permitiera su libreta, para leer directamente el mensaje, escrito con caligrafía impecable. Y si, ponía “tres hombres”. Válgame.

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).
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