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Tomás Calvillo Unna

01/10/2014 - 12:02 am

La búsqueda, más allá del desencanto

Para Raúl Álvarez Garín, donde esté: quien lo conocía, lo quería. La equivocación del gobierno mexicano en 1968, fue la de una generación que no entendió que el mundo postrevolucionario había cambiado. Al movimiento estudiantil se le redujo, encasilló y clasificó como una conspiración que pretendía desestabilizar el país, no se comprendió que era parte […]

Para Raúl Álvarez Garín, donde esté:

quien lo conocía, lo quería.

La equivocación del gobierno mexicano en 1968, fue la de una generación que no entendió que el mundo postrevolucionario había cambiado.

Al movimiento estudiantil se le redujo, encasilló y clasificó como una conspiración que pretendía desestabilizar el país, no se comprendió que era parte de un fenómeno sociológico y cultural mundial.

En Estados Unidos era la guerra de Vietnam que hizo del sueño americano un infierno para su propia juventud; en Praga, la capital de la no tan lejana Checoslovaquia, el pensamiento humanista y libertario vislumbraba un socialismo ajeno a la herencia estalinista y el imperio soviético; en Francia como en gran parte de Europa, era el fin del mundo proveniente de la Segunda Guerra Mundial, de sus triunfadores como Charles de Gaulle, cuya autoridad dependía en gran parte del prestigio alcanzado en el pasado; en Alemania su juventud quería dejar la guerra sin olvidar responsabilidades generacionales pero sin quedar atrapada en ese destino histórico cuyo muro de Berlín era un recordatorio permanente.

La prosperidad de la postguerra y las urbes, fortaleció a una clase media donde las universidades se convirtieron en los centros de la imaginación, la convivencia y el pensamiento; más veloces que los gobiernos para nombrar al mundo y sus quehaceres, pusieron en evidencia las pesadas administraciones burocráticas sostenidas en un orden vertical, cuya autoridad era la expresión del aparato mismo de un estado inflexible y de una democracia débil donde la había.

En el fondo, el 68 expresaba fundamentalmente un parto cultural, que desgajó los manuales de conducta y estiró hasta romper la liga de las ideologías.

Lo paradójico es que el mundo que se anunciaba más comunitario e individual a la vez, más solidario, justo y creativo, más lúdico y reflexivo más democrático y plural, mas próximo a la naturaleza, a la tierra y a la experiencia como libertad, la exploración espiritual como método, haya desembocado en un fenómeno que no terminamos de comprender pero cuyos síntomas y señales nos crean una profunda sensación de desencanto.

La parte más dolorosa sin duda es la violencia y la degradación cultural de la cotidianidad, en la palabra, en los juicios, en la incapacidad de sustraerse de una materialidad que se convierte en absoluto, en la carencia de inspiración y en la asfixiante desigualdad oculta bajo el barniz de bienes inútiles.

Hemos perdido las calles y los jardines, la confianza de caminar y viajar en nuestras propias ciudades.

La convivencia del 68, fue masacrada el 2 de octubre, por eso no se olvida. La convivencia de los ochentas y noventas que dieron nuevas alas a la inspiración democrática, fue aniquilada por la racionalidad del estado desmantelado en su precipitada asimilación al capital tecnológico global; por la privatización sin límites; por las sombras del crimen que acompañan este vértigo y lo asisten con su flujo de dinero sonante y amenaza permanente; por los propios partidos políticos transformados en franquicias; por la cultura de un mercado avasallante y por nuestra debilidad intelectual para comprender este resquebrajamiento interior que nos afecta.

El selfie es una buena metáfora de lo que sucede, de la trampa en la que nos movemos a orillas del abismo; particularmente la clase política que ha cancelado el imaginario libertario de la democracia, reduciéndolo a un juego del poder, cuyas reglas electorales pretenden disolver el potencial de los ciudadanos y de los estudiantes como actores emergentes de las coyunturas civilizatorias como la que hoy vivimos.

El movimiento estudiantil que se avecina es inevitable, al margen de intereses políticos de diversos grupos dentro y fuera del estado mexicano.

Los estudiantes se manifestarán con fuerza y pretender negar su propia naturaleza es un error grave que solo ahondara en la distancia de un mundo que se ha estrechado, es decir, esa distancia es una hondura, una fractura más que riesgosa en un país que no ha resuelto su principal asignatura: acotar la violencia proveniente de una impunidad sistémica.

El movimiento estudiantil que llega es una respuesta colectiva de índole profundamente cultural, y no es fácil asirlo o interpretarlo, si antes no se comprende la tensión continua que se vive en la sociedad contemporánea ante los cambios de ritmos de vida, y las expansión brutal de la desigualad promovida y enmascarada como valores inyectados por todos los medios de comunicación día con día.

Es el maltrato cotidiano a la naturaleza propia del ser humano, convertido en un simple objeto del deseo insaciable de lo que sea, con tal de que se venda y se deseche cuando ya no sirva.

Todo movimiento estudiantil renueva esa búsqueda del rostro humano de la sociedad, más por instinto e intuición que por una elaborada doctrina; y los riesgos que corre en ello son todos y están en cada esquina que cruza, no tiene otra salida más que caminar y darse una nueva oportunidad de aprender y no repetir trágicas experiencias.

Articular las diversas búsquedas más allá del desencanto, es el desafío, tanto como vencer un tanto a la perversidad de los pasillos del poder, al menos moderarla, resquebrajarla un poco, ya por pura razón de sobrevivencia.

La violencia en México no se explica solo por la impunidad y otras causas sino además por esa perversidad política, que lastima lo más íntimo de la sociedad: su confianza en sí misma, su derecho a la paz, seguridad y libertad.

El retorno del PRI al poder, sin importar juicio de valor, conlleva el renacimiento del movimiento estudiantil, una historia incompleta que retoma las calles. Es la forma que en México adquiere esa nueva ola generacional que ha comenzado a levantarse; ojalá sepan leer los tiempos, y se faciliten los causes del latido libertario que siempre ha estado ahí.

La historia puede pesar, pero cuando se asume sin cadenas despliega sus alas para volar, no tiene por qué haber más huellas de sangre.

en Sinembargo al Aire

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