Con la reforma energética, fiscal y educativa México ha ingresado por fin, lo dice el gobierno federal y lo confirma cierta prensa internacional, en la modernidad, luego de más de setenta años de atasco. La cruzada informativa promovida por el presidente Peña Nieto sobre la reforma energética (que ya ha causado polémica porque parece que ha llevado a cabo la fórmula a la inversa: imponer y luego informar, parecido al mátalo y luego viriguas) promete para el país un futuro fastuoso, como si todos los mexicanos estuvieran en igualdad de condiciones y a solo una zancada de alcanzar tan esperado ensueño. Desgraciadamente, la realidad (cruda y, por eso, inconfesable) no es así. La presunta gloria por venir será para pocos (aquellos que pertenecen, sí, a la plutocracia nacional y extranjera) y al resto no le quedará más remedio no ya de apretarse el cinturón, sino de colgarse con él de un árbol. La población mexicana que más padecerá los estragos del saqueo será la indígena, siempre a la saga de todo y de todos. Según el The Yucatan Times, basado en información reciente del INEGI, son 14.8 millones (alrededor del 12.25%) de indígenas en México, hablando más de sesenta lenguas distintas. La mayoría de estos habitan el sur del país, en poblaciones como Oaxaca, Yucatán, Quintana Roo, Chiapas, Hidalgo. El 72% de estos indígenas viven en pobreza extrema. Esto es: en el olvido. Aun cuando el gobierno mexicano aprobó en 2003 una ley antidiscriminación, que decretó ilegal toda exclusión racial hacia los indígenas, la discriminación sigue presumiendo su envidiable salud, y sólo basta ojear el caso actual más emblemático: el de la indígena tzotzil Susana Hernández, quien, vejada y segregada, murió a finales de 2013 debido a un parto mal atendido, allá en la abandonada Chiapas. Así describió María de Lourdes, enfermera del Hospital de la Mujer San Cristóbal de las Casas, las condiciones del recinto donde fue atendida la indígena tzotzil: “La red de energía eléctrica no sirve, la red de drenaje tampoco, hay goteras en los quirófanos. No hay unidad de cuidados intensivos y las salas de recuperación parecen de hospitalización. Llevan ocho meses remodelando la sala de gineco-obstetricia y no terminan”. El editorial del The Financial Times del pasado 19 de agosto, señalaba las posturas polarizadas generadas por la reforma energética: por un lado, la visión pesimista de los que no creen en los cambios augurados por el presidente Peña Nieto; por otro, los que avalan ciegamente tales profecías. Yo me pongo del lado de los primeros, pues en un país donde los extremos están tan distantes (por un lado el hombre más rico del mundo y, por el otro, millones de indígenas sin pan ni agua) no hay posibilidad de que puedan, ni siquiera un día remoto, tocarse.
@rogelioguedea