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Jorge Javier Romero Vadillo

15/08/2014 - 12:03 am

El concurso de los maestros

Casi un año después de aprobada la Ley General del Servicio Profesional Docente, se llevaron a cabo los concursos de ingreso a las plazas de profesores de los diferentes sistemas de educación básica y de la mal llamada “media superior”. No en todos los estados —en Oaxaca, por ejemplo, el examen fue boicoteado por la […]

Casi un año después de aprobada la Ley General del Servicio Profesional Docente, se llevaron a cabo los concursos de ingreso a las plazas de profesores de los diferentes sistemas de educación básica y de la mal llamada “media superior”. No en todos los estados —en Oaxaca, por ejemplo, el examen fue boicoteado por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, por lo que no se llevó a cabo entre los egresados de las escuelas normales y tuvo que realizarse en la Ciudad de México para los egresados de otras instituciones— pero sí en la mayoría.

Hacen falta estudios entidad por entidad para analizar con precisión los alcances de concursos y los efectos reales que sobre el desempeño del sistema educativo tendrá el nuevo sistema de reclutamiento. En cada entidad habrá que ver, por ejemplo, si en verdad todas las vacantes han sido asignadas por oposición o si todavía el sindicato y las burocracias educativas se reservaron algunas de las plazas, de las liberadas por jubilación o muerte, para entregarlas a sus clientelas, lo cual constituiría una violación flagrante a la ley y haría nula la contratación. Pero incluso si de verdad todos los puestos de profesor disponibles se asignan a los mejores del concurso, el efecto sobre el sistema de incentivos de los profesores y sobre la calidad de la educación del nuevo mecanismo va a ser muy débil.

En teoría, el ingreso por concurso garantiza que quienes ocupen un puesto docente frente a un grupo tengan conocimientos suficientes para poder enseñar a sus alumnos. De entrada esto suena razonable. Sin embargo, el concurso tal como se aplicó ahora se limita a un examen de conocimiento y no evalúa las habilidades docentes de los aspirantes. Un buen profesor no es el que sabe mucho sino el que tiene  las destrezas necesarias para generar en los alumnos las dinámicas necesarias para el aprendizaje. Este primer concurso llevado a cabo al amparo del nuevo servicio profesional docente se queda muy lejos de ser un instrumento eficaz para un buen reclutamiento de maestros con las capacidades requeridas para transformar al sistema educativo mexicano, anquilosado y en crisis.

Las pruebas realizadas, por lo demás, fueron diseñada por el Instituto Nacional de Evaluación de la Educación con realismo. No se trató de exámenes para buscar a los profesores ideales sino para que pudieran ser aprobadas por los egresados de la educación normal y de las instituciones de educación superior que realmente tenemos. Las pruebas tomaron también en cuenta diferencias regionales y se aplicaron exámenes distintos para los profesores destinados a educar a la población indígena. Con todo, alrededor del 60 por ciento de los aspirantes resultaron no idóneos. En el caso de la educación media superior, casi las dos terceras partes de los sustentantes quedaron por debajo del nivel de suficiencia en una escala de calificación diseñada para suspender al menor número posible.

El número de aspirantes que no alcanzaron el nivel de suficiencia resulta irrelevante por lo que se refiere a los maestros que ocuparan una posición frente al aula, pues el número de plazas disponibles será cubierto holgadamente con los aspirantes que sí alcanzaron el nivel mínimo de calificación establecido por los criterios del INEE. Los profesores que serán contratados cumplen con los requisitos establecidos, por más cuestionables que estos sean. Sin embargo, el ingreso por concurso no va a resolver la deformación del sistema de incentivos de los profesores que el arreglo corporativo controlado por el sindicato generó. Por mejor capacitado que esté el profesor, no serán sus conocimientos y habilidades los que sean tomados en cuenta cuando quiera moverse de la plaza en la punta del cerro que le haya sido asignada por el concurso a una escuela urbana, ni serán la base para ascender de categoría o nivel, pues eso no quedó establecido en el diseño del contrahecho servicio profesional. Seguirán siendo las relaciones clientelistas las que definan la movilidad de los profesores y sólo habrá un programa de estímulos todavía no establecido que será la versión 2.0 del fallido programa de Carrera magisterial creado en 1992 y eliminado por la reforma reciente.

Los concursos de ingreso recién realizados han hecho evidente otro asunto relevante: el alto número de examinados que suspendieron la evaluación muestra el calamitoso estado en el que se encuentra el sistema de formación docente en las escuelas normales y, como ahora también concursaron los egresados de otras instituciones de educación superior, hace evidente que el desastre educativo nacional no se limita a la educación básica y media: las universidades, los tecnológicos y demás escuelas superiores producen egresados mal calificados con títulos que no amparan una formación de buen nivel. Son fábricas de diplomas sin contenidos de calidad, simulaciones financiadas con dinero público o fraudes directos a los padres que pagan una educación privada de bajísima calidad.

La posibilidad de transformar de manera real el sistema educativo mexicano requiere de un cambio que no fue abordada por la reforma pasada: la del sistema de formación de profesores. Se trata de un asunto políticamente muy complejo, pues buena parte de las escuelas normales están controladas por grupos ideológicamente radicalizados resistentes a cualquier intento  de cambio de su actual equilibrio. La apertura del reclutamiento a otras instituciones de educación superior fue un paso adelante que rompió el monopolio de las escuelas normales, pero la baja calidad de la formación que se ofrece en todo el sistema universitario mexicano hace que no sea suficiente para mejorar el nivel de los aspirantes. Es indispensable que se abran programas de formación diversos y más eficaces una vez que se ha terminado con la exclusividad normalista.

La creación del servicio profesional docente no va a producir resultados relevantes en la calidad de la educación mexicana tanto por las deficiencia de la formación de los aspirantes a maestros como por los problemas de diseño del sistema de carrera, que no genera suficientes incentivos positivos para la mejora constante del desempeño de los profesores. Nada espectacular veremos en los resultados de las pruebas internacionales en el mediano plazo. Si acaso, alguna mejora marginal. Mientras, la capacidad de México para aprovechar las ventajas del cambio tecnológico seguirá siendo muy limitada.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.
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