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Alma Delia Murillo

02/08/2014 - 12:01 am

La ecuación de las mentiras

A Ana le falta un diente, el incisivo central derecho, una patria, una madre, una hermana, un permiso para trabajar, un documento que diga que es legal. Pero sonríe y me dice que Marbella es una ciudad muy bonita mientras se afana en el estampado personalizado que elegí para una playera en el local que […]

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A Ana le falta un diente, el incisivo central derecho, una patria, una madre, una hermana, un permiso para trabajar, un documento que diga que es legal.

Pero sonríe y me dice que Marbella es una ciudad muy bonita mientras se afana en el estampado personalizado que elegí para una playera en el local que ella atiende.

La conocí hace un par de meses, era un día de mayo condensado por un calor de treinta y tres grados y una humedad que nos formaba caracoles en el pelo mojado por el sudor. Una chica de caderas anchas, de naturaleza amable y con una franca sonrisa de niña a pesar del diente faltante. Me deshilachó el corazón de ternura desde el primer minuto.

En lo que se cocinaba la playera nos contamos las vidas, la suya mucho más interesante que la mía, desde luego, y por eso vengo a contárselas. Por eso y porque me escribió esta semana para decirme algo muy bueno y me dejó un saldo a favor de la vida que quiero despilfarrar con ustedes.

Nació en Tucumán, una de las provincias más pobres en Argentina; así que con el origen mordido por las carencias, el hambre, el abuso y la secuencia de putadas que viven todos los que tienen que lidiar con las mermas de ese infame negocio corporativo en que se han transformado los países; se convirtió en migrante y llegó a España.

Su mayor dolor, me dijo, era estar lejos de su hermana; su compañera de vida, su otra mitad. Y dormir sola porque no había noche que no se fuera a la cama pensando si al día siguiente conocería a algún chico para emparejarse con él.

Lo encantador era que no me lo decía triste ni lamiéndose las heridas con autocompasión, en lo absoluto: cada dos o tres frases soltaba una risita, se movía de un lado para otro entre la impresora digital, las playeras apiladas por talla-color y el mostrador.

Hasta que de pronto me soltó esta pregunta a rajatabla: ¿tú crees que si me voy a México encuentre más oportunidades allá, un mejor trabajo para pagarle el boleto a mi hermana y que vivamos juntas otra vez?

Y antes de que yo pudiera articular una respuesta se soltó con un rosario de alabanzas para México y los mexicanos que no pude pararla, su cara redonda y su hermosa sonrisa imperfecta se fueron llenando de un entusiasmo conmovedor.

–       ¿Entonces, qué te parece, me voy a México?

Le mentí flagrantemente, no iba a matar las posibilidades ni a quitarle ese brillo de la cara: le dije que estábamos de lo mejor y que se viniera para acá, que aquí seguro conseguía algo.

Conforme se lo iba diciendo la culpa se extendía en mi interior a una velocidad líquida. La cosa fue a peor cuando remató con que iba a intentarlo porque, seguramente yo, que me dedicaba a escribir, sabía de lo que hablaba.

Lamenté haberle dicho que escribía cuando estábamos en las líneas de presentación y lamenté aún más no haber tenido corazón para hablarle con la verdad. Cuando me entregó la playera intercambiamos correos electrónicos y nos dimos un abrazo, sentí que cometía un pecado capital pero ya no abrí la boca.

Pero ahora me entero de que la incógnita que abrió mi mentira vergonzosa fue despejada con tal gracia que casi me siento redimida: Ana se obsesionó con la idea de venir a México y empezó a organizarse para ello, un par de semanas después de nuestro encuentro conoció a George, un guitarrista rumano que llegó a Marbella luego de trabajar algunos meses en Madrid.

Y ¿adivinan? comparten el mismo deseo.

Pues sí, se enamoraron e hicieron de su tierra prometida nuestra H. República Mexicana pero aquí viene lo mejor: tienen unas playeras estampadas con la leyenda “Queremos ir a México”, se las ponen, salen a la calle, él toca la guitarra, ella se para junto a él, sonríe y sostiene un sombrero en el que recaban sus fondos para el viaje. Así recorren la línea costera y los restaurantes del Casco Antiguo de Marbella.

Leí su correo varias veces, se despide diciendo “estamos recontentos, al pasito pero vamos a lograrlo”.

Y yo de pendeja pensando que mis palabras podrían tener más peso que la vida misma, de pendeja y de soberbia, para decirlo sin miramientos.

No pude más que sumarme a su recontentura porque a mí -que soy una hereje- me gusta pensar que en un universo paralelo, son los pecados las buenas obras que nos permiten ganar el paraíso en sus múltiples versiones. Y una variante del paraíso son, sin duda, las historias de amor.

Así que bienaventurados los que mienten, los que ambicionan, los que sienten lascivia y lujuria, los que pecan, pues, porque de ellos será el reino de las posibilidades.

Oremos, hermanos.

@AlmaDeliaMC

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