Tomás Calvillo Unna
30/07/2014 - 12:01 am
La muralla de las adicciones
La sociedad de consumo es posible porque en realidad representa a la sociedad de la adicción. Su triunfo es global, venció e incorporó a los millones de habitantes del fallido experimento que dominó el modelo soviético. Más veloz, logró masificarse no con ideología sino con objetos que exponencialmente han ido ocupando cada rincón del quehacer […]
La sociedad de consumo es posible porque en realidad representa a la sociedad de la adicción.
Su triunfo es global, venció e incorporó a los millones de habitantes del fallido experimento que dominó el modelo soviético. Más veloz, logró masificarse no con ideología sino con objetos que exponencialmente han ido ocupando cada rincón del quehacer humano.
Los instintos y deseos, la química de la mente y el cuerpo, es el territorio que se disputa en los mercados con creatividad y talento y significativas dosis de perversidad.
La mercadotecnia es una vasta red que atrapa, sus anzuelos van desde un aroma que cautiva hasta un paisaje idílico de una vivienda que al ocuparse se descubre como un purgatorio mas, donde las deudas sofocan a las familias.
Refrescos, gadgets, coches, televisores, impactan en la cotidianidad y definen horarios, gustos, fidelidades, adicciones y hasta la misma libertad.
A su manera enajenan como las sustancias clasificadas como drogas, todas encadenan a las mentes y cuerpos y diseñan el espacio donde se habita.
Si la ansiedad comprime al tiempo, hasta despojarnos de él, las adicciones del consumo sitian el espacio, lo que humanamente se nombra lugar; este queda encerrado en sí mismo, ocupado su corazón por adquirir y poseer y su circunferencia convertida en una inmensa muralla elaborada de ese consumo insaciable y constante que se transforma en la razón de ser del trabajo y de su descansa.
Nada escapa ni nadie a esa necesidad de comprar, de tener y usar, de desechar y remplazar. Nos hemos cercado de cosas, que afectan la perspectiva, la manera de ver y entender nuestro mundo.
En estas condiciones, cómo esperar algo distinto a lo que el congreso mexicano ha decidido sobre la riqueza del petróleo. Es el oro negro del mercado, del consumo, no lo pueden ver de otra manera, el otro oro, el blanco, la cocaína, es su binomio casi perfecto de la intensidad vuelta exceso y de las mayúsculas ganancias, uno para mover el cuerpo, el otro para girar la mente y domar al alcohol.
Aunque un director de cine desde el sentido de la gravedad de su set, haya expuesto algunas preguntas de sentido común al poder y sus actores; no quieren estos ver que el modelo de crecimiento económico está en una fase final.
La sociedad tiene que planear las transición a otras fuentes de energía que conlleven también una profunda y paulatina transformación de los hábitos de consumo, que permitan abrir ventanas a esa muralla que nos rodea para volver a vincularnos con la propia naturaleza de donde provenimos.
La riqueza petrolera de ahora debería ser el seguro de la nación para arribar a nuevas fuentes de energía más acordes con los equilibrios que la vida del planeta nos está exigiendo.
El lenguaje mismo se convierte en un cerrojo: empleos, dinero, más consumo, menos costos, ese es el vocabulario de la tierra prometida.
Hay conocimiento e información, se afirma, para justificar decisiones que afectarán a millones de hoy y de mañana, decisiones que tienen que ver con generaciones por venir.
Puede ser cierto que haya conocimiento e información, pero no hay sabiduría, se extravió el diccionario de la vida, por eso la pobreza de conceptos, de palabras, de discursos. Hay prisa, se tiene prisa, se quiere ir más rápido, ¿a dónde?
Sigamos levantando esta muralla de las adicciones del consumo, para eso va servir la riqueza petrolera. Mientras miles y miles, sin importar edades ni género golpean los cimientos, quieren estar dentro, se han quedado sin tierra, sin techo, sin familias, son los nómadas de la demografía sin rostro, de la violencia, de la guerra de las adicciones hoy prohibidas, del despojo de la ganancia sin límite, de las fracturas de las comunidades, de las fronteras entre seres humanos.
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