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Alma Delia Murillo

26/07/2014 - 12:02 am

¿Por qué me gustan los hombres?

A manera de preámbulo, calentamiento o escarceo amoroso me gustaría decir un par de cosas. A mi amiga Bibiana Faulkner, colaboradora también de este espacio, le gustan las mujeres; y a mí me gustan los hombres como con toda obviedad podrán deducir del título de este texto. Pero algo tenemos en común: las dos amamos […]

Alberto Alcocer beco Bcocom
Alberto Alcocer beco B3cocom

A manera de preámbulo, calentamiento o escarceo amoroso me gustaría decir un par de cosas.

A mi amiga Bibiana Faulkner, colaboradora también de este espacio, le gustan las mujeres; y a mí me gustan los hombres como con toda obviedad podrán deducir del título de este texto. Pero algo tenemos en común: las dos amamos en modo kamikaze, lo digo en serio. Todas las veces que he estado enamorada he puesto el corazón en la línea de fuego, todas. I mean it.

Y ella, bueno, si han leído sus columnas sabrán de qué estamos hablando.

Pues amorosas desbordantes como somos y hartas furibundas como estamos de los discursos desgastados que no dejan de pintar a los hombres como cabrones egoístas y a las mujeres como locas desequilibradas, decidimos hacer el ejercicio contrario y contar cómo y por qué, en materia de amor, hombres y mujeres podemos ser fascinantes.

Dos sugerencias antes de seguir: si alguien está esperando que esta sea una columna académica, llena de estadísticas, datos duros y de alcance transiberiano mejor abandone la lectura desde ya porque no vamos por ahí. Dicho con todo respeto que estamos chupando tranquilos.

Y cuando terminen con mi texto les recomiendo buscar el de Bibiana para que se enteren de por qué a ella los estrógenos la vuelven loca.

En principio los hombres me gustan por razones más allá de mi comprensión y que tienen que ver con los insondables misterios de la configuración emocional y bioquímica, porque así estoy hecha, porque mi botón del deseo se activa con ellos y no con ellas. Y pegadito a esa razón está un motivo casi inmejorable: el cuerpo masculino. Pues sí, es que acomodarse arriba de ese pecho o debajo de esa espalda, acariciar esos brazos que son tan diferentes a los míos, rozar con las mejillas esa barba de tres días y amorcito corazón yo tengo tentación de un beso. Ñam.

Adoro la textura de las piernas velludas, parece como si su piel fuera un camino poblado de espigas de trigo tostadas por el sol que conduce a su maravillosa entrepierna.

Porque tenemos que hablar de sexo, ni modo que no. Supongo que si no fuera tan bueno no sería considerado nada menos que el pecado original.

Sin pudor ni encogimiento llego a mi siguiente razón: el pene, que es la cosa más hermosa y no sólo un “instrumento para miccionar y copular” como dice la RAE; háganme el recabrón favor, ¿pues qué es eso? Cómo se nota que los honorables miembros no han leído dos líneas de poesía en su triste vida.

Y es que, me parece a mí, que entre huecos, cavidades y protuberancias todo se acomoda y hay un momento en el que de veras se siente que esos latidos múltiples y exhaustivos pueden trascender la individualidad y los dos que están amándose en la cama no son dos sino uno en carne y espíritu. Ay.

(Inserten aquí su gemido, resoplido, suspiro o risa nerviosa porque vamos a cambiar de tema)

Esa fuente de intimidad, placeres, vacíos y satisfacciones que es la cocina.

En mi experiencia los hombres que cocinan pueden ser extraordinarios cocineros, vayan ustedes a saber por qué pero es así. He sido pinche de un par de parejas particularmente talentosas en el tema, uno con título de Chef, de hecho. Y el otro un natural para improvisar el plato más interesante con una lata de atún, un tomate y una naranja. Y los hombres que no cocinan pero lo intentan son un festín de ternura para el alma…Y los que no cocinan ni lo intentan suelen ser unos tragones y qué gusto da verlos comer sin restricciones y sin un contador de calorías interno.

También pienso que si hambre, hombre y hembra son vocablos que están emparentados fonética y morfológicamente con tal belleza, podría hacer mi rezo personal con esa serie de palabras. O yo qué sé pero me encanta comer en compañía de un hombre y darle a probar un pedacito de lo que hay en mi plato, que me devuelva el gesto y sentir que esos dos bocaditos compartidos son todo lo bueno de la vida.

Otra cosa que me gusta es cómo se enojan. Primero se ponen muy calladitos, claro que ahora digo calladitos con cariño pero cuando el silencio es contra mí más bien los veo muy pinches callados, sin embargo hay algo en eso que me agrada, que de alguna manera equilibra. Cuando pasa el silencio y pueden decir sus motivos aunque sea a tirones o del modo más seco suelen ser tan claros, concisos y sólidos que francamente se agradece.

Y ahora les confieso mi fetiche: las manos de los hombres me resultan irresistibles, me ponen mal. Me gusta su forma, su temperatura, cómo se mueven, cómo acarician. Me puedo quedar embelesada contemplándolas, me gusta tomarlas entre las mías y pegarlas a mi cara unos segundos. Eso en mi lenguaje interior se llama estar en casa.

Chingao, ya me está entrando la nostalgia y que conste que no estoy en el rincón de una cantina pero de aquí derechito a juran que el mismo cielo se estremecía al oír su llanto y luego al cucurrucucú para terminar en el inevitable ay, ay, ay, ay, ay.

Así que ya voy a parar.

Sé bien que lo fascinante y complejo de la masculinidad no cabe en una columna de tres cuartillas y que los hombres pueden ser tan horribles como maravillosos, pero me propuse el ejercicio de mirar el lado de la moneda que dice sí e ignorar el no porque me parece que ya es tiempo de hablarnos desde otro lugar, el de la reconciliación.

Y aunque la historia de nuestras diferencias y limitaciones entre géneros tal vez siempre será la misma, lo importante es empezar a contárnosla de una manera distinta. Benditas las diferencias de género que nos hacen ser lo que somos.

Y como ya se me pasó de azúcar y de buenondismo este texto, lo que no puedo hacer es irme sin decir que en lo que sí somos jodidamente iguales hombres y mujeres es en que ambos podemos romper corazones con una eficiencia intachable, para muestra dos botones: Bibiana y yo, que hemos tenido que levantar ya varias veces los pedazos de nuestros respectivos despojos y, sin embargo, lo seguiremos intentando.

@AlmaDeliaMC

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