Author image

Tomás Calvillo Unna

16/07/2014 - 12:01 am

El poeta, el amigo

Autobuses foráneos, así les nombran a los que le ganaron la partida al ferrocarril con la ayuda de políticos y empresarios que impulsaron carreteras y autotransporte, borrando aquellas pinturas donde el tren irrumpe en el paisaje de  México de José María Velasco, el arquitecto del aire como lo nombró el agudo crítico y escritor Adolfo […]

Autobuses foráneos, así les nombran a los que le ganaron la partida al ferrocarril con la ayuda de políticos y empresarios que impulsaron carreteras y autotransporte, borrando aquellas pinturas donde el tren irrumpe en el paisaje de  México de José María Velasco, el arquitecto del aire como lo nombró el agudo crítico y escritor Adolfo Castañón. Bastó un plumazo desde la cúspide del poder para evitar que el futuro fuera una estación posible para las familias y pasajeros del ferrocarril; se enterró un siglo, se enterraron a Demetrio Vallejo y Valentín Campa y a muchos otros que ayudaron a cambiar el mismo paisaje del país.

Fuimos de los últimos que alcanzamos a viajar en tren desde la Ciudad de México hasta Mexicali y de ahí en camión cruzando la Rumorosa para llegar a Tijuana, una leyenda ya en esos años 70.

Luis Cortés, el poeta y el amigo nos invitó a esos límites de México. En Luis Cortés el espíritu de aventura, o será mejor decir la aventura del espíritu es lo que realmente importa entender. Y para lograrlo, la mejor disciplina es la poesía, sólo ella tiene esa capacidad que los telescopios más potentes envidian y los astrónomos suelen admirar.

Las galaxias remotas, las supernovas, y el polvo celeste y sus trazos en los años luz que arrugan el tiempo en una majestuosidad solo posible por la distancia de su silencio, donde el universo se expande en su inmortal carrera; todo ello ha sido para Luis Cortés como para otros poetas, intuiciones y moléculas llamadas letras. Ellas que nos devuelven ese cotidiano maravilloso, que el español de la generación del 27 Jorge Guillén insistía tanto para no olvidar la inmaculada existencia y sobrevivir así ante la política degenerada en guerra civil.

Ese cosmos interior que el artista Juan Martínez pacientemente durante horas dibujaba con un plumón en las servilletas de papel de una cafetería en la avenida revolución en el centro de Tijuana, y con quien Luis Cortés pasó horas y días en un aprendizaje entendible sólo a los ojos indómitos de los poetas sin frontera.

Y si un brazo es tan inmenso

cómo la Vía Láctea- lo decía Giacometti-

Estos brazos de plancton y marea

-¿oyes las burbujas?- nos alcanzan

para estremecer las dunas y sus hombros

desnudos. Para el borde interminable

donde un par de pies crecieron. Giant steps.

Como tijuanense en la Ciudad de México, Luis Cortés me enseño el desenfado, la soltura del desparpajo, que no se desbarrancaba como el desmadre y si ayudaba a aligerar el peso de la gravedad de nuestra cultura del altiplano, asentada en el ombligo del conejo de la luna; oculto hasta que en medio de la embriaguez petrolera emergió descuartizada la Coyolxauhqui a un costado de la catedral. Fueron los trabajadores de la extinta Luz y Fuerza del Centro quienes la descubrieron; y el presidente José López Portillo con su hilarante imaginación mítica propia del poder sin contrapeso se acordó de Quetzalcóatl entre la riqueza desperdiciada del oro negro y la victoria del rito solar de Huitzilopochtli.

Ahora que viajo en un autobús que ha dejado atrás la Ciudad de San Luis Potosí, leo su último libro de poesía. Filos de un haz y envés, publicado en 2007. Viajamos por la carretera 57, la del TLC, cruzando la gran chichimeca de cactáceas y de una industria automotriz que se expande dilatando espejismos:

Bosque de yucas

Soles aspirados

Párpados agudos

Cirios y cardones

En el polvo

Indescifrable

Descargada

La fricción

Se cristalizan

Como sílabas

Sedientas

Y de pie

Leo sus poemas a la velocidad de la luz donde el paisaje se revela como la metáfora de la propia naturaleza  de las palabras, alquimia y simbiosis, la cultura y la naturaleza; poemas donde el tiempo es un ajuste entre el presente y la memoria que sus vocablos calibran, como en su texto Haciendo cola en la garita de San Isidro:

En un principio primero fuimos a ver como sacaban

al hombre que murió de frío en una zanja fronteriza.

Era de Zirahuen – decía la gente -, pestilencia y suciedad

con ojos blancos. Y me regrese a la casa

y mis padres se enfadaron

pero me dijeron que venía de un lugar muy bello y pobre,

con una laguna de plata que me reinmigró a sus ojos.

Hijo de los profesores Jesús Cortés Limón y María Luisa Bargalló quienes fundaron el Centro Escolar Agua Caliente y la Preparatoria Federal de Tijuana, amante de la lectura; pareciera irse de pinta con frecuencia en su literatura al explorar una y otra vez la lengua misma, cada resquicio de sus posibilidades expresivas, adentrándose en territorios vírgenes como si llevara la consigna de la Tradición de la ruptura que Octavio Paz gobernó:

Aunque el sitio del principio al poco tiempo, con el tiempo

– sigo aquí en la fila larga- se llenó de lodo, muertos, gogles

y radares nuevos empecé a pegar de brincos entre cascos

y tornillos. Muchos ya andarán por Encinitas

o New Jersey –van y vuelven- destapando caños,

en las mesas o en la pizca.

Y tal vez, lo sabe bien alguien que creció en esa frontera, México todo en ocasiones pareciera estar formado en esa cola de la Garita de San Isidro esperando y esperando pasar al otro lado.

Luis Cortés de una manera natural siempre ha tenido ese humor que hace enmudecer al poder y evidenciar su irracionalidad, pero que también logra hermanarnos en la condición propia de la poesía, en su comunión de los que andan al ras del suelo o vuelan sobre las nubes.

Y por fin llegaba nuestro turno en la garita

con un giro de leyenda urbana haciendo cola que nos pisen.

– What do you bring from México?

-Humans beings. Se adelantó el Charly en el asiento de atrás.

Y por engreídos peligrosos o polleros, nos pasaron,

entre detectores, a la revisión secundaria- que por cierto,

Dado el caso, no lo hacía ni un filósofo ni un médico ni un cura

sino un hermenéutica duro de la vieja guardia: un temible terrier

tronchatoros, con su lengua intraducible, sus colmillos anti-plagas.

El autobús tarda 5 horas de central a central y lleva en cada asiento una pantalla, para ver alguna película. Prefiero leer y mirar este paisaje del semidesierto, el amanecer que los filos de un haz desfigura en la textura del color azul que se sumerge y el blanco ya bermejo, ya amarillo claro y a veces un violeta que quisiera asomarse. El poeta lo dice mejor en su brevedad casi a manera de Haiku:

Rojo rompimiento, la mañana.

A lo lejos quedan atrás Santa María del Río, y el mismo San Luis de la paz. Los focos encendidos de algunas casas me retornan al sentimiento de abrigo, al de la generosidad misma que es tener un techo, un lugar donde descansar. Y desde hace años sé que puedo tocar el timbre de la casa Luis y Gaby, y encontraré esa palabra un poco abandonada hoy en día: hogar, un hogar es decir un hoguera para sentarse a su alrededor, escuchar ese rock tan sentido, Crosby, Stills, Nash and Young, sobre todo Neil Young y toda la gama y el cafecito mojando la concha al mejor estilo albañil y el poema de Tablada:

Del verano roja y fría

carcajada,

rebanada de sandía

Y la cobija para dormir sin frío, acompañado por los amigos hasta la madrugada leyendo, riendo y respetando el silencio de cada quien: su interioridad, tal vez el último lugar sagrado que nos resta.

En una extraordinaria entrevista que le hizo Jair Cortes, Luis, afirma: Todo está en el paraíso perdido de la mente…Para mí no hay supervivencia sin la poesía… y citando a Rene Chair define: el poeta es la porción del ser humano refractaria a los proyectos calculados. En esa entrevista que en realidad es una confesión y el testimonio de un poeta, cuya permanente rebelión ante lo fácil y manipulable, ante la codicia y el agandalle, ante el maldito yo que busca apropiarse, empoderarse con un estilo, con otra ilusión, encuentra en el silencio profundo de la humildad la serenidad extraviada que el poema vislumbra más allá de su fuego, de su necesario decir.

El texto que conforman las respuestas de Luis Cortes son de una gran lucidez y están en la mejor tradición de las Cartas a un joven poeta, de Rilque. Son una lección del ser y el sentido de la poesía de su quehacer y búsqueda en pleno siglo XXI. En sus reflexiones y propuestas que van de Baudelaire, Vallejo hasta Gary Sneijder, se encuentra una textura que no proviene propiamente de la tradición poética que conoce muy bien alguien que ha dedicado su vida a leer, editar y traducir poesía. Me refiero a lo que llamo su vaciamiento budista. Y recuerdo aquel rincón, como en casa de otros amigos, ellos católicos, un sitio asignado para el altar, para la meditación, la contemplación, para ese otro lugar que es parte de ese yo que es más yo que yo mismo, según decía Paul Claudel. Creo que Luis Cortés estudioso de diversas tradiciones espirituales, pero en particular del budismo, abreva de esas experiencias que permean su lectura de la poesía.

Si he aprendido de su humor a veces despiadado que no da oportunidad de recuperarse, cargado de una ironía que tiene la virtud de no ejercer dominio sino de compartir una mirada inteligente; si he aprendido del rock, de sus esencias que perduran ante los ídolos caídos; si su hogar nos ha reunido a lo largo de los años con otros amigos; no puedo olvidar que una madrugada que corría en ese añorable bosque de los viveros al sur del DF, lo encontré y me invitó a conocer la tradición del yoga con el que hoy en día y desde entonces es el maestro mexicano de la meditación, y al que tuve la oportunidad de volver a encontrar en las montañas de Taipei hace unos meses. Gracias poeta y amigo.

Es mediodía y el autobús está por llegar a la central del norte de la Ciudad de México, la pareja de al lado está concentrada en la película de la pequeña pantalla adherida al asiento. Estamos en medio de un tráfico moderado. Qué bueno que el conductor nos trajo sanos y a salvo, eso ya es pura ganancia, ni un enfrenón ni una curva que pareciera ratón loco, ni un pestañeo que fuera paso directo al más allá.

La estación de camiones es grande, aparenta un abanico que se despliega, llevo el libro de poemas de mi amigo y recuerdo su amor por la pintura. Pienso que no estarían mal unos buenos murales en esta central de autobuses como el de Fernando Leal “El triunfo de la locomotora” que se encuentra en la estación de trenes de San Luis Potosí, hoy museo. Por qué no realizar uno que se llame “El triunfo de Primera Plus, o de Futura o de ETN”.

Leo un poema de Luis Cortés que nos retorna a la sonrisa de la pintura y a su silencio de pigmentos, esa pintura donde todo se detuvo para acomodar las palabras que conforman los cuadros que se presienten en muchos de sus textos. Pintura y poesía: inseparables.

vi también a un hombre que fumaba

en el portal del carnicero

no muy convencido de cruzar la calle

indiferente tras el humo de jabón

y del azolve putrefacto en el arroyo

-imán de soledades: una venda floja

una escena de Giorgio de Chirico

en Sinembargo al Aire

Opinión

más leídas

más leídas